Arrugo un papel que, tras leerlo por última vez, lo tiro al mar incesante y hambriento. Quizá aquí tendría que explicar qué hago en este viaje, de dónde vengo, hacia dónde me dirijo, y por qué tiro el papel. Pero todo tiene su tiempo. Además, no sé realmente cuál es mi destino. De momento, el plan maestro que pretendo culminar consiste en recorrer el mundo, pisar todas las tierras, reposar y meditar en ellas, y contar mis aventuras. Para entenderme un poco, contaré que mi madre me decía muy a menudo: “chico, algún día tienes que descubrir este mundo” (1), mientras sonreía y me daba palmaditas en la cabeza. Y es que siempre he tenido la cabeza un poco llena de pájaros.
Aquí me hallo, sobre mis pies, y relativamente cerca del que ha sido mi hogar durante veinte años, del que hasta hace relativamente poco ni me había planteado desaparecer. ¿Son los acontecimientos de los últimos días los que me empujan a huir, a moverme, quizá para ver si fuera de mi contexto es todo igual? Una tasa de paro del 3.9% influye, desde luego, como también el hecho de que la producción de telas para cortinas sea el principal medio de subsistencia. Siempre me ha gustado la ciudad, y que estuviera cerca de una ciudad mediana, sin perder por ello su autosuficiencia.
Pero los últimos días no paro de oír las noticias, turbias como el agua que hay bajo este puente, y eso ha sido el gran resorte, el gran empuje para que haga lo que siempre he querido en realidad: conocer mundo. Es el viejo impulso del ser humano, es parte de su vieja naturaleza: huir, casi siempre a su interior; es un tanto ridículo: como si pudiéramos encontrar una sola verdad dentro de nuestro propio saber. Estoy convencido de que este viaje afirmará esta tesis. ¿A quién iré ahora? ¿Hacia dónde encaminar mis pasos? Tengo trazados algunos puntos en los que pararé, pero sigue inquietándome no tener un destino.
A unos quince metros un vecino ha sacado una caña e intenta pescar algo, para despejarse. Primero pesca una bota. Una matrícula. Una bolsa de plástico. Un pez muerto, que me mira. De verdad, el pez muerto me está mirando. ¡Qué imagen tan profunda de lo que nos puede ocurrir si seguimos confiando en nosotros mismos! ¡Y aún no he recorrido ni veinte kilómetros de mi plan de fuga!
Aspiro el aire nativo, embriagador, con la lluvia siempre impregnada. Abro bien las aletas de la nariz para atraparlo todo, que no escape ni una pizca. Ante la vista desde el alto puente se extiende una perspectiva casi artificial. Está claro que quiero viajar, en todas las conjugaciones del verbo, si es posible. Y he de registrar todo lo que me parezca interesante. ¿Será este el sentido del mismo viaje? Veremos.
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Decía un poco más arriba que ya explicaría por qué tiro el papel. He decidido hacerlo aquí, ahora, puesto que es importante y da sentido a estas páginas. Resulta que hace exactamente tres días, un ser anónimo dejó caer una maleta en la puerta de casa, llamó, y desapareció. Tras darle unas cuantas vueltas en la cabeza, acabé por abrirla y ver su contenido. Tuve que taparme la boca para contenerme. Dispuestos como para salir en una fotografía, había varios fajos de billetes de 100 libras. Salí en bata y pijama y di varias vueltas por los alrededores para ver si encontraba al dueño. Ni rastro. Dentro de la maleta encontré una carta escrita en papel amarillo de líneas finas y azules. Decía sólo:
Nedham, 43 Red Street. 30 de noviembre. 14 horas. Cuide de este pequeño - supuse que se refería a la maleta –.
Si necesita algo de él, no dude en hacer un buen uso. Gracias de antemano, T. Y entonces supuse que podría hacer un buen uso del pequeño, mientras llegaba la fecha del 30 de noviembre, en la que devolvería al señor T. la maleta, sonriente y satisfecho de ser un buen ciudadano.
Enseguida me puse a planificar el viaje, y de pronto caí en algo esencial para el viaje: ¿Dónde está Nedham? Miré en algunos atlas muy buenos, también en Google, y la tarea resultó infructuosa, pues en todas partes aparece una ciudad llamada Needham, con dos e, y está en Massachussets, EEUU. ¿Sería una errata, debido a las prisas? No lo sabía. Di varias vueltas al papel amarillo y luego me centré en la maleta. En efecto, había olvidado una pequeña tarjeta en la que habían escrito claramente:
DBLN, Univ. ed. rojo. U-325.
Mi cerebro rellenó las vocales para las letras mayúsculas, casi por inercia, como si yo mismo las hubiese escrito. Fue bastante fácil esa primera parte. El resto me intrigaba por su falta aparente de sentido. No obstante, ya lo averiguaría en su momento.
Y aquí estoy, en el punto de partida de la historia. Con algo de vértigo. Llevaba mucho tiempo pidiéndole a Dios que me dejara ver algo, un poco al menos, de este mundo. La ciudad más cercana con aeropuerto es Cardiff. Próximo destino y primera pista: Dublín, la tierra de James Joyce.
(1) Nota del traductor: intraducible juego de palabras con los términos ‘lad’ (chico, chaval) y ‘land’ (tierra). El juego de palabras de la madre hace alusión a que el protagonista tiene que descubrir el mundo y a la vez lo que él mismo cree.
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