Continúa la información de EL PAÍS: «
La investigación médica amenaza el estatus de droga blanda del que goza el cannabis y sus derivados, el hachis y la marihuana. Nuevos estudios están destapando su potencial tóxico particularmente entre un grupo de consumidores en ascenso: los adolescentes.
Se asocia a una alta tasa de fracaso escolar debido a problemas de memoria y de concentración y una mayor frecuencia de episodios depresivos y ansiedad. Las demandas de terapia por abuso de cannabis en menores se han disparado. A los centros acuden padres desesperados con un tipo de paciente desconocido hasta hace poco: niños de 13 años con problemas en el ´cole´ y comportamientos agresivos.
Los expertos son claros. Si se quiere evitar en el futuro una epidemia de trastornos psiquiátricos hay que retrasar la actual edad de inicio en el consumo del cannabis, que se sitúa sobre los 14 años. Y las medidas deben adoptarse antes de que sea demasiado tarde. Si es que no lo es ya.
Fernando Rodríguez de Fonseca, investigador que coordina la Red de Trastornos Adictivos, es rotundo al respecto: «No podemos garantizar que el cerebro de un adolescente que consuma cannabis de forma habitual no vaya a ser vulnerable a ciertas patologías psiquiátricas». En los últimos tres años se han ido acumulando evidencias científicas que contradicen la imagen amable de esta droga ilegal, considerada menos tóxica que otros estupefacientes.
La primera ´luz roja´ se encendió a raíz de un estudio sueco que tras seguir a un grupo de 50.000 jóvenes durante 15 años comprobó que el riesgo de desarrollar esquizofrenia se multiplicaba por seis entre los que fumaban cannabis de forma regular a los 18 años.” (Fuente, “El Pais” Isabel Perancho).>>
Sobre mi escritorio descansa este artículo que acabas de leer. Sobre mi mente lo hace una preocupación que la impide descansar:
Adolescentes vulnerables.
La inquietud subió de grado al recordar la entrevista que mantuve hace unos días con un chaval, “lo hago porque me gusta, y no me importan las consecuencias”, lo decía con una seguridad casi incompatible con sus quince años de edad, y refiriéndose a su consumo habitual de derivados del cannabis y a su incipiente flirteo con otras drogas más duras.
La inquietud escaló otro peldaño ante la certeza de que ese muchacho indefenso, aunque él no aceptaría tal título, era el botón de muestra de cientos, qué digo cientos, de miles, que como él, están
taladrando su cerebro con la engañosa broca del porro, y bombardeando sus neuronas con letales descargas de petas.
La inquietud alcanzó la cúspide cuando pensé en mi hija, quien, con sus dieciséis años de edad, se arrastra por la pavorosa ciénaga de la adolescencia y transita los oscuros corredores de esa época maldita.
Ayer me miró con una fijeza abrumadora y me dijo:
- Papá, a mi gustaría volver a tener cuatro años, o si no –añadió, rascándose un poquito la cabeza con su dedo índice- tener cuarenta.
- ¿Por qué me dices eso? -la interrogué.
Su respuesta fue veloz, y también asombrosa:
- Porque con cuatro años no tenía que decidir nada, y con cuarenta ya lo habré decidido casi todo. Pero ahora tengo que tomar decisiones y muchas veces no sé cuál es la que debo tomar.
Definitivamente, pensé mientras calibraba el alcance de sus palabras que me habían dejado mudo, las muchachas de hoy maduran a una velocidad vertiginosa.
El gran problema de consumir porros en la adolescencia es que el cerebro es inmaduro y acusa cada golpe con una vulnerabilidad aterradora.
Entonces caí en la cuenta de que, del mismo modo que es extremadamente sensible a los impactos negativos, también lo será a los positivos.
Caí, también, en la cuenta de que la clave puede radicar en que un cerebro adolescente sea bombardeado con las poderosas descargas del cariño expresado, taladrado con brocas de buenos ejemplos y acosado por ejércitos de consejos adecuados que le orienten, oídos atentos que le escuchen y enormes abrazos que le arropen.
Entonces caí en la cuenta de que la ciénaga de la adolescencia será menos pavorosa para mi hija si la transita junto a una mano siempre tendida: la de sus padres; y que los oscuros corredores de esa época maldita, estremecerán menos si se sabe que cerca de uno pisan otros pies: los de personas cercanas que te aman y correrán hacia ti en cualquier momento en que tropieces.
Vulnerables… cerebros vulnerables…
Susceptibles de ser aniquilados.
Susceptibles de ser formados.
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