Se han escrito abundantes libros acerca de los impresionantes avivamientos de conversión de almas en todo el mundo. Podría asegurar que si nos acercásemos a la librería de literatura cristiana más cercana, hallaríamos más de un ejemplar de este tema tan difundido. Y es que ¿quién no ha oído hablar, al menos una vez, de los enormes avivamientos espirituales ocurridos en el mundo en todas las épocas? En multitud de ocasiones hemos escuchado, leído u observado proyecciones acerca de los grandes hombres y mujeres de Dios a lo largo de la historia del cristianismo.
Comenzando con el primer discurso de Pedro (Hechos de los apóstoles 2:14-40) quien después de exponer con gran vehemencia el relato de la muerte, resurrección y glorificación de Cristo a los judíos y habitantes de Jerusalén, se agregaron como tres mil personas a la iglesia. Pasando por Zinzendorf y los moravos, quienes llegaron a ser unos de los mayores misioneros de la historia, inducidos a este estilo de vida por su amor y entrega incondicional a Cristo. Y a quien no le vienen a la memoria nombres como el de Wesley, Moody, Livinstone, etc. O ya en fechas más recientes, hombres como Paul Yonggi Cho en Corea, Luis Palau o el mismo Billy Graham y sus gigantescas campañas evangelísticas en todo el globo.
Durante algún tiempo, he tenido el privilegio de que pasaran por mis manos algunas de las lecturas más interesantes acerca de los grandes hombres de Dios en la historia de la humanidad. Nada ha satisfecho mis ratos de ocio -en ocasiones incluso otros- que esa ilustrante literatura, la cual provocaba en mí unos formidables deseos de emular aquellas hazañas espirituales. En ella, he deseado encontrar la llave secreta que me abriese la puerta a un avivamiento personal. Por mucho tiempo, he oído acerca de recetas milagrosas a través de las cuales lograría el predicho avivamiento en mi vida e iglesia. Pero después de escudriñar algunos libros y escuchar similares opiniones; todavía me he seguido preguntando cómo hallar la fuente que salta para vida eterna.
Cantamos bellas canciones como “Avívanos Señor”, pero desconocemos la fórmula para conseguirlo. Ante este dilema, muchos han optado por una vida de cristianismo pasivo. Otros, se han convertido en excelentes religiosos para los cuales ocupar sus bancos los domingos en la mañana es todo un ritual. Y algunos, simplemente han elegido la alternativa más sencilla; la huída, la no aceptación del desafíante reto que supone una vida de entrega a Cristo y a los demás.
Querido amigo, las grandes campañas, los nuevos métodos y herramientas evangelisticas para alcanzar a otros para Cristo son de mucho provecho. Y debemos dar gracias a Dios por los dones espirituales derramados en la iglesia. Pero todo esto, sin la unción del Espíritu de Dios es como hojarasca que se lleva el viento.
Me imagino a Dios cansado de vernos actuar por nuestra propia cuenta; pero solícito, a aquellos que se brindan a estar bajo su cobertura. Imagino a un Dios sufriente, observando a un pueblo que trabaja de espaldas a el, mientras cava para si cisternas, cisternas rotas que no retienen el agua.
Ciertamente, somos capaces de hablar durante horas del Libro de la Vida, pero desconocemos al autor. Hemos de recordar que Dios no mora solamente en el cielo, sino también en nuestros corazones por su Espíritu. El no es un Dios ajeno a nuestras necesidades, sino uno que camina al lado nuestro. Jesús prometió al que creyera en El, que de su interior correrían ríos de aguas vivas (Juan 7:38). Esto significa que si el que es Rey, Señor y Fundador del universo vive en nuestros cuerpos mortales, tenemos a nuestra disposición una fuente inagotable de recursos para nuestra vida. Y a cualquiera de nuestras dudas, Jesús nos responde que el que bebiere del agua que El le dará, no tendrá sed jamás. Y es ahora cuando llegamos a la parte clave. La respuesta esta en el Cristo viviente que mora en nosotros.
Usted -como yo- durante algún tiempo, vivió un periodo precioso de primer amor en su alma recién convertida. Pero ahora algo ha cambiado. Usted sabe que las cosas son distintas. Durante mucho tiempo, escuchó a algunos profetizar acerca de la pronta venida de un avivamiento, pero tanto el tiempo como la ilusión pasaron, y no ocurrió nada. Seguramente se preguntará -igualmente como yo- dónde está el problema, si tenemos a Cristo morando en nuestras vidas.
Nos hace falta reconocer y ser conscientes de la realidad del Jesus vivo en nosotros. En la palabra de Dios, hallamos miles de promesas respecto a lo que Dios quiere para sus hijos. Aunque a veces estamos tan envueltos en complicados sistemas de fe que somos incapaces de verlas.
Quizá es tiempo ya de que el pueblo de Dios nos despertemos a la necesidad de marcar un círculo en el suelo e introducirnos en el. Seguramente es tiempo de empezar por nosotros mismos sin esperar a que otros den el primer paso. Es hora de hincar nuestras rodillas delante de Dios para que llene continuamente nuestras vidas. De esta forma, juntos, nos conduciremos hacía EL VERDADERO AVIVAMIENTO.
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