¿Recuerda Vd. aquella simpática Fiesta de Blas, de donde todo el mundo salía con unas cuantas copas de más? En el caso de que tenga Vd. menos de cuarenta años, le diré que se trataba de una canción del legendario grupo de música pop español Formula V, y que era el año 1974.
Ya ha llovido desde entonces. Pero ha sido triste ver como la “V”, que en el nombre del mencionado grupo, algunos creíamos ver la fórmula de la Victoria, es decir, de la democracia, que estaba a punto de nacer en nuestro país, se iba tornando en “B” de beber, de botellón y de botellódromo.
En la España democrática el whisky comenzó a ser, y sigue siendo, más barato que en la propia Escocia, lo que indudablemente atraía, y atrae, a cierta clase de turismo indeseable; la venta de alcohol a menores –a pesar de estar sancionada por la ley- es un uso diario en las ventanas traseras de muchos bares, donde los jóvenes hacían, y hacen, cola con su bolsa de plástico portando las litronas y los cubatas de garrafón.
No. Esto no es consecuencia de la democracia, por si es eso lo que está Vd. pensando. A menos que realmente los españoles seamos tan diferentes como decía el slogan de los sesenta.
Hay países indudablemente democráticos –los he visto con mis propios ojos- donde la policía detiene a un hombre por la única razón de estar bebiendo alcohol en un parque. Le repito que lo he visto. Y me quedé estupefacto al ver que lo retiraban esposado. Me sentí triste por mi país, donde lo que he visto es jóvenes y no tan jóvenes tirados en el suelo, en los parques, y la policía no se atrevía ni a tocarlos.
He visto, también en un parque, mientras hablábamos de Jesucristo a la gente, el charco de sangre de la puñalada a un joven botellonero la noche anterior. Nuestra actividad evangelística fue por la tarde y duró un par de horas, la mancha de sangre siguió allí cuando nos fuimos. Nadie vino a limpiarla.
No estoy diciendo que haya que llegar siempre a los extremos de la detención policial. No tendríamos cárceles. Pero le aseguro a Vd. que nadie en todo este planeta duda sobre la democracia de ese otro país del que le hablo.
¿Que qué podemos hacer? Mire, me consta que algunos gobiernos autonómicos y algunos ayuntamientos, que es de quién parece depender el asunto, se lo están tomando en serio desde hace años. Otros, sinceramente, marean la perdiz, o sea, que no les interesa enfrentarse de cara con el problema, económico, por cierto.
Se oye: “los jóvenes tienen derecho a la diversión…”, “esto es la libertad…”, “hay que conjugar dos derechos inalienables: el de poder divertirse, con el de poder descansar…”. A eso le llamamos en mi tierra “marear la perdiz”.
¿Dónde dice nuestra Constitución o nuestros Estatutos Autonómicos, reformados o no, que beber alcohol en lugares públicos hasta perder el control, la decencia, la salud, la libertad y la vida es un derecho inalienable de los jóvenes?
¿Hasta cuándo vamos a permitir la sangría de vidas juveniles en la carretera, volviendo a casa desde el botellódromo de turno? ¿O es que les vamos a poner un autobús o un taxi a cada uno/a de nuestros jóvenes, para que puedan seguir consumiendo el veneno con el que otros se hacen ricos, como ya hacen algunos ayuntamientos?
Si está Vd. interesado en esta cuestión, y si no piensa que ya hemos perdido la batalla y la guerra, le recomiendo a Vd. varias cosas para analizar un problema tan grave como éste.
Primero, olvídese de colores políticos. Hay indeseables en todos sitios, que incluso regentan empresas expendedoras de este veneno llamado alcohol, y luego resultan ser ediles de ayuntamientos que no menciono por puro miedo.
Segundo, créame –a mí y a Sherlock Holmes, cuando decía que descartado lo imposible, lo posible es lo cierto por improbable que parezca-, cuando le digo que si un problema no se resuelve es porque hay alguien con poder para hacerlo, que gana mucho con que todo siga igual.
Y, tercero, al menos es lo que voy a hacer yo, en las próximas elecciones municipales leeré con atención los programas de los partidos, y le daré mi voto a aquél que prometa con más ahínco, no ya que vaya a hacer botellódromos lejos de mi casa, donde apartar a los jóvenes de mi derecho al descanso (al fin y al cabo a mi lo que me desvelan son las motos, y aprovecho para leer), sino aquél que se tome en serio, por lo pronto, cerrar de verdad un establecimiento que venda alcohol a los menores. Y que después ofrezca valores constructivos y salidas saludables a los jóvenes, con valentía, sin miedo a perder votos.
Créame si le digo que aquel que coja el toro por los cuernos, estoy seguro de que se encontrará mucho más apoyado que criticado. La gente que queremos una juventud sana somos muchos más que los que pretenden ganar dinero a costa de lo que sea. ¿Vd. qué dice?
Hasta la semana que viene.
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