Antes de nada, quisiera agradecer al director de esta revista, esta sección reservada para mí: ¡no tengo palabras señor Tarquis!, solamente: ¡muchísimas gracias!.
El título de este artículo es: “soledad” y bien podríais muchos de vosotros preguntarme, ¿soledad en medio de una revista protestante?, ¿soledad en donde se supone que vivimos en comunidades pobladas de gente que se intercomunican entre sí?... ¡Pues sí señores! Soledad y mucha.
No soy psicólogo, ni sociólogo, ni siquiatra; aunque tengo años suficientes de vida y pastorado para que, con sólo un par de cursos de psicología en mi carrera secular, la vida y el mundo en el que me muevo me hayan llevado a la conclusión de que la soledad, es el problema – casi diría – número uno, tanto en nuestras iglesias, como en esta sociedad postmoderna del siglo XXI.
Pero ¿qué me estás diciendo? Podrías preguntarme, ¿soledad en la era de la informática, donde en unos segundos podemos leer, hablar e incluso ver, a través de una pantalla del ordenador a alguien que está al otro lado del mundo?
¿Soledad en la era postmoderna de la comunicación, en donde a los cinco minutos de producirse el tsunami de la India se sabía en todo el mundo?, ¿de qué me estás hablando?...
Pues, de soledad. Supongo que el Dr. en psiquiatría Don Pablo Martínez, escribiría sobre esto con muchísimo más conocimiento de causa que yo, pero... veo y sufro de ver cada día a personas tan llenas de soledad, que creo que el Señor me da la autoridad suficiente para comentar un par de cosas al respecto.
Vivimos en la era postmoderna, es cierto, pero también en la época de las familias monoparentales, de los “singles”, de los que sufren el “síndrome de Diógenes”, personas que – en definitiva – prefieren estar hasta arriba de basura recogida en los contenedores, antes que dentro de cuatro paredes limpias, vacías, y solas.
Los que pasáis de los cuarenta, recordaréis – sin duda – aquellas reuniones familiares cada domingo, cada día especial, cada momento de problemas... La familia, los amigos íntimos eran una piña, tanto para lo bueno como para lo malo.
Era una delicia reunirse con todos los tuyos alrededor de “la lareira”, la “filloeira”, o simplemente alrededor de una mesa llena de calor humano, para tomarse un buen lacón con grelos seguido de una cálida y encantadora “queimada”. Se hablaba, se contaba, se compartía... En una palabra, se comunicaba. Y, a nadie se le ocurría eso de encerrar al padre viejo en un asilo simplemente, porque molestaba.
Hoy las cosas son muy distintas, el estereotipo es la familia monoparental, no hay sitios en las casas modernas para los padres, para hospedar a alguien que necesita sólo un poquito de cariño y hospitalidad, y es que... enseguida encontramos disculpas, y, claro, como consecuencia, viene: “el síndrome del nido vacío”, “el síndrome de la abuela-esclava” y… (tendría que llamar al Doctor Martínez para que me ayudara en esto).
Es cierto que hay personas que por su carácter, disfrutan de la soledad; a otras, nos encanta la compañía, el compartir... pero, lo cierto, es que a nadie le gusta la soledad absoluta e impuesta, y creo que es digno de tratarlo aunque sea de un modo absolutamente somero.
También es cierto que cuando Dios quiere algo especial de nosotros, nos lleva solos, “al desierto” y allí nos habla, nos prepara, y con su “yunque” nos hace útiles.
Hace algunos días leía un comentario en “Manantiales en el desierto” que me llegó al corazón. El versículo central era: “Cuando no era más que uno solo, lo llamé y lo bendije”, Isaías 51.
Y escribe la Sra. Cowman: “Siempre que Dios ha requerido de alguien que haga algo grande, lo ha llamado a un refugio solitario. Lo ha llamado para que vaya solo. ¡Cuan solitarios andaban los profetas de Israel! Juan el bautista estaba solo en el medio de la multitud. Pablo tuvo que decir: todos me han desamparado, y ¿quién ha estado más solo que nuestro Señor Jesucristo?”.
Gordon Watt dice: “Las victorias de Dios no las ganan las multitudes. El hombre que se atreve a ir donde otros retroceden se encuentra solo; pero verá la gloria de Dios”.
Mi marido, hijo también de misioneros, pasó una época de su niñez y adolescencia en un lugar precioso junto a la ría de Arosa; y cuenta, que cuando – a veces – iban a visitar a una anciana de la congregación que estaba ciega por sus muchos años, una “preciosa” anciana llamada María, que cuando le decían: María, ¿te sientes sola?... ¿qué quiere que le cantemos?. María siempre respondía:
Cristo está conmigo, ¡qué consolación!
Su presencia quita todo mi temor,
Tengo la promesa de mi salvador,
No te dejo nunca, siempre contigo estoy.
¡Qué precioso!... ¿no os emociona? A mi profundamente, quizá es que tenga bastante parecido en cuanto a sentimientos con Rosalía de Castro.
Hoy, más que nunca, nos vamos a encontrar con “singles”, ancianos solitarios, gente con alzheimer, en nuestras iglesias, y yo me pregunto: ¿estamos preparados?
Mi querido hermano ¿te sientes solo?, recuerda a Jesús en el huerto de Getsemaní, recuérdalo yendo hacia la cruz, va... solo. Recuerda a la anciana María y su himno favorito: “Cristo está conmigo, ¡que consolación!.”
Mi querido amigo que me estás leyendo desde no sé donde... ¿Sientes esa “soledad existencial” que, de alguna manera, todos llevamos dentro? El único que puede llenar tus vacíos, tus soledades y sanar todo tu dolor, es Cristo; quién supo lo que es que todos le abandonaran, sólo unas cuantas mujeres le seguían de lejos, y Pedro... le negó tres veces. Incluso su padre mismo le llegó a abandonar por unos instantes, cuando cargó en la Cruz sobre Él, el pecado de todos nosotros. ¿Conoces a alguien que pasara por tal grado de soledad?
Acércate a Él, porque está vivo ¡¡¡y cerca!!!, tan cerca como la distancia de una oración. Escucha como te susurra al oído si le recibes tan solo por fe.
“No temas; porque yo te redimí,
te puse nombre, mío eres tu”
Isaías 43
Y te puedo garantizar que – en medio de las soledades más profundas que puedas estar atravesando – no te sentirás solo; porque Él caminará a tu lado.
Te aseguro que es cierto; porque yo misma lo he vivido.
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