Recordemos el propósito de Dios para la pareja:
“Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne”. Génesis 2:24
Todo lo que está impreso en la Biblia es importante. No hay nada que sobre, ni falta nada en el texto bíblico. Pero se da un hecho interesante y es que todos los temas de especial relevancia se repiten varias veces a lo largo de la Biblia. Ningún tema trascendente aparece en un sólo lugar de la Palabra de Dios.
El caso que ahora nos ocupa es llamativo. La ordenanza divina de que el hombre
“dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer” no aparece en uno ni en dos lugares, ese mensaje se repite en cinco sitios distintos: Génesis 2:24; Mateo 19:5; Marcos 10:7-8; 1 Corintios 6:16; Efesios 5:31;
La palabra que en nuestra Biblia se traduce al castellano como
“unir” significa literalmente:
“Adherir y pegar con pegamento”.
Si tomamos como ejemplo dos piezas unidas por pegamento, podemos extraer el gran principio que se desprende de esta enseñanza:
Cuando dos piezas están pegadas es imposible introducir nada entre ambas. Del mismo modo entre dos personas que se han unido de acuerdo al patrón establecido en la Biblia, es verdaderamente difícil que algo o alguien se entrometa. ¿Qué papel le corresponde a Dios en esta figura?
Dios es el pegamento que une ambas vidas.
Debemos cuidar, por tanto, la intimidad en la pareja, y preservarla de la infidelidad.Estoy convencido de que quien es capaz de romper el voto de fidelidad que le hizo a su pareja, es capaz de engañar a cualquiera. Como varón tengo la convicción de que ser hombre no es ser capaz de estar con muchas mujeres, eso lo hace cualquiera. La hombría se demuestra manteniendo mi promesa de fidelidad y eso no lo hace cualquiera, sino que es exclusiva de quien tiene principios y cuenta, además, con la fortaleza de carácter suficiente para ser consecuente con esos principios.
“El que ha conocido sólo a su mujer y la ha amado, sabe más de mujeres que el que ha conocido mil.” Esta afirmación del escritor ruso Leon Tolstoi encierra una gran verdad.
El pastor y escritor Rodolfo Loyola, quien ya está con el Señor, incluyó en su libro “Bocadillos para el Alma” una historia que me ha inspirado y desafiado en diversas ocasiones. Se trata de lo siguiente:
“Raúl regresaba a su casa un poco tarde, debido a los ensayos que tuvieron lugar en la iglesia, preparando la actuación de Navidad; la esposa no pudo acudir porque su única hija se encontraba enferma. Al aproximarse al portal de su vivienda vio que allí estaba Juanita, una muchacha del barrio muy bonita, pero con fama de fácil.
Saludó a Raúl melosamente, pero le impidió el paso con su cuerpo.
- Vosotros, los de la iglesia ¿no sabéis besar? – inquirió Juanita.
- Por supuesto que sí – respondió Raúl - la Biblia recomienda el ósculo santo. Pero ahora, discúlpame, me esperan en mi casa.
- Pues si no me das un beso – desafió ella - no eres un hombre.
- Raúl la miró fijamente, manteniendo el desafío de los ojos de ella, y la respondió con toda firmeza:
- Porque soy un hombre y porque soy cristiano, los besos que le corresponden a mi mujer, no se los doy a nadie.
- Qué afortunada es tu mujer – dijo ahora Juanita, mientras se retiraba del camino y permitía que Raúl subiera a su casa.
Eso es hombría. Eso es integridad.
Todo lo dicho anteriormente, sin excepción, es aplicable a las mujeres. Una mujer de éxito es aquella capaz de triunfar en todas las áreas, incluidas las de madre y esposa, comportándose con integridad de principios.
(Continuará)
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