El mundo está [exclusivamente] destinado para honrar a Dios, el cristiano [elegido] tampoco existe sino para aumentar la gloria de Dios en el mundo, realizando sus preceptos en la parte que le corresponde. Ahora bien, Dios quiere que los cristianos hagan obra social, puesto que quiere que la vida social se adapte en su estructura a sus preceptos y se organice de modo que responda a aquel fin. El trabajo social del calvinista en el mundo se hace únicamente in majorem Dei gloriam(2).Esta mentalidad, llevada a la realidad cotidiana puede propiciar un auténtico compromiso de los y las creyentes con su entorno global, por lo que la doctrina misma de la predestinación alcanza dimensiones notables al ser el motor de acción concreta de la comunidad de creyentes. Por ello, en la vertiente política, resulta muy aventurado considerar que la postura calvinista típica sea el conservadurismo, puesto que los polos que se presentan en la discusión sobre la actitud ante el poder temporal (obediencia/sumisión y resistencia) deben ser valorados cuidadosamente antes de actuar. Biéler lo ha expresado así:
Corresponde por tanto a [...] los cristianos vigilantes y conscientes de su obediencia a Cristo, discernir siempre de nuevo, en todo tiempo y en cada situación, los puntos sobre los cuales debe apoyar y fortificar el régimen imperante y los que requieren, al contrario, una resistencia efectiva.A continuación, reconoce y esboza la forma en que los creyentes participan “en la vida política activa” a partir de una conciencia responsable:
Surge de esta enseñanza política de Calvino, que el cristiano no puede ser, salvo, casos totalmente excepcionales, un revolucionario radical, que busca trastornar radicalmente el orden social en el cual vive. Pero tampoco puede ser un conservador integral. Pues el cristiano es por definición y por naturaleza, en el plano político como en el eclesiástico, un continuo reformador, que busca siempre conformar más y más la vida de su comunidad y la vida de su ciudad al orden de Dios(3).
1. En primer lugar, contribuyendo con su compromiso personal a levantar una comunidad cristiana en el seno de la ciudad tan fiel como sea posible al Evangelio. Éste es, ciertamente, su aporte más importante a la vida cívica del país; así es como dan prueba del patriotismo más esclarecido.Estas directrices superan el dualismo existencial que caracteriza a muchas comunidades que defienden el apoliticismo, paradójicamente, como bandera política y la esquizofrenia de vivir en dos mundos aparentemente irreconciliables, el de la misión cristiana y de testimonio, por un lado, y el de la lucha por un mundo mejor y más justo.
2. Seguidamente, comprometiéndose personalmente en la acción política para mejorar siempre la vida de la sociedad por las vías legales e institucionales.
3. Finalmente, rehusando enérgicamente obedecer al Estado toda vez que quisiera obligarlos a deberes incompatibles con las exigencias del Evangelio(4).
Después de Agustín de Hipona, es el cristianismo de la Reforma quien lleva a su máxima expresión el abismo ético entre la justicia divina y el derecho humano, o la separación entre la Iglesia invisible, la comunidad donde el bien es una ley necesaria o natural, y la Iglesia visible, la jurisdicción donde el bien es sólo una ley posible, una prescripción o una norma. La Reforma sabe que la presencia de la justicia de Dios es destructiva, escatológica o apocalíptica: ninguna institución humana subsiste al rayo divino. Sin duda, las revoluciones modernas son deudoras de este mito. Mas Calvino, al igual que antes había hecho la Iglesia católica y en contraste con Lutero, difiere hasta el infinito el juicio final. Sólo esta dilatación, moratoria o aplazamiento sine die otorga sentido a las instituciones humanas(5).Este sentido presente de las instituciones humanas justifica y otorga la posibilidad de preocuparse por establecer y renovar en la sociedad normas de convivencia y leyes que, sin entrar en contradicción con el Evangelio de Jesucristo, redunden en un verdadero beneficio común, no solamente para los creyentes.
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