Esos aspectos son:
- La poderosa influencia que los padres ejercemos en los hijos. Aún sin saberlo. Eso no lo impide, n tampoco nos exime de nuestra responsabilidad.
- La increíble fuerza de lo que se conoce como “patrones heredados”, es decir, la conducta sostenida por los padres, cala en los hijos y en ellos se reproduce.
- Lo poderoso que puede llegar a ser un niño… para bien o para mal.
- La omnipotencia de Dios y lo necesitados que estamos de Su intervención.
Presentaré la carta en párrafos, a lo largo de varias semanas, para que tengamos la opción de meditar en el contenido de la misma, y en el mensaje que trae para todos nosotros.
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Apreciado “Nono”:
Esta mañana de un agosto maduro me desperté sin sobresaltos. Por las rendijas de la persiana penetraban tímidos haces de luz que al rozar el reloj dejaban adivinar, sin demasiada precisión, que faltaban algunos minutos para las siete. Al levantar la persiana descubrí un cielo aún encapotado. Las tormentas de la noche no consiguieron apaciguarlo.
Mientras contemplaba el sombrío paisaje de dudoso verano, descubrí que tu rostro seguía impreso en la superficie de mi memoria, y asumí que, con toda probabilidad, serías también hoy el protagonista de mis pensamientos.
Te llaman “Nono”, aunque Antonio es tu nombre. Esta cariñosa abreviatura encaja perfectamente en tu breve constitución, y en tu aspecto frágil. Debes saberlo “Nono”, tú has calado en mi alma. Pudieron haber sido tus ojos; unos ojos oscuros, enmarcados en largo cabello rubio. Pero no fueron tus ojos, fue tu mirada. Ni fue tampoco tu voz, fueron tus palabras...
Cuando me hablaron de ti y de tu historia, un espíritu de sospecha me embargó e intenté cubrir aquel asunto con otros más creíbles. Lo que me contaban tenía un tinte muy rocambolesco y matices demasiado extraños. Sin embargo ese espíritu de sospecha se fue desvaneciendo bajo la contundencia de un grito interior que me alertaba de la posibilidad de que lo que me decían de ti fuera cierto. La sombra de la duda sucumbió definitivamente bajo la luz de una frase con la que cerraron el insólito relato de tu vida: “Nono necesita ayuda y quiere ser ayudado”.
Lo que más me impresionó de cuanto me contaron acerca de ti no fueron los detalles acerca de tu profunda vinculación con el espiritismo, ni la narración de los pactos sellados con el diablo y firmados con tu propia sangre, ni siquiera la terrible efectividad de los hechizos que realizabas y mediante los cuales acercabas el sufrimiento y el dolor a aquellos contra quienes efectuabas invocaciones. Los relatos acerca de las reuniones satánicas que organizabas y en las cuales se llevaban a cabo sacrificios de animales, resultaron estremecedores, pero no fue eso lo que más me impresionó. Lo que conmovió mi alma al punto de dejarme aturdido fue el conocer que tú, Antonio, “El Nono”, tenías tan sólo trece años de edad.
Te confieso que recelé durante unos minutos, pero finalmente opté por compartir contigo aquella calurosa tarde de agosto.
Cuando llegué a la iglesia ya me aguardabas frente a la puerta cerrada. Al ver tu figura tan aniñada y tu corta estatura, resurgieron las dudas. La imagen de tu persona no me encajaba en el escalofriante relato que conocía. Recelé incluso de que aquel chico de cuerpo “tan recogido” y de rostro angelical pudiera tener trece años. Sólo el aro que llevabas insertado en la parte superior de tu oreja atenuaba la estampa de frágil criatura acostumbrada a tocar el arpa sobre una nube.
Dos amigos te acompañaban, rodeándote como fieles lugartenientes.
¿Recuerdas con qué gran esfuerzo transportabas aquella caja que tan sólo era diez centímetros más pequeña que tú?
Apenas terminamos de sentarnos en un banco de la iglesia cuando comenzaste a relatarme una historia que yo ya conocía, pero añadiendo dramáticos detalles que desconocía.»
(Continuará)
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