La primera edición del libro circuló restringidamente, ya que fue publicada en el año dos mil por el Instituto de Estudios Educativos y Sindicales de América Latina, y sus principales receptores fueron maestros normalistas. La nueva edición es más amplia, además de revisada y corregida por el autor, y tiene asegurada una mayor difusión entre un público lector más amplio que el representado por los profesore(a)s de primaria y secundaria que se beneficiaron con este volumen integrante de la colección
Diez para los maestros.
Con respecto al título de su obra, Monsiváis explica la razón del mismo: “¿Por qué herencias ocultas? Porque, entre las razones de la modernidad, tan olvidadiza, del analfabetismo funcional, tan ubicuo, y de la inaccesibilidad de libros y colaboraciones periodísticas de otra época, ha quedado en las sombras demasiado de los fundamental de grandes escritores mexicanos del siglo XIX”. Fueron escritores muy comprometidos y activistas políticos que, para el interés de los protestantes mexicanos de hoy, contribuyeron heroicamente para romper el control ideológico de la Iglesia católica y con ello abonaron el terreno para la emergencia y fortalecimiento de un protestantismo nacional.
Las batallas culturales de Benito Juárez, Juan Bautista Morales, Guillermo Prieto, Ignacio Ramírez, Ignacio Manuel Altamirano y Vicente Riva Palacio, son recreadas magistralmente por Monsiváis, y al hacerlo nos deja en claro que esa generación deslumbrante tuvo entereza para dar una lid que transformó a la nación mexicana. Todos ellos fueron brillantes escritores y políticos, intelectuales públicos que redoblaron sus esfuerzos para debatir en todos los campos con los representantes del conservadurismo que anhelaba mantener a México en la época de la Colonia. Lo mismo eran lectores voraces, que enjundiosos y prolíficos escritores; pero también decididos militantes de las fuerzas liberales, representantes populares y funcionarios públicos ejemplares (fieramente honrados). Al evocarlos, y recordarnos su vigencia, Carlos Monsiváis recupera momentos de nuestra historia que son memoria viva, a la cual hoy tenemos acceso gracias al rescate editorial que distintos investigadores han hecho de las obras completas de Prieto, Ramírez Altamirano y Francisco Zarco, entre otros.
Esta obra de Carlos Monsiváis es, a la vez, tanto una exposición vital del pensamiento y la gesta de los liberales sobre los que hace crónicas históricas, como una descripción minuciosa de los alcances del conservadurismo que afanosamente buscaba la perpetuación del oscurantismo en la nación mexicana. Me parece que por esta razón, además de elaborar un perfil intelectual de cada personaje analizado, Monsiváis consideró en esta reciente edición agregar un nuevo capítulo (“El Estado y la Iglesia”) en el cual rememora la enconada oposición eclesiástica a la Constitución liberal de 1857 y, pero por supuesto, a las Leyes de Reforma juaristas que rompieron el predominio político y económico que tuvo la Iglesia católica durante casi tres siglos y medio en nuestro país.
Con ese tipo de afirmaciones que le caracterizan, y que son conclusiones cuya base histórica y argumentativa son irrebatibles por los conservadores decimonónicos y sus herederos en el siglo XXI, Monsiváis señala certero que “De manera inexorable, el siglo XIX mexicano es en buena medida la batalla campal entre intolerancia y tolerancia, lo que involucra a los propios clérigos”. O para decirlo con una cita de Ignacio Manuel Altamirano, “O somos liberales, o somos liberticidas”, que el autor de
Nuevo catecismo para indios remisos reproduce para mostrarnos la radicalidad de los hombres que se levantaron incansablemente contra el poder clerical.
En el siglo XIX mexicano la aspiración a continuar con el control exclusivo de las conciencias de los ciudadanos, hace que la jerarquía católica sea férrea opositora a la libertad de conciencia, de imprenta y de cultos. Pero la cautividad de la ciudadanía era confesional y también tenía repercusiones políticas, económicas y civiles. Quienes confrontan el poder colonial de la Iglesia católica, nos recuerda Monsiváis, “Son anticlericales, aseguran, por su apego al cristianismo primitivo, y fuera de Ramírez los demás se declaran creyentes, y con gran frecuencia guadalupanos, y su laicidad radica en la separación de poderes: al César lo que es del Estado, y a Dios lo que es de la Iglesia”. Pero como sólo se podía creer en el modo decretado por la jerarquía católica, ésta trata igual que a herejes a los liberales que a la manera de Ignacio Manuel Altamirano (
La Navidad en las montañas, 1871) imaginaban una forma de ser cristiano muy distinta a la del control de la cúpula clerical.
Por cierto que Altamirano defendió a los creyentes evangélicos encarcelados en la primavera de 1870, por la convergencia de una intolerancia clerical y el apoyo de un poder político local. El Domingo de Ramos de aquel año, la creciente comunidad evangélica, mayormente indígena, de Chimalhuacán (en el Estado de México y distante a unos 20 kilómetros del centro de la capital mexicana) celebraba un culto que incluía bautizos. Las cerca de cien personas vieron interrumpida su celebración por la llegada de un grupo armado encabezado por el cura Villagelín, de origen andaluz. Más de cuarenta adultos fueron encarcelados tres meses por desafiar la hegemonía religiosa católica. Durante su cautiverio los protestantes continuaron celebrando cultos. Varias voces se alzaron para defender a los indígenas, entre ellas la de Ignacio Manuel Altamirano, quien escribió a favor de la causa de los evangélicos en el periódico
El Siglo XIX, publicación muy crítica de lo que llamaba el oscurantismo católico.
Sin saberlo del todo, sin estar conscientes de sus orígenes y posteriores desarrollos, somos herederos de batallas culturales que sembraron entre nosotros la noción, y práctica, de libertades y derechos que solamente los añorantes comprometidos con una visión conservadora, es decir estrechamente identificada con los postulados de la doctrina social católica, quisieran ver abolidos o fuertemente acotados. Las herencias allí están y hay que refrendarlas para cerrar el paso a los intolerantes de hoy. Para conocer esos legados, su dolorosa gestación, la obra de Carlos Monsiváis es imprescindible y de arrebatadora lectura.
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