Elías no tenía problema con los palestinos; de hecho, cuando un coche se paró para recogerle, no tuvo prevención alguna en entrar al ver los rasgos de sus ocupantes. No llegó a casa; lo llevaron a un vertedero en Ramallah y lo mataron sin más; como ETA con el gobierno español, los palestinos pensaban usarlo de moneda de cambio, en este caso pidiendo la liberación de patriotas a cambio de su cadáver.
Ni nos acordamos ya, pero esto acaba de suceder hace unos días, en la espiral que se retuerce aún más sobre Oriente Próximo. Al igual que en el caso de Miguel Angel Blanco, sus ejecutores no son sino una parte de un entramado que toma sus decisiones a un nivel superior: La desvinculación de Gaza había abierto las puertas a la hoja de ruta en el camino de la paz y la estabilización de dos estados, pero los cuarteles generales de Hamas y Hizbulá en Siria, Líbano e Irán acaban de decidir cerrar esas expectativas y romper el proceso con acciones armadas claramente provocativas; parece que no les interesa la paz, ni siquiera están dispuestos a aceptar el “documento de los prisioneros”.
Y parece que es una estrategia común de algunos dirigentes palestinos: cuando están cerca de alcanzar algunos objetivos, rompen la baraja y pretenden forzar más concesiones; así hizo Arafat con los acuerdos de Camp Davis y su inmediata intifada, según revelaba no hace mucho Dennis Ross, negociador clave de la administración Clinton en aquellos acuerdos. Su liderazgo se basa en la confrontación a muerte con Israel; la paz los dejaría fuera del poder.
¿Cómo parar esto? ¿Podemos exigir a un estado no confesional como el de Israel que aplique a este conflicto los criterios de la otra mejilla? Pues parece que nuestro poco religioso gobierno español es lo que le exige. ¿Cómo enfrentar al fascismo islamista? Lo que está definitivamente claro es lo que no se debe hacer: nunca se puede mostrar debilidad. Los europeos, aunque no lo percibamos en el día a día, estamos también en la diana de los fascistas islamistas, y por esto mismo deberíamos analizar con objetividad la situación: debemos preguntarnos cómo debe nuestro gobierno, llegado el caso, proteger a la población de la amenaza fascista islámica, si podemos aprender de la respuesta firme de Israel o deberemos responder con la infinita e indiscriminada comprensión y permisividad, como proponen algunos gobiernos europeos.
Pero la clave puede estar al otro lado: ¿será capaz la población árabe de aislar a los terroristas, deslegitimarlos y controlarlos? ¿querrá hacerlo? Está clara la respuesta del pueblo palestino: cuando hablaron en las elecciones escogieron a Hamas y con ello la confrontación. En el caso actual, ¿cómo reaccionará la población general del Líbano? ¿dirá “¡basta!” a Hizbulá como hizo con los sirios tras el asesinato de Hariri? Muchos libaneses acusan a Hizbulá de la situación, pero muchos también temen hacerlo en público: temen al fascismo islamista como muchos alemanes temían al nazi y, como ellos, callan.
Es urgente que se levante un colectivo con realismo y valentía, que deje de llamar héroes a los miserables que mataron a Elías Asheri; los cristianos libaneses pueden cumplir esos criterios; pero no hace mucho, uno de ellos le comentaba a un amigo que los cristianos están arrinconados en su país, que la tolerancia islámica es un mito. Y no es casualidad que en otro tiempo, cuando los cristianos participaban equilibradamente del poder, Líbano era conocido como la Suiza de Oriente Próximo, pero desde que los islámicos los arrinconaron, se ha convertido en uno de los países más convulsionados de la zona. Tampoco es casualidad que los cristianos palestinos están siendo perseguidos por sus compatriotas y sufren una oleada migratoria cruel que ningún medio denuncia: forma parte de la elección del camino del pueblo palestino.
La tolerancia islámica es un mito, y lo prueba su implacable imposición cuando los islámicos alcanzan cotas de poder: se niegan a compartirlo, y sino que se lo pregunten a nuestros hermanos de Sudán, del norte de Nigeria, de Indonesia, o, sin ir más lejos, de algunos barrios de Marsella o Amsterdam. Hablar de volver a la mesa de negociación es razonable pero difícil cuando la estrategia de Hamas y Hizbulá es justamente romperla, porque la paz les deja sin liderazgo, como también sabían bien Hitler, Mussolini o el propio Franco. Tienen que levantarse otros interlocutores en la población árabe con sincera y comprometida convicción de diálogo; la minoría cristiana en Líbano y Palestina puede ser clave para conseguirlo; ¿les vamos a apoyar o vamos a seguir concediendo en nuestros análisis el protagonismo a los grupos fascistas islamistas?
Firmeza y al mismo tiempo capacidad para potenciar el papel de los interlocutores adecuados y reabrir la hoja de ruta: ¿es posible conjugar estas cosas?; ¿cómo reflexionar sobre esto como cristianos? En el fondo, se trata de hacer eficaces y aplicar en su justa oportunidad los criterios de Ro 13 y Mt 5; en el fondo, para nosotros es, aún más que un problema político, un problema teológico; ¿le quiere alguien hincar el diente?
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