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El contagio de la lectura

'La lectura se adquiere por contagio.
Gabriel García Márquez
Es común escuchar, o leer, un lamento de los editores y/o especialistas en fomentar la lectura, advierten que hoy se lee menos que hace una o dos décadas. Argumentan la existencia de una paradoja, mientras en nuestros días se editan más libros que nunca antes en la historia de la humanidad, porcentualmente los lectores disminuyen. Otros conocedores del tema sostienen que es
KAIRóS Y CRONOS AUTOR Carlos Martínez García 29 DE ABRIL DE 2006 22:00 h

En México, y parece que el asunto se trata igual por toda América Latina, el gobierno y diversas instituciones educativas impulsan campañas para hacer del nuestro un país de lectores. Se encomia con grandilocuencia el beneficio que significa el acto de leer, incluso casi se establece una pretendida superioridad moral intrínseca a favor de quienes leen sobre aquellos que no lo hacen. Pero ruidosas campañas ven y vienen, y los índices de lectura no se incrementan sustancialmente. Hay distribución masiva de libros, hasta se regalan miles de ejemplares o venden muy baratos, y sin embargo no crece el número de lectores consuetudinarios. El libro sigue siendo un objeto extraño para la inmensa mayoría de los habitantes del país.

En el caso la población cristiana evangélica, el estado que guarda la lectura es semejante al del resto de la sociedad. Incluso el texto por excelencia para estas comunidades, la Biblia, se lee fragmentariamente y de manera descontextualizada. Aunque hoy existen múltiples traducciones de la Palabra, y herramientas para su comprensión, muchos creyentes viven como si no existieran Las Escrituras y norman su fe y conducta por las enseñanzas de los predicadores de moda, sin tamizarlas con el filtro de la Revelación escrita. Hay una fetichización de la Biblia, que impide el flujo del espíritu de las letras contenidas en ella, porque lo plasmado en papel y tinta no es un manual mecanicista sino principios a ser encarnados creativamente en la vida cotidiana por parte de los discípulo(a)s de Jesús.

Los congregantes, normalmente, reproducen las conductas de sus liderazgos. Un liderazgo que desencarna las enseñanzas bíblicas, reproduce entre sus liderados la misma actitud, la que crece como bola de nieve llevándose todo a su paso. Lo urgente es regresar a la Palabra, hay que estudiarla sistemáticamente y como un texto que vivifica. Contribuye a su comprensión el inmenso caudal de obras que en distintas materias están hoy disponibles para quien quiera auxiliarse de ellas (diccionarios bíblicos, investigaciones que reconstruyen el entorno cultural de la Biblia, comentarios, geografías, concordancias, investigaciones de teología bíblica, hermenéutica histórica, etcétera), pero todo esto sirve de poco si la Palabra no se internaliza en nosotros y renueva nuestro entendimiento de la vida. Porque la lectura de la Palabra es un ejercicio tanto intelectual como ético y espiritual, de tal manera que, como los discípulos en el camino a Emaús (Lucas 24:31-32), la comprensión integral de la Palabra conlleve que se nos abran los ojos y se incendie nuestro corazón.

Junto con una lectura de la Biblia como la que hemos referido, debiéramos desarrollar otras lecturas que nos ayudan a entender nuestro entorno. Es una falsa piedad y abierto oscurantismo la prédica de quienes andan por ahí demonizando la lectura de escritore(a)s que no son cristianos. Esta es una actitud que busca infundir temor, que disemina el escapismo y privilegia el atrincheramiento cognoscitivo. La misión cristiana debe tomar en serio las condiciones espacio temporales de las personas, dado que, siguiendo el ejemplo de Jesús, los seres humanos tienen que ser escuchados con respeto y genuino interés por establecer comunicación con ellos. La contextualización del Evangelio implica tomar en serio los interrogantes, esperanzas, críticas, propuestas, sentimientos, ideas y valores de nuestros interlocutores.

Leer libros es una manera de incrementar nuestro conocimiento de la fe y del mundo. La lectura debe articularse con la vida y no sustituirla. Pero la realidad de las congregaciones cristianas evangélicas es que en ellas se lee poco y mal. Los lectores se forman lentamente, no surgen al instante ni por órdenes de alguien. En la cultura mexicana el libro es un objeto exótico, con el que se interactúa muy esporádicamente. A los lectores consuetudinarios se les tiene por personajes extraños y ausentes de la vida real. Frente a esas concepciones generalizadas de los libros y los lectores, hay que empezar por naturalizar la existencia de esos objetos compuestos por páginas impresas. Cuando digo naturalizar me refiero a acercar los libros y la actividad lectora a las personas que normalmente viven sin la presencia de ellos en su vida de todos los días. De poco valen encendidos sermones sobre el valor de la lectura, porque no se trata de intimidar a los no lectores de libros sino de contagiarles de formas creativas el gusto de leer.

Sin pretender generalizar una experiencia particular, la de la congregación en la que formo parte del equipo pastoral (porque en la nuestra llegamos a la conclusión de que es mejor un equipo que tener sólo a una persona encargada de tal ministerio), sí me parece que en lo de fomentar la lectura nuestra manera de animar esta actividad puede ser de utilidad en otros lugares. Decidimos que en lugar de casi obligar a los congregantes a leer, era mejor contagiarles el gusto por los libros. Por lo tanto la primera tarea consistió en hacer accesibles los volúmenes a los integrantes de nuestra comunidad de fe. Iniciamos la formación de una biblioteca, tanto formal como informalmente hicimos sugerencias de lecturas y anunciamos la incorporación al acervo de cada nuevo libro adquirido o recibido en donación. Para tener derecho a llevarse libros, los interesados hubieron de pagar una pequeña cuota de inscripción y signar su acuerdo con el reglamento de la pequeña biblioteca. Hubo enseñanza acerca de la relación entre discipulado y lectura, hablamos de que el ejercicio del sacerdocio universal de los creyentes implicaba prepararse para desarrollar criterios propios, normados por la Palabra y en diálogo con la sociedad.

Una coyuntura nos fue favorable, el hecho de que la mayoría de los integrantes de la congregación, a mediados del años pasado, comenzaron a enterarse por las campañas publicitarias de la existencia de una serie de libros llamada Las Crónicas de Narnia, de C. S. Lewis. Por lo que habían escuchado sabían que estos libros eran de literatura fantástica, parecidos a la saga de Tolkien, El Señor de los anillos, cuya versión cinematográfica tuvo millones de espectadores por todo el mundo. Con fondos de la iglesia adquirimos una colección completa de Las Crónicas, y recibimos en donación otra por parte de uno de los congregantes. De inmediato hubo gran demanda por las dos colecciones, cada libro sólo podía tenerse una semana. Una familia decidió leer junta las obras, en voz alta y por turnos cada integrante les leía a los demás. En otro caso un niño de diez años, sin antecedentes lectores, devoró con entusiasmó los siete libros y desde entonces se convirtió en un asiduo lector. Su incipiente biblioteca personal se ha ido conformando por libros que le han ido regalando otros congregantes que se han enterado de su pasión por la lectura. Uno de sus profesores en la escuela pública en la que estudia le preguntó que dónde había tenido acceso a Las Crónicas, el le respondió que en la biblioteca de la iglesia a la que asistía, el docente le dijo que le gustaría conocer esa iglesia en la que prestaban ese tipo de libros.

Al igual que el muy joven lector antes mencionado, lo estimulante fue corroborar cómo personas sencillas de escasos recursos económicos (obreros, amas de casa) y que en su historia de vida los libros eran objetos lejanos, se atrevieron a llevarse en préstamo uno y descubrieron que su lenta lectura les atrajo y gustó. Una hermana fue atraída por haber escuchado conversaciones de otros, en la congregación, acerca de la novela de Miguel Delibes, El hereje, decidió llevársela y ahora constantemente pregunta acerca de libros similares, es decir novelas que traten de la fe cristiana en distintos lugares y épocas. Con su caso, y otros, nos dimos cuenta de que la narrativa es muy atractiva para los nuevos lectores, porque les despierta emociones que les llevan a reflexionar y sacar lecciones para su propia vida. Tres novelas más andan circulando en nuestra comunidad de fe: El testamento del pescador, de César Vidal, que trata sobre el apóstol Pedro en la Roma de Nerón; Las cartas de Pérgamo, de Bruce W. Longenecker, acerca del cristianismo del primer siglo en Asia Menor; y El maestro iluminador, la terrible herejía de impulsar la traducción de la Biblia, que narra la lid de John Wycliffe por traducir la Biblia al inglés a fines del siglo XIV.

La temporada navideña pasada fue una gran oportunidad para impulsar lecturas relacionadas con la Encarnación del Verbo. Le propusimos a un grupo que se diera a la tarea de hacer una adaptación teatral del libro clásico de Charles Dickens, Canción de Navidad, y que situara la trama en la ciudad de México. Sugerimos otros materiales literarios, como el entrañable cuento de O. Henry, El regalo de los Reyes Magos, y en una sesión de tormenta de ideas se agregaron nuevos elementos a la representación. El resultado fue una pieza de teatro titulada Navidad en Chilangotitlán. Paso a explicar parte del título, resulta que a quienes vivimos en la ciudad de México popularmente se nos llama chilangos. La terminación tlan es náhuatl, lengua indígena, y que significa tierra de, por lo cual la obra pudo también llamarse Navidad en la tierra de los chilangos. Fue conmovedor ver las reacciones de quienes nunca antes habían leído el libro de Dickens (fue un requisito para los participantes como actores en la obra el que leyeran el volumen), al comprobar por sí mismos los efectos que tuvo para él y quienes con él convivían la conversión del terrible Ebenezer Scrooge. Todo el proceso resultó una experiencia muy enriquecedora: lúdica, espiritual y reflexivamente.

A la inicial biblioteca congregacional, que apenas se acerca a los ciento cincuenta libros (aunque todas las semanas se agregan títulos, gracias a las donaciones de hermanos y hermanas emocionados con los resultados en las vidas de las personas que están leyendo por gusto), ya se le adicionó una videoteca y próximamente una audioteca. Quienes tienen más camino andado en los libros y películas comentan por qué les impactaron, esto contagia a otros y hace que se lleven los materiales a su casa. Hacemos recomendaciones para iniciara a otros en caminos que les eran desconocidos. En este sentido Edmée Pardo da en el blanco al escribir que “Muchas veces el disfrute por la lectura requiere alguien que nos inicie. Un mentor generoso que ponga el libro en nuestras manos y después se asome a ver el efecto en la vida del aprendiz, un lector que muestre un camino posible de historias y autores, y además tenga paciencia para comentarlo. El goce por la lectura, como la risa, también se contagia. Basta con escuchar la risa para también tener ganas de reír e incluso hacerlo. Basta con ver a alguien absorto en un libro para querer comprender el misterio que lo invade y pedirle el libro prestado. Ése es otro tipo de comienzo. El placer, como la lectura, es fruto de la curiosidad y de una larga paciencia. Querer saber, querer sentir y darnos tiempo para ello” (Leer cuento y novela. Guía para leer narrativa y dejar que los libros nos hagan felices, México, Ediciones Paidós, 2004).

Hemos aprendido que el placer de la lectura se contrae más por contagio que mediante invectivas y regaños a los que no leen. El nuestro es un proyecto sencillo, reproducible en cualquier lugar donde haya inquietud por equipar a los discípulos y discípulas de Jesús para que comprendan más ampliamente las dimensiones de la fe y sus implicaciones en el mundo real.
 

 


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