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Yancey, «fan» de la duda

Un barco español navegaba siglos atrás por las aguas del delta del Amazonas, aunque sin saberlo, ya que al ser tan ancho los tripulantes lo confundieron con la continuación del océano Atlántico y no se dieron cuenta que al agua era dulce, y no salada. El agua del barco se acabó y los marineros empezaron a morir de sed, aunque se encontraban flotando encima de la fuente de agua más grande del mundo. Esta anécdota, le sirve a Philip Yancey para explicar como hay mucha gente que actualmente está mu
ENTRE PARéNTESIS AUTOR Jordi Torrents 27 DE ENERO DE 2007 23:00 h

Yancey, todo un creador de best seller, es a la vez un personaje atípico dentro del submundo del star system cristiano (existe, para que nos vamos a engañar). Yancey es introvertido, pausado, reflexivo y un observador compulsivo, prácticamente enfermizo, de su entorno. 14 millones de ejemplares vendidos de su casi veintena de libros publicados (con títulos como El Jesús que nunca conocí, Encuentre a Dios en lugares inesperados, ¿Dónde está Dios cuando se sufre? o Desilusionado con Dios) y traducidos a más de 30 idiomas, le avalan. Los numerosos premios recibidos, le preceden.

Pero él, sigue observando y paseando su timidez por el mundo. En tan sólo cuatro días (del 18 al 21 de enero), acompañado de su esposa Janet –el polo opuesto a Yancey en cuanto a carácter- ha visitado seis entidades e iglesias catalanas -invitado por el Consell Evangèlic de Catalunya (CEC) y Juventud para Cristo (JPC)-, en las que ha demostrado su habilidad para ayudarnos a encontrar a Dios en cualquier rinconcito de nuestras vidas.

La no pertenencia de Yancey al star system de cabello crepado de peluquería, sonrisa blanca postquirúrgica, grandes proyecciones audiovisuales, micrófono inalámbrico y paseos con las manos extendidas al más puro estilo embaucador con estudios de márqueting, se ve al instante. Yancey no vende un producto, sinó que nos enfrenta incluso a dudar de él.

La profesionalidad de este escritor llega a tal extremo que en cada una de sus participaciones ha tratado temas distintos. En la iglesia bautista de Castellarnau –en la más que acertada calle Martin Luther King de Sabadell-, Yancey hizo suya esa premisa de que “un periodista es un generalista”, es decir, “alguien que habla mucho de todo, pero que no sabe mucho de nada”. La sentencia, no obstante, no era gratuita, ya que le sirvió para asegurar que, en su caso, sí que existe un tema del que sabe mucho: la duda. En sus libros y artículos, Yancey suele navegar por las aguas de la fina ironía; por los caminos de la literatura bien hilvanada; por la lógica de historias vistas y vividas; por la modestia de sentirse un mero espectador, un periodista vocacional enfrascado en la tarea constante de anotar todo y más en su libreta. De hecho, él mismo argumenta que nunca se ha considerado un buen ponente –aquella máxima futbolística del miedo escénico-, y sí en cambio un escritor introvertido, que prefiere trabajar en su refugio, el sótano de su casa, donde moldea las palabras y plasma en el papel –en su caso, en la pantalla- lo que su olfato periodístico ha captado.

Yancey suele autodefinirse como periodista, más que como escritor, ya que él no inventa mundos ni universos paralelos. Yancey observa ese mundo, lo disecciona y lo describe con claridad, agilidad literaria y un sentido del humor –en sus textos es fácil sonreír y hasta soltar alguna carcajada- atípico, muy atípico en otros autores que envuelven su mensaje de una seriedad y hasta un mal humor excesivos (en este punto, lo más llamativo sería dar nombres, pero el rigor obliga a dejarlo en el eufemístico “otros autores”).

Volviendo a Sabadell, Yancey explicó como había constatado la transformación de Europa de continente cristiano a continente descreído. Dice el periodista: “Entras en cualquier catedral y encuentras más turistas japoneses que gente adorando a Dios”. Puede parecer un razonamiento simplista, pero es demoledor. Yancey puso el ejemplo del devastador tsunami que arrasó varias zonas del sudeste asiático hace un par de años o el de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, cuando muchas iglesias vivieron un posterior crecimiento que volvió, irremisiblemente, a remitir.

Yancey, pues, insiste: “Tengo una perspectiva extraña de la duda, me gusta la duda”. De hecho, “empecé dudando de cuestiones muy alocadas que aprendí de pequeño en mi iglesia”, apunta. Hay que tener en cuenta que Yancey nació en una comunidad muy estricta, fundamentalista y hasta racista en el sur de los Estados Unidos, por lo que el Dios que conoció era “rígido, legalista, enfadado y más pendiente de detectar un paso en falso en mi”, tal como recuerda en su biografía. La única ventana que Yancey encontró fue el mundo de la lectura, que le ayudó a abrir su mente y descubrir finalmente que existía un Dios de gracia y bondad.

Empezó, pues, a escribir “para mi mismo, para resolver conflictos”, insistiendo en que el verdadero libro que debe servir de modelo es la Biblia, aunque sus obras se hayan convertido en el complemento perfecto para aquellas personas que han pasado por una mala experiencia como cristianas o para las que se mueven en las fronteras de la fe, a menudo débiles y pantanosas.

“Voltaire, Russell, Hume y otros grandes filósofos han dudado, con argumentos que aparecen en la misma Biblia, como en Job o en los Salmos, donde hay alegría, pero también queja y lamento”, explica un Yancey que defiende “la libertad de dudar” y que tiene claro que ser cristiano es cada día “más duro”.

Para él, Dios es más bueno con los recién convertidos, mientras que suele apretar más las tuercas a los cristianos más veteranos, aunque sea por eso de confiar misiones “al más experimentado, no al recién llegado”. Su particular “club de la duda” huye de algunos libros “que nos prometen que nunca nos pasará nada si somos creyentes, que nunca perderemos el trabajo o que nunca enfermaremos”. Ante afirmaciones de este tipo, Yancey suele regalar cortos pero intensos silencios, recreándose quizá en la reacción de su auditorio, para rematar la faena asegurando que el mismo Jesús “lloró e hizo oraciones que no obtuvieron respuesta”.

Tal como ha estudiado en algunas de sus obras sobre el dolor y el sufrimiento, Yancey asegura que “Dios no disfruta con nuestro sufrir y siempre siente compasión por nosotros”, y añade que Jesús “no sería hoy un buen americano, ya que no tenía ni idea de márqueting”. Con su fina ironía, el escritor se pregunta porqué Jesús “no se presentó, al resucitar, en casa de Pilatos en plan Schwarzenegger”. La respuesta cierra el bucle de su club de la duda: “Volvió a casa de los que habían confiado en él, aunque topó con un verdadero prototipo de europeo moderno, Tomás, que no creyó”. ¿Cuál es, aquí, el papel actual de las iglesias? “Debe ser el lugar, precisamente, para los que dudan, para los que buscan, o buscamos, un compañero de dudas”, sentencia.

En otra de sus participaciones en Catalunya –en este caso, en la iglesia bautista Unida de Terrassa-, Yancey expuso uno de los casos más paradigmáticos de la duda combinada con la entrega más absoluta, el del rey David. Para Yancey, narraciones como esta son verdaderos reportajes periodísticos, y el de David “nos muestra a alguien recibido por Dios con los brazos abiertos, a pesar de haber hecho cosas que ni el mismo Bill Clinton soñaría”. Yancey alaba la modestia de David al escribir canciones en las que el valiente no es el mismo, sinó que ese honor recae en Dios, y apunta que “si David hubiera filmado una película sobre su vida, Dios seria la estrella, no él”. Como paradigma de antiestrella, por eso, Yancey escoge el de la prostituta –“de la que ni tan solo conocemos el nombre”- que lava los pies de Jesús con su perfume y se los seca con su pelo, recordando como con esa actitud tan humilde y sumisa, la mujer “está entregando a Jesús todo su ser, incluso su futuro, ya que vierte el perfume que le sirve para atraer a los hombres”. En este punto, Yancey nos remite de nuevo a las quebradizas fronteras de la fe y nos insta a “confiar nuestro futuro a Dios” aunque estemos en una mala racha personal.

La duda, los límites casi territoriales de la fe, la confianza incluso ante la adversidad, la humildad o la esperanza. Rasgos comunes tanto en los discursos como en los textos de un autor que ha sido capaz de mostrarnos un retrato impecable, directo, del Jesús creativo, compasivo y, a menudo imprevisible, lejos de clichés y tópicos culturales (El Jesús que nunca conocí); que nos muestra como podemos encontrar a Dios en lugares tan dispares como un gimnasio de Chicago lleno de personajes musculosos y narcisistas, observando en silencio un grupo de ballenas en Alaska, leyendo y releyendo las obras de Shakespeare, hablando con jefes de propaganda rusos e incluso en las toneladas de correo que podemos recibir en casa pidiendo dinero para diferentes causas (Encuentre a Dios en lugares inesperados); y que nos acerca -hasta convertirlo en un compañero, más que en un ente abstracto- al Dios que no disfruta con el sufrimiento (¿Dónde está Dios cuando se sufre?). Un autor que, después de asomarse al mundo de arriba para compartir en directo sus opiniones, volverá a su refugio, a su sótano, a su cara a cara con el arte de moldear palabras.
 

 


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