Es decir, que poseía una edad infinita, sin principio ni fin. Tal idea contradecía obviamente la fe bíblica en un Dios que había creado el universo a partir de la nada y en un momento determinado. La ciencia impugnaba el acto creador inicial, en el que se fundamentaba casi todo el mensaje de la Biblia, porque sencillamente la materia del cosmos no se podía crear. Sin embargo, esta hipótesis acerca de la eternidad de la materia se vino abajo durante los años treinta del pasado siglo, cuando por primera vez se consiguió crear materia de forma artificial en el laboratorio.
LA TEORÍA DE EINSTEIN
La famosa teoría de la relatividad de Einstein fue la primera en cuestionar aquel antiguo axioma acerca de que “la energía ni se crea ni se destruye, sólo se transforma”.
La sencilla ecuación, E = mc2, demostraba que la masa y la energía eran en realidad magnitudes equivalentes. La masa de los cuerpos naturales tenía energía y ésta poseía, a su vez, masa. Como la masa refleja la cantidad de materia que hay en los objetos, resultaba posible afirmar que la materia era, en efecto, “energía atrapada”. Si se liberaba dicha energía, desaparecía o se destruía también la materia y, al revés, si se conseguía concentrar la suficiente energía aparecía de nuevo la materia. Mediante los modernos aceleradores de partículas subatómicas se hizo posible aumentar la velocidad de los electrones y protones hasta comprobar que, en efecto, sus masas aumentaban también considerablemente.
Basándose en los planteamientos de Einstein, el matemático inglés, Paul A. M. Dirac, predijo en 1930 que si se pudiera concentrar suficiente energía, sería posible crear materia. Esta intuición se demostró tres años más tarde, cuando un colega suyo, llamado Carl Anderson, observó la aparición de un antielectrón. El físico Paul Davies lo explica así:
Carl Anderson, en 1933, se encontraba estudiando la absorción de los rayos cósmicos (partículas de alta energía provenientes del espacio) por láminas metálicas cuando reconoció de una manera inequívoca la aparición del antielectrón de Dirac. Se había creado materia en el laboratorio en un experimento controlado. Se verificó rápidamente que las nuevas partículas poseían las propiedades que cabía esperar. Por esta brillante predicción y el posterior descubrimiento, Dirac y Anderson compartieron el Premio Nobel. (1)
MATERIA Y ANTIMATERIA
Después de este importante hallazgo, la producción de materia, en forma de electrones y antielectrones (también llamados positrones), se fue convirtiendo en algo habitual en los laboratorios de física cuántica.
Más tarde se empezaron a obtener también otros tipos de partículas subatómicas, como antiprotones, antineutrones, etc., y se almacenaron en recipientes llamados botellas magnéticas. En general, a todas estas antipartículas obtenidas de forma natural se las denomina hoy comúnmente como antimateria. Cada tipo de partícula de materia posee su antipartícula correspondiente. Pero, además, en base a la teoría del Big Bang, la ciencia acepta que tanto la energía como la materia que constituyen el universo, tuvieron su origen a partir de la nada en el acto creador inicial.
Por lo tanto, la física no sólo permite en la actualidad hablar acerca del origen de la materia que constituye el universo, sino que postula también un principio temporal para la misma.
La antigua idea sobre la eternidad del mundo material, que sostenían algunos filósofos griegos materialistas y los científicos decimonónicos, ha sido sustituida en el seno del pensamiento científico contemporáneo por otra idea que actualiza uno de los principales pilares de la revelación bíblica, la creación de todo lo que existe.
Por tanto, se diga lo que se diga, la cosmología actual coincide en sus predicciones sobre el origen de la materia del universo con aquellas vetustas palabras que inician la Escritura: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”.
(1) Davies, P. 1988, Dios y la nueva física, Salvat, Barcelona, p. 34.
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