No es fácil encontrar coherencia en estos hábitos: por una parte, es evidente que una buena parte de las personas no quieren tener hijos pronto –o nunca–, pero por otra parte rehuyen los métodos anticonceptivos más seguros. No hay razones homogéneas que lo expliquen: muchas mujeres tienen una aversión hacia
la píldora propia de un oscurantismo ecologista irracional –“es que no quiero tomar hormonas”–, ignorando que esas hormonas son tan naturales como las que producen sus propios ovarios.
Muchos jóvenes reniegan del
preservativo porque “no les da buenas sensaciones”; con este argumento tan estúpidamente egoísta no sólo posibilitan un embarazo no deseado, sino la transmisión de enfermedades especialmente cuando tienen múltiples parejas de cama.
Muchos varones casados y con hijos reniegan de
la vasectomía porque les parece que afecta a su virilidad –un temor irracional e ignorante–. En fin,
se percibe mucha inmadurez, irresponsabilidad, incoherencia, egoísmo, en la actitud de jóvenes y mayores ante el sexo, algo muy paradójico si recordamos que el meollo del sexo es la comunicación y la propia entrega incondicional al cónyuge y que el nacimiento de hijos no es un efecto colateral imprevisto en las relaciones sexuales.
Y la salida a estas situaciones incoherentes es la píldora del día después o el aborto, que no tendrían lugar si se hiciese un uso responsable, no inmaduro ni egoísta, de la sexualidad y en su caso de la anticoncepción. Pero si preguntamos por las razones por las que muchas mujeres abortan, persiste la incoherencia y la hipocresía: la que más frecuentemente se aduce es el riesgo para la salud de la madre, una razón hipócrita que debería avergonzar a los facultativos o psicólogos que la avalan mintiendo, porque todos sabemos que habitualmente la verdadera razón ni es ésta ni es siquiera la precariedad económica, sino algo tan sencillo, miserable e irresponsable como “no me viene bien este embarazo”.
¿Y qué hace el gobierno? No es coherente que por una parte nos alerte sobre las previsibles dificultades para pagar pensiones en el futuro, y por otra parte promueva la liberalización del uso de la píldora del día después, por no hablar de la trivialización del aborto que se ha hecho desde el partido gobernante.
Pero
al final la primera responsabilidad no está en el gobierno, sino en cada uno de los ciudadanos, y la actitud de nuestros conciudadanos hacia el sexo muestra un egoísmo, una frialdad, una irresponsabilidad y una inmadurez impropia de adultos, que desvelan en dónde está el tesoro de nuestra sociedad, cómo es su corazón.
Y esto necesita ser diagnosticado y tratado: hay que recordar que en las relaciones sexuales no hay lugar para el “no me viene bien” ni para el egoísmo, que la atracción sexual acompaña al amor, no lo suple, que lo esencial del sexo es la entrega, que el importante en la cama no eres tú, sino tu cónyuge, que
“la mujer no tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino el marido; ni tampoco tiene el marido potestad sobre su propio cuerpo, sino la mujer”(1) y que los hijos no son esos tipos pequeños e impertinentes que aparecen tras las relaciones sexuales como un efecto secundario indeseable, sino una consecuencia natural de esas relaciones, un regalo inmenso que amplía nuestra familia y nos enriquece humanamente.
Y, si no deseamos tener más hijos, tenemos a nuestra disposición métodos anticonceptivos fiables y accesibles que hacen absolutamente innecesario el aborto; entre éstos, por favor, no entra la píldora del día después, sino el sentidiño del día antes.
1) 1Co 7.4
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