-Te vas a ir a España- Le dijo. Soukoulé obedeció, malvendió sus libros, y con el dinero que pudieron juntarle entre todos, se vino a España, a trabajar.
Conocí a Soukoulé hace unos 8 ó 9 años, cuando asistía a una de las clases de Lengua Española para inmigrantes, que algunos maestros impartíamos como voluntarios de la Asociación “Almería Acoge”. Me sorprendió mucho que Soukoulé hablara francés, inglés, bámbara (su lengua nativa) y algunas lenguas africanas más. Me sorprendió, y me enseñó un poco de humildad, pues yo estaba enseñándole a hablar en una nueva lengua, a quién podía enseñarme a mí a otras tres o cuatro.
Soukoulé no sólo era conocedor de varios idiomas, sino que también muy inteligente, culto y un maravilloso narrador de cuentos. Sin embargo, al ser extranjero, de raza negra y pobre, se ocupaba en recolectar tomates y pimientos en el invernadero de alguien que ni siquiera sabría pronunciar correctamente su nombre, Soukoulé.
Soukoulé vive ahora en Madrid. Trabaja en la construcción. Gana bastante, y está algo mejor mirado, según me cuenta.
Me encontré con él este verano pasado y me contó que con el dinero que manda a su familia, han podido comprar una casa, y él ha podido casarse con su novia de toda la vida. Me emocioné al ver que Dios bendice de formas tan extrañas y a veces tan duras. Ella vive en Bamako y sólo se ven una vez al año como mucho.
Ya ve Vd.
La historia de Soukoulé es una de tantas que están a la vuelta de cualquier esquina y a lo largo de toda la geografía española, y que nos pasan desapercibidas. A mí me llaman mucho la atención las caras de los inmigrantes. Las miro desde lejos, cuando ellos o ellas no lo notan, y sus caras me hablan. Me hablan de soledad, de abandono, de añoranza,… En fin…
Y el caso es que, según el último informe económico de nuestro país, gran parte de la “culpa” de este avance económico tan continuado -ya ve- la tienen los inmigrantes.
A mí me preocupa más el saber de ellos, de ellas. ¡A veces se lleva uno cada sorpresa! Como la de Soukoulé. Y no le hablo de los hermanos extranjeros dentro de las iglesias evangélicas españolas. Ellos son los más bendecidos. Los que llegan a nuestras congregaciones de verdad buscando al Cristo vivo que dejaron en Ecuador, en Perú, en Colombia…en Rumanía. Dentro de las iglesias no hay inmigrantes, todos somos peregrinos en este mundo. ¿Sabe?, creo que no hay otra forma de integración mejor que el vivir de los hermanos en armonía. Y no es sólo una frase. Es Palabra de Dios.
Pero no quisiera acabar este artículo sin pedirle que reflexionara Vd. un poco sobre ese hombre africano, que jamás ha probado una gota de alcohol, que jamás ha fumado, que jamás ha faltado al respeto a una mujer o a un mayor; que lleva una vida de pureza sobre la base de su religión o su moral.
Piense que ese hombre no distingue entre lo social y lo religioso, ni entre lo moral y lo ritual; y que viene convencido de que llega a un país cristiano. Cuando ese hombre -que podría ser nuestro Soukoulé- ha pasado aquí un par de semanas y ha tenido ocasión de ver el botellón, las drogas al cabo de la calle, la violencia a flor de piel, la sexualidad comercial y desaforada, cuando ese hombre ha visto todo esto, nos dirá que él no quiere ser así, que no quiere ser “cristiano”. Y tendrá toda la razón, mientras no encuentre quién le diga que eso no es ser cristiano, sino todo lo contrario.
Créame que lo tenemos difícil. Pero hace unos días leyendo un libro me encontré con esto que le trascribo. No creo que haya otra solución, ni otra alianza, si no pasa por esto:
“Él trazó un círculo que me dejaba fuera
y se puso a llamarme: «¡Malvado, hereje, infiel!»
pero el Amor y yo tuvimos la habilidad de ganar
y trazamos otro círculo que le incluyó a él”
¿Sabe a qué amor me refiero, no? Pues eso. Que Dios le bendiga con esa clase de Amor.
Hasta la semana que viene.
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