Por desgracia, las personas mienten, unas más que otras, y la manifestación pública del sentir del corazón y del pensamiento interior puede ser empleado contra uno mismo, en un ambiente enrarecido por la mentira y la manipulación. Aún así, la gran paradoja está en constatar que
la convivencia tiene como fundamento la veracidad de los demás. Si desconfiamos de todas las personas creyendo que nos van a engañar y que ninguna va a decir la verdad, será imposible convivir socialmente y estaríamos próximos a la esquizofrenia social que proclaman los filósofos en la actualidad.
Dentro de la práctica de la sinceridad y asumiendo el riesgo que este valor nos pueda acarrear, en la mayor parte de los casos tiene excelentes resultados y consecuencias. Cuando observamos la trayectoria de una persona que practica la transparencia, que tiene adquirido el valor de la sinceridad, casi de inmediato creemos en su palabra y no cuestionamos promesas.
Si un partido político ofrece empleo, seguridad, viviendas sociales, incremento de salarios y pensiones, etc…, y pasado el tiempo, no cumple sus compromisos electorales, además de sentirnos engañados, perdemos la confianza en el partido, en la política y en los mecanismos sociales para enmendar los errores del pasado. Cuando un sindicato reaparece súbitamente ofreciendo servicios a un mes de las elecciones, cuando los políticos municipales hacen obras para mostrar que se ocupan de los ciudadanos, en periodo pre-electoral, o cuando se acuerdan de nosotros por tener la capacidad de elegir a unos o a otros, el valor de la sinceridad acompañada de veracidad tiene tantos elementos críticos que muchos serán los que afirmen categóricamente:”Todos son iguales”, denotando nuestra resignación ante los que nos prometían grandes cambios.“
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La primera vez que me engañas es culpa tuya; pero a segunda vez, es culpa mía”; de este modo expresa esta situación un aforismo árabe. Por eso confiar nuevamente en los que nos mintieron una vez es muy complejo.
Existen también los que alardeando de sinceridad llegan a rozar la sinvergüencería, diciendo lo que no deben, para poner en evidencia a otras personas o para obtener información que pertenece a la intimidad del individuo. La sinceridad tiene unos límites diferenciados que otra vez tienen mucho que ver con la veracidad. Hay verdades que no se pueden decir abiertamente ya que la herida que produce es mayor al noble objetivo que persigue, y en este mundo en el que estamos existen valores que superan al de la sinceridad como son: el derecho a la Vida, el Respeto a los demás y el Amor.
Aún puede haber oportunidad para adquirir los valores parcialmente alcanzados. Joham Vicente Viqueira decía a los jóvenes que leyeran poesía. Lo repetía una y otra vez, ya que había de despertar en ellos la sensibilidad por las cosas. Quizás no llegue solamente con eso, pero desde nuestra sociedad plural, tolerante y libre tenemos opciones para llenarnos de los valores que tanto reclamamos y que nos negaron con la dictadura fascista, muchos llegaron a ser contravalores, aunque, paradójicamente, se nos quiera hacer creer que entonces sí que los había y que ahora están perdidos. Una cosa sí perdimos, el ser esclavos de una sola idea que nos ataba y “el mentir es propio de esclavos” decía Apolonio.
Sin embargo, no puedo dejar de pensar en la gran oportunidad que tenemos con la Palabra de Dios (la Biblia), de llenarnos de valores. Si entendemos el hecho religioso como un acercamiento a nuestro Creador para arrepentimiento de nuestros pecados y para hacer su voluntad, entonces habremos optado por una vida con sentido. La Palabra de Dios que es viva y eficaz, penetrará hasta el interior dándonos el conocimiento de quién es el Camino Verdadero y Vivo que nos lleva al Padre, Jesucristo, en el cual están presentes todos los valores.
También el de la sinceridad.
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