Todo aquello que las sociedades occidentales prohiben se convierte automáticamente en objeto de tráfico ilegal.
En este oscuro mercado es posible encontrar drogas, armas, mujeres y niños para la prostitución, material radioactivo, órganos humanos para trasplantes, inmigrantes ilegales, secuestro, juego, blanqueo y falsificación de dinero, tarjetas de crédito u objetos de arte, asesinos de alquiler, extorsión, tráfico de información confidencial o tecnológica, material robado y hasta vertidos tóxicos o basura ilegal.
Es verdad que la maldad del ser humano así como las actividades delictivas han existido siempre desde que el hombre es hombre, pero el delito global que existe hoy es diferente al de otras épocas, precisamente por sus interconexiones a escala mundial.
Las relaciones actuales entre las poderosas organizaciones criminales del planeta constituyen un fenómeno nuevo que perjudica gravemente a toda la sociedad. Desde la
Cosa Nostra en Sicilia hasta la mafia estadounidense, pasando por los cárteles colombianos, las redes criminales nigerianas, los
yakuzas del Japón, las Tríadas chinas o las mafias rusas,
hay una extensa gama de asociaciones criminales repartidas por la mayoría de los países del mundo que pueden comunicarse entre sí y decidir acciones conjuntas en lugares concretos. Y, en algunos casos, tales organizaciones son capaces de imponer su voluntad a determinados gobiernos y hacer peligrar el equilibrio económico e incluso la propia democracia existente en ciertas naciones.
EL NEGOCIO DE LAS DROGAS
Se ha señalado reiteradamente que una de las principales actividades delictivas como es el tráfico global de drogas, -que mueve alrededor de 500.000 millones de dólares cada año, es decir, más que el comercio internacional del petróleo- podría llegar a desaparecer si se legalizase el consumo de droga en todo el mundo. Esto sería un duro golpe para el crimen organizado ya que acabaría con la demanda y con los numerosos delitos que la venta ilegal de droga lleva asociados.
Seguramente quienes se oponen a tal legalización, aparte de los mafiosos que viven de ello, poseen poderosas razones morales que procuran sobre todo proteger a la juventud de un acceso demasiado fácil al mundo de la drogadicción. Sin embargo, quizás sea menester durante este siglo XXI replantearse seriamente todas estas cuestiones para enfrentarse al desafío del crimen organizado.
El origen de la afición a las drogas surge de la insatisfacción en que vive hoy el ser humano en el seno de las actuales sociedades. En la era del vacío existencial en la que se ha perdido la fe en Dios y en el propio hombre, algunas personas se refugian en los placeres inmediatos para conseguir felicidad, aunque ésta sea momentánea y deteriore gravemente sus organismos. De ahí que, a pesar de la represión policial contra la venta y el consumo de ciertas drogas, lo más probable es que los adictos las sigan buscando y los traficantes se las continúen proporcionando a precios elevadísimos, a menos que se corte de raíz el problema.
Una moralidad equivocada junto a una política torpe que no contemplen adecuadamente la libertad y la responsabilidad individual de cada ser humano frente a todas las decisiones que debe tomar en su vida, pueden contribuir a que el problema del tráfico de estupefacientes no se solucione jamás. Aunque, por supuesto, lo deseable sería acabar para siempre con el negocio de la droga que es el principal responsable de la mayoría de los crímenes que se comenten hoy en el mundo.
LEY Y RESPONSABILIDAD INDIVIDUAL
Existen precedentes históricos importantes que demuestran que la prohibición legal, impuesta por los gobiernos, de consumir un determinado producto no siempre consigue su propósito entre la población sino que, en ocasiones, puede resultar incluso contraproducente.
Por ejemplo, cuando en 1920 entró en vigor en Estados Unidos la ley que prohibía la fabricación de bebidas alcohólicas, así como su transporte y venta, se hizo en base a una buena razón ética: evitar el alcoholismo y sus consecuencias negativas especialmente entre los inmigrantes pobres.
Detrás de esta ley estaba el trabajo que durante años habían venido realizando ciertas agrupaciones creadas por cristianos evangélicos, como el
Partido Nacional Prohibicionista, que existía desde 1869, o la
Liga contra los bares, creada en 1895.
Pues bien, el resultado fue que esta medida impositiva no pudo acabar con el alcoholismo. La ley no se respetó y, en vez de disminuir, el contrabando de alcohol aumentó así como su consumo ilegal. Finalmente, en 1933, el presidente Roosevelt anuló tal enmienda poniendo fin a la prohibición de consumir bebidas alcohólicas.
Frente a la naturaleza moral del hombre de hoy, así como ante la diversidad de culturas, etnias y creencias que actualmente conviven juntas por todo el mundo, resulta muy difícil tener éxito y convencer a todas las personas mediante la imposición o la prohibición de algo en lo que no creen o que decididamente no desean realizar.
De ahí que el debate actual en torno a la posible legalización o no de la droga sea una de las principales asignaturas pendientes en relación al reto de la criminalidad que afecta también a los cristianos y que continúa demandando una respuesta sabia.
Si quieres comentar o