Decisión

Sigo cavilando acerca de las últimas horas, y las razones. Uno busca las razones de todo, aun sabiendo que no se pueden encontrar. La necesidad de tenerlo todo bien atado. La fea costumbre de mirarse el ombligo. Llegué dos minutos después de la cita. ¿Sería posible que en esos dos minutos viniera el encargado de recoger el maletín, esperase, y enfadado, se marchara? Lo dudo. En dos minutos puede pasar de todo, dicen, pero lo que sea suele pasar a otro. Un trozo de tiempo tan pequeño pasa desapercibido en la jungla del devenir. ¿Qué dice uno cuando expresa algo inminente? Dice: en un par de minutos. Así de práctico.

Pido el enésimo café. El camarero dice que si pienso quedarme aquí a vivir, será mejor que me traiga la carta. Asiento, serio. Él me guiña un ojo. No estoy para bromas. Rompo la enésima servilleta de papel, tan fina que se desintegra con cualquier cosa a la que la acerques. Tengo que tomar una decisión. El camarero vuelve, pero no con el café.

• ¿Qué es esto?


• El caballero con el que se cruzó usted al entrar me encargó que le diera este sobre.


• ¿Y por qué no me lo dio antes?


• Me hizo prometer que se lo daría a las cinco en punto. Son las cinco en punto.

Miro el reloj. Es cierto, son las cinco en punto.

• Entonces cámbieme el café por un té.


• Muy bien.

Doy vueltas al sobre. Al trasluz no revela nada especial. No tiene nombre del remitente, ni aparece el mío tampoco. Estoy intrigado, pero sujeto el momento en el aire. Espero a que la taza expulse el vapor ante mis ojos. Coloco el sobre encima de la taza y el pegamento de la solapa se va despegando. Lo abro. Una llave pequeña, como la de un diario. Otra tarjeta, igual que la que me citaba aquí, con el siguiente mensaje:

FELICIDADES. HA LLEGADO A SU DESTINO. PERO ESTE NO ES MÁS QUE EL PRINCIPIO. LA SIGUIENTE PARADA DE SU RECORRIDO ES LA SIGUIENTE: Patagonia. Pozo azul. TIENE TODO EL TIEMPO DEL MUNDO ESTA VEZ. LE ESTARÉ ESPERANDO ALLÍ.

Cierro los párpados con fuerza. Trato de visualizar al hombre con el que me crucé al entrar. Pero no me fijé. Sólo recuerdo una prenda blanca. No puedo ir preguntando a cualquiera si conoce a alguien que lleve una prenda blanca. Me tomarían por loco.

Tengo que decidir. ¿Sigo el consejo de presentarme en el otro extremo del continente, al sur del sur del mundo? ¿Qué clase de juego es este? ¿Quién está detrás de los pasos que voy dando? Por otro lado, llevo todo este tiempo preguntándome qué podía hacer cuando entregara el maletín, aunque no me apetecía en absoluto dejar de ir de un lado para otro. En unos meses he crecido más que en toda mi vida junta. ¿Por qué no?

¿Cómo he de caminar? En unas pocas horas he pasado desde el desencuentro y la decepción, a la euforia de una nueva perspectiva. Dejaré una vez más que Dios me pruebe y vea si hay camino de maldad ahí, si soy yo quien se esfuerza por ver las cosas a mi manera, o si tengo que seguir aprendiendo a través de un nuevo viaje.

Vuelvo a la carretera. Ahora tengo todo el tiempo del mundo. Ahora soy libre. Me levanto, abrazo al camarero y le intento dar un beso en la mejilla. No me deja. El abrazo es bastante. Salgo al exterior con el maletín. Ha empezado a llover. Uso un periódico atrasado de paraguas. Tengo una extensión enorme para explorar. ¿Por dónde empezaré?