Siguiendo unos pies embutidos en botas de piel de cocodrilo me topé con una caja de cartón. Abrí el campo de atención y me percaté de que estaba sola y aburrida. Miré alrededor y nadie parecía prestarle atención, nadie tenía aspecto de ser su dueño. Esperé así, buscando a alguien que encajara con la imagen de la caja. Pero todos, y a la vez ninguno, podían reclamar esa caja como suya. Incluso yo podía hacerlo. No era un objeto muy grande, ni parecía pesado. Era un objeto demasiado corriente. Tanto como para llamar mi atención. Así que me acerqué. Era inevitable. Sé que está mal coger las cosas del suelo, y encima sin permiso. Pero sin darme tiempo a analizar el objeto, lo recogí justo cuando venía el autobús, y entré con él, intentando parecer normal. Y lo conseguí.
“Un sobre cerrado es un enigma que tiene otros enigmas en su interior”, decía Pérez-Reverte. Me sentí totalmente identificado con la situación, así que prolongué mi curiosidad un ratito, sosteniendo el paquete, que pesaba un poco más de lo que parecía. Lo levantaba y hacía como si lo mirara al trasluz, como si pudiera ver su contenido desde fuera con los rayos X de mi visión, uno de entre mis varios poderes. Lo hice sonar... nada. Podía encerrar cualquier cosa. Así que saqué una llave y rompí la cinta aislante marrón, haciendo un sonido que siempre me ha gustado oír. Me paré a la mitad de la caja, y reparé en que podía haber algo peligroso dentro, como una bomba, o un enjambre de abejas. Pero mi curiosidad pudo, porque esa curiosidad era el mayor de mis poderes. Dentro vivían seis cuadernos de notas. Todos forrados de cuero de distintas gradaciones. De unas trescientas páginas cada uno. De papel gastado y cubierto de polvo.
Enseguida me di cuenta de lo extraordinario de mi descubrimiento. No hizo falta que abriera esos cuadernos, que parecían de viaje, para saber que era dueño ya no de una caja, sino de toda una vida entera. Y cuando abrí los cuadernos, con mimo... mereció la pena. Alguien había completado aquellas miles de experiencias, y las había abandonado para que yo las leyera. Y entonces el autobús se paró en la estación y me tocaba bajarme. Metí los cuadernos en el fondo de la pequeña maleta, y aplasté la caja para meterla bajo el asiento.
- Chico, cuánto pesa tu maleta. Parece el baúl de la Piquer. ¿Qué llevas? – se interesó mi amiga, siempre sonriente.
- Eh... – y tomé la decisión que hasta hoy no he confesado a nadie – nada, nada... cintas. He traído muchas cintas – y en parte era cierto. Habían como unas trece cintas en un lado de la maleta, pero todas juntas no lograban ese peso. Pero pareció convencerla, y no volvimos a sacar el tema en todo el fin de semana que pasé en aquella ciudad tan hermosa, tan cubierta de redes.
Claro que, ni las carreras de caballos a orillas del mar consiguieron que apartara mis pensamientos sobre aquel hallazgo de la cabeza, ni el gesto pensativo de mi rostro. Fueron días bonitos, pero tenía mi atención fijada en el interior de mi maleta.
Volví a mi tierra verde y morada, y me leí una y otra vez aquellos cuadernos. En efecto, eran libros de viaje. Eran diarios con un montón de experiencias, aventuras, ilusiones, sueños y desencuentros. Eran diarios repletos de vida. Estaban en inglés, y he tardado todo este tiempo en traducirlos poco a poco, con la misma terneza que usé para acariciar sus tapas por primera vez. Yo siempre he querido viajar mucho, conocer muchos lugares, enfrentarme a muchas culturas, y aprender. Nunca supe el nombre del hombre que registró todos los detalles en esos seis libros. Pero cuánto aprendí. Terminé en tres años de traducir esos textos y los guardé, hasta hoy.
Casi me había olvidado de ellos, hasta que el director de este periódico me dijo que buscaba algo nuevo para incorporarlo en su contenido. Ahora que en septiembre empieza el perenne nuevo curso, en el que siempre hay un balance de lo hecho y lo por hacer, recordé aquellos libros, y le propuse, le dije:
- Oye, ¿recuerdas que un día te conté una historia de una caja con seis cuadernos de viaje dentro?
- Ah, sí... – dijo, tocándose la barba con serenidad – sí, era una bonita historia.
- ¿Qué te parece si los publicamos, por entregas –y acerqué mi voz confidencialmente-, como los buenos folletines?
Y como podrán deducir ustedes, le pareció una gran idea. Así que, teniendo presente un texto bíblico que en su día no me llamó mucho la atención pero que ahora tiene todo el sentido, les hago partícipes de estos cuadernos, de estos hechos de alguien que recorrió todo un mundo para buscarse a sí mismo, y que encontró fuera de él algo muchísimo mejor.
El texto bíblico era:
“escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser después de estas” (Apocalipsis 1:19)
Gracias por su paciencia, y espero de verdad que lo disfruten.
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