En un claro en el cielo, aparece el sol cegador que me obliga a taparme la cara con las manos. El suelo bajo mis pies se desvanece y caigo durante un buen rato. Intento gritar, pero de mi garganta no sale sonido alguno. Al abrir los ojos, soy mayor y duermo en un hotel que se llama Best Western Walnut Creek, y viajo hacia un sitio que se llama Nedham, y estoy en Des Moines. Al abrir los ojos veo que estoy despierto y me duele el cuello al haber dormido en una postura incómoda. Me froto los ojos y las manos, que me parecen reales, pero aún no es de día del todo, y me acuerdo de… ¿cómo era?... ah, sí:
“donde abundan los sueños, abundan también las vanidades y las muchas palabras. Pero tú, teme a Dios” (Ecl. 5:7)
Instintivamente, miro hacia el agujero de la pared, y doy un ligero respingo, que me obliga a cerrar las cortinas del todo, y la luz es tragada por la penumbra. Me pongo lo primero que encuentro, a oscuras. Cuando salgo a la calle, voy con un pantalón de pana color ocre, del mismo color exacto que la camiseta y la cazadora, y con un calcetín de rombos y otro estampado a rayas. Tampoco he acertado con los zapatos, que también son evidentemente distintos uno de otro. Doy un largo paseo de tres horas, intercalando un desayuno en cada intervalo. El café me ha alterado más de la cuenta, y así me dirijo hacia una ferretería. Precisamente en la columna de Bill Bryson acerca de la vida en este país, en el periódico, aparece una conversación entre un inglés y un americano en una ferretería y la copio aquí porque no tiene desperdicio:
INGLÉS: Hola, quisiera esa cosa que sirve para taponar agujeros en las paredes. En Inglaterra lo llaman Polyfilla…
AMERICANO: Oh, quiere usted decir masilla.
INGLÉS: Eso será, pues. Y también necesito esas cosas pequeñas de plástico que sirven para sujetar los tornillos a la pared cuando instalas una estantería. Por allí son de la marca Rawlplugs.
AMERICANO: Se refiere usted a unos tacos.
INGLÉS: Lo tendré en cuenta para otra vez.
La conversación entre el caballero orondo de la ferretería y un servidor resulta calcada a la del periódico, así que aunque sólo necesitaba un poco más de Polyfilla (perdón, masilla), he acabado comprando también dos docenas de tacos, un ambientador de pino, y un perrito caliente (pero esto no ha sido en la ferretería, sino en uno de esos graciosos puestecillos). Mientras camino con el perrito, al que echan de todo lo que se pueda comer, pienso en la conversación y llego a la conclusión de que cada vez nos resulta más difícil entendernos, incluso hablando el mismo idioma. Y lo difícil también que es escuchar con atención a alguien.
En el hotel me cuesta mirar hacia donde el hoyo. Ya ha alcanzado el radio de un rollo de papel higiénico, o de cinta de embalar. Si acerco la mano, noto cómo se acerca al agujero, por el que no se ve el otro lado. ¿A qué vendrá esto? Me rasco la cabeza y aplico con fuerza todo el bloque, aproximadamente libra y media, de masilla blanca. No tengo que esperar mucho: en apenas unos minutos la masilla ha desaparecido, y el agujero ha aumentado de un modo escandaloso. Llamo al muchacho de recepción y, cuando hace aparición en el cuarto, me ve con una escoba en una mano y un cartón de pizza a modo de escudo. El hoyo es mayor que un disco de vinilo. Nos miramos, y sin hablar, abre una bolsa de basura con la cual cubre media pared. Al acabar el trabajo, se frota las manos y me da otra llave para que cambie de habitación.
Una vez trasladado, me doy otro paseo, y voy al centro de la ciudad, donde hay unos cuantos edificios muy altos, y muchos puentes con poca distancia entre sí. Al subir a uno de esos edificios, veo que la ciudad es como una gigantesca neurona. Cuanto más cerca se encuentra uno del centro, más impersonal se vuelve el paisaje, más vacío, más artificial. Todo tiene un aspecto tan irreal, todo es tan raro, que no puede estar pasando, y en efecto, cuando vuelvo al hotel y el agujero ya se ha tragado la habitación desde la que creció, cuando ya era tarde para reaccionar (y es que en la vida, todos tenemos agujeros que llenar y reparaciones que realizar)… cuando me tumbo en la cama de nuevo y cierro los ojos durante un buen rato… entonces despierto y todo está en calma. El agujero sólo es un diminuto agujero, que sin embargo me ha dado que pensar.
Me siento en el suelo y le pido a Dios que me proteja de mis sueños, no sin antes darle gracias porque puedo serenarme y tengo una gran aventura por delante.
10 de octubre
Aeropuerto de Des Moines
New York, La Guardia Airport.
4827 American Airlines.
6am. Puerta C7 Terminal G
Si quieres comentar o