Dejándonos de definiciones que, en el caso de seres humanos, son, cuando menos, tan odiosas como las comparaciones, le llamo a reflexionar un poco sobre este segmento social tan envidiable como preocupante.
Mire, si de verdad fuéramos valientes, admitiríamos que
adolescencia, tal como la entendemos hoy y aquí, como etapa vital, no existe más que en el llamado mundo occidental desarrollado. Sería la parte de la vida de un joven, o una joven, en la que los adultos, literalmente, no les dejamos “ser”. Son demasiado mayores para las cosas de niños, y demasiado jóvenes para las de los adultos. A veces no saben ellos lo que son.
Le sigo llamando a la valentía. Admita Vd. conmigo que la adolescencia ya nada tiene que ver con la pubertad celebrada en los ritos antiguos. Es más, aquellas puestas de largo, o presentaciones en sociedad de las chicas; y similares ritos iniciáticos para los varones, ¿lo que hacían no eran marcar un hito vital en el que se dejaba de ser tratado como impúber, es decir, como niño, y se pasaba a ser tratado como adulto joven? Los chicos ya podían acompañar a los varones en sus reuniones y conversaciones, y las chicas “gozaban” del status de casaderas. Por favor no vea en estas descripciones ningún rasgo machista, pues ya me conoce Vd. y sabe que no lo hay. Estoy simplemente describiendo lo que hay/había.
¿Qué donde está la valentía conceptual a la que yo hacía referencia? Pues verá Vd. Creo sinceramente que la adolescencia es un síntoma socio-económico de este mundo materialista en que vivimos, más que una etapa natural de desarrollo psicoevolutivo. Lo que ahora llamamos Adolescencia no es más que una fase en la que los y las jóvenes aún no son autónomos económicamente, no tienen unos ingresos que les permita formar un hogar independiente. Eso, unido al largo periodo de estudios, y a que cada vez es más difícil alcanzar ese nivel de autonomía e independencia económica, la salida de la adolescencia se hace inalcanzable. Y, en no pocas ocasiones, se crea una cómoda situación en la que adultos de más de 30 años, viven aún como adolescentes. Créame Vd. que le hablo de casos conocidos.
Por otro lado, la frontera de entrada en la adolescencia se ha rebajado a la pura niñez. Porque, dígame Vd.: Mis alumnos de 11-12 años de 1º de ESO, ¿son ya adolescentes? Por lo que se ve, sí, y muy en especial para esta sociedad de consumo. ¿Sabe Vd. el dinero que necesita un chico/chica de esa edad para estar a la altura de los estándares de sus compañeros y amigos? Pero, dígame: ¿Éramos adolescentes Vd. y yo con esa misma edad? Yo, al menos, he de decirle que no. Mis preocupaciones a los 12 años eran pescar, jugar con los amigos, trepar a los árboles y procurar que mi madre no viera el roto del pantalón. O sea, que aquel niño que fui entonces, seria hoy un soberano lelo, entre los modelos paradigmáticos de mis alumnos.
Las características psicológicas del/de la adolescente están sobradamente descritas en todas partes, desde los sesudos tratados universitarios, hasta las revistas oportunistas que puede encontrar Vd. en cualquier kiosko. Pero lo que me preocupa es que creo que esas características no son propiamente antropológicas, en tanto que no son ni universales, ni históricas. Son de aquí y de ahora. Y son fomentadas y aprovechadas por unos intereses que podríamos llamar, en el mejor de los casos, comerciales.
Después de esto vienen los problemas de comportamiento, de relación, las pandillas callejeras, los pequeños delitos juveniles, los acosos escolares, y vamos a parar aquí. ¿No cree?
Y es que lo que ocurre es que el adolescente occidental, no tiene más modelo que perseguir que el que les da la mayor parte de las series de TV. Iba a citar también el cine, pero no, el cine no, porque el adolescente no va al cine. ¡La película es tan larga! Claro que hay excepciones, gracias a Dios. Pero yo, como educador, no me conformo con ellas. Quiero más, tengo que querer más.
Educar es acostumbrar a los hijos y a los alumnos a mantener la inevitable línea del conflicto en áreas no destructivas de su personalidad. ¿Que qué significa eso? Pues le explico. Entre los jóvenes y los adultos siempre ha habido y habrá conflictos (Proverbios 10:1; 13:1; 17:25; 19:18; 29:17. Lea especialmente este último versículo). Si logramos que esos conflictos se mantengan sobre aspectos más cotidianos y cercanos de la vida, como por ejemplo, tratar de llegar a acuerdos sobre su forma de vestir, pongamos por caso, las energías contendientes empleadas tanto por padres como por jóvenes se agotarían en ese conflicto. Entiendo yo que así no daríamos lugar a mantenerlos en otros temas más graves, como si pueden fumar o no, o si pueden salir a horas intempestivas o no, o si pueden beber alcohol o no, cuando lo hacen todos sus compañeros.
¿Cómo dice Vd.? ¿Qué soy un iluso? Si, es cierto, pero mire, con mis hijos, desde muy pequeñitos, y con mis alumnos, he empleado siempre la técnica de interesarme por sus cosas, de hablar con ellos, de atenderlos en sus preguntas, aun cuando fueran nimieadades. De este modo he conseguido que de forma ininterrumpida y hasta ahora mi hijo de 26 años me consulte sus dudas y problemas. Evidentemente ya no puedo darles solución. Pero, ¿no cree Vd. que eso es bueno para él y para mí?
Lo que no se puede es dejar a los niños crecer de cualquier manera para que no nos molesten; darles de todo, pero sin compartir nada con ellos; no corregirles, para no traumatizarlos; etc, etc… Y, después, querer que con 16 años nos obedezcan en todo. ¿No cree Vd. que es un contrasentido?
Esta sencilla técnica de educarlos pensando en que serán adolescentes, jóvenes y adultos algún día, sólo es efectiva si se cumplen dos condiciones:
(1) Iniciarla desde que nacen, y (2) acompañarla de un amor evidente, de ese amor que se manifiesta cuando se les pregunta: ¿cómo te ha ido hoy en el cole?, o ¿qué piensas tú de esto o de aquello? Y, después, que perciban que les estamos escuchando al respondernos.
UNA ANÉCDOTA QUE LO REFRENDA:
Hace algún tiempo visité un Instituto Cristiano de Enseñanza Secundaria en la provincia de Madrid, y me gustó algo que, para muchas personas de hoy, podría ser hasta un disparate autoritario. Se trataba de una lista de normas que los alumnos y las alumnas de ese Instituto debían cumplir. Como por ejemplo, que no se podían llevar pantalones los bajos de cuyas perneras arrastraran por el suelo, o que el tiro de los mismos fuese tan corto que dejase ver el vientre de su portador/a. Esto, aunque no lo crea Vd. es lo que quiere un joven o una joven que le digan clarito y desde el principio, lo que puede y no puede hacer. Lo que les decía esa normativa estaba claro, “aquí somos así, si quieres, puedes serlo tú también”. Es curioso que entre esas normas no leí ninguna sobre que no se pudiera fumar, tomar drogas, besarse en público, etc… Sencillamente, no hacía falta.
Si es Vd. padre o madre, no se rinda. Vd. y yo sabemos que el enemigo es fuerte y persistente, pero ya sabe lo que nos dice Santiago 1:5. Ande, vaya, busque su Biblia, léalo, y ya verá.
Que el Señor nos ayude. Hasta la semana que viene.
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