Para mí, los teólogos son a la religión como los taxis a la sociedad: un mal necesario. Procuramos no tener que usarlos y cuando las circunstancias nos obligan, nunca encontramos uno libre, nos aplican tarifas a su antojo y nos ponen de mal humor cuando nos damos cuenta que –en una ciudad que no conocemos– nos hacen dar vueltas interminables para que el taxímetro suba y suba feliz de la vida.
Los teólogos son como los políticos: se hablan entre ellos pero no se escuchan, porque solo tienen oídos para sus propias opiniones. Para mí, la tan vapuleada Teología de la Liberación murió en manos de los teólogos, porque se dedicaron a jugar con ella hasta que se le agotaron las baterías y, como no encontraron repuesto para seguir jugando, la abandonaron como un juguete viejo. En sus manos, la Teología de la Liberación era como la pelota que se usa en el juego del frontón. Le dieron y le dieron hasta que se cansaron. Era su pelota y nunca se la pasaron al pueblo, por eso es que murió allá arriba, en aquellas alturas a las que se accede solo si se es miembro de este club selecto de despedazadores de la divinidad. («Despedazadores de la divinidad» me suena como aquellos patólogos que, escalpelo en mano, atacan a un cuerpo que no se puede defender para dividirlo en pedacitos y averiguar así la causa de la muerte. ¿Será eso lo que quiere decir JAM?)
Pero no es de esto de lo que quiero escribir en este artículo sino del fenómeno ALEC que, para muchos, incluyendo los teólogos, es algo que no tiene la menor importancia. Si no eres teólogo, no vale la pena. Te miran por sobre el hombro con una expresión enigmática que no hay por dónde interpretar. Hablaba un día de estos con un teólogo amigo. No menciono su nombre porque le escribí pidiéndole permiso para usar la frase que me dijo en nuestra charla pero como no me contestó, asumo que «permiso denegado», por lo que les cuento el milagro pero me reservo el nombre del santo. Me dijo esta idea aunque no con las mismas palabras: «Si pudiera comenzar de nuevo, me dedicaría a escribir literatura cristiana de ficción pero dirigida al no creyente». Eso es, exactamente, lo que estamos haciendo nosotros. Escribir literatura de ficción pensando en el lector no adscrito a una fe o, si lo está, que nunca ha hecho un compromiso serio con Dios. De los que en nuestra Hispanoamérica hay millones.
Juan Antonio Monroy hace referencia a dos libros publicados recientemente por Clie. Excelente (la referencia, aunque supongo que también los libros). Uno sobre Ireneo y el otro sobre Carlos Finney. Dan ganas de comprarlos.
Yo hablaré de mis libros, digo, de los libros que está produciendo nuestra Asociación. Espero que lo que diga de ellos resulte tan atractivo que incite a más de alguien a buscarlos, comprarlos y leerlos.
Cuando nació ALEC, nunca pensamos que nos atreveríamos a brincar el gran charco e irnos a España con nuestra música. En realidad, ni siquiera pensamos en España. Como Cuba a Jorge Luis Borges, ¡aquello nos resultaba tan lejano! Pero allá llegamos. Ahora casi ni recuerdo cómo. Bueno, sí, en aeroplano. Pero no solo fuimos a España sino que –atrevidos nosotros– nos fuimos a meter nada menos que a Alcalá de Henares donde simbólicamente hicimos lo que hizo Moisés frente a la zarza que ardía y no se consumía. Quitarnos los zapatos. Porque pisábamos suelo casi sagrado toda vez que allí había venido a la vida nada menos que Miguel de Cervantes y Saavedra. Y aunque se lo llevaron a otro sitio siendo poco más que un bebé todavía se respiran en ese lugar aires de grandeza literaria.
Pues,
convocamos y llegó un grupo aproximado a las cuarenta personas. Hicimos lo que teníamos que hacer y, después, seguimos haciendo lo que ALEC se ha propuesto: dar seguimiento a los interesados en llegar a ser escritores. (Aquí está uno de los elementos que distinguen nuestro trabajo de cualquier otro –habido o por haber– de que tengamos conocimiento: seguir trabajando a la distancia con los verdaderamente interesados hasta convertirlos en escritores prolíficos, respetables y permanentes.) Poco a poco, de entre los cuarenta, empezaron a destacar unos cuantos.
Al año siguiente, los desafiamos a que intentaran escribir algo que pudiera llegar a ser una obra de ficción. El reto se les presentó a diez, pero tres no lo aceptaron y luego dos más no llegaron a la estación en el tiempo señalado. El tren bala ya había pasado. A los cinco que quedaron se agregaron dos, lo que nos permitió redondear el grupo con siete. Buen número. Siete en siete años. (El siete, de acuerdo con la simbología bíblica de los números, sugiere la idea de abundancia, de conjunto y de totalidad. No está mal si se lo aplicamos a ALEC ¿verdad?).
En septiembre de 2006, y después de más de un año de trabajo, los siete vieron sus esfuerzos convertidos en una hermosa realidad. ALEC volvió a España y, esta vez en el Centro de Retiros “Pinos Reales” cerca de Madrid, se reunieron los autores y se encontraron con sus manuscritos convertidos en hermosos libros. Había nacido la Colección Primicias de ALEC: cuatro novelas, un tríptico de cuentos, una antología de relatos y un epistolario. La totalidad de los autores menos uno –el pastor madrileño José Luis Navajo–escribían su primera obra. Y todos ellos no salían de su asombro –y aún no se reponen del todo– al ver sus esfuerzos convertidos en libros.
En mi próximo artículo haré una reseña de cada una de estas siete obras de ficción. Por ahora mencionaré los nombres de los autores y daré, grosso modo, una idea de la temática de cada obra.
La llave (novela que describe con trazos firmes y atractivos a la mujer Dalila, de la que se enamoró nuestro buen Sansón y quien terminó por entregarlo a la muerte), Febe Jordà, Barcelona;
Potifar (novela que tiene como personaje central a Potifar, el “marido de la mujer de Potifar”, dama que intentó, sin conseguirlo, seducir al joven José), Luis Ruiz Doménech, Barcelona;
Desesperanza (selección de relatos basados en personajes bíblicos que triunfaron con la esperanza o sucumbieron con la desesperanza), Ana Rando, Málaga;
Una flor roja (tres cuentos entrelazados y que ahondan en las pasiones humanas: amor, traición, venganza, perdón), Bertha Carpio, Quito, Ecuador;
Séfora (novela que describe a la esposa de Moisés desde su primera infancia hasta la edad en que se transforma en la esposa idonea del gran libertador del pueblo de Israel), Olinda Osuna Luna, mexicoamericana residente en Miami;
Cartas desde el corazón (escritos salidos desde el corazón de un pastor a personas en diversas crisis de la vida), José Luis Navajo, Madrid y
Peones ciegos (novela ambientada en la II Guerra Mundial que tiene como personaje central un elemento simbólico que desciende del cielo y que da la victoria a quien logra asirlo y usarlo), Miguel Angel Moreno Gómez, Madrid.
Ya hablaremos de cada uno de ellos. Baste lo dicho por hoy.
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