Un sistema ideológico (político, religioso, económico...), tiene por objetivo explicar una situación social y proponer unas orientaciones a la acción histórica, por cuyo procedimiento pretendemos comprender desde dentro una
realidad social y su historia.
Todos los grandes maestros de la sociología (Augusto Comte, Spencer, Marx y Engels, Dahrendorf) han concedido a las ideologías un papel relevante. Cuando Alexis de Tocqueville analiza la democracia norteamericana a comienzos del XIX, la considera simultáneamente como ideología del igualitarismo, estilo de vida y estructura gubernamental (2).
En los años sesenta (¡ya ha llovido desde entonces!!), Daniel Bell (1919- ), profesor de sociología en las Universidades de Chicago, Harvard y Columbia y miembro de la Academia de Artes y Ciencias, principal teórico de la “sociedad postindusdtrial”, modelo de sociedad que define en su obra más conocida,
El advenimiento de la sociedad post-industrial, pronosticó
el fin de las ideologías. Dos años después Francis Fukuyama (1952 - ), politólogo norteamericano de origen japonés, graduado en Harvard, miembro del Consejo Presidencial sobre la Bioética y catedrático de Economía Política Internacional en la Universidad Johns Hopkins en Washington, DC., publicó su célebre artículo “
¿El fin de la historia?”, que más tarde (1992) transformaría en su libro
El fin de la historia y el último hombre.
Cuando en 1989 cae el muro de Berlín y se desintegra el mundo socialista que giraba en torno a la URSS todo parecía dar la razón a las teorías de Fukuyama. La confrontación capitalismo/comunismo sobre cuyas ideologías había girado el mundo desde que acabara la II Guerra Mundial parecía que había que darla por finalizada. ¡¡Había llegado el fin de las ideologías!! Y, consecuentemente, llegados al techo de la evolución ideológica de la Humanidad, el fin de la Historia era un hecho. A partir de ahora, se dice, el lugar de las ideologías (izquierdas vs. derechas), lo ocupa el mercado que es quien marca las reglas que mueven el mundo y controla la acción de los gobiernos. Por lo tanto, muertas las ideologías, prevalecen el
pensamiento único y la ley del mercado, siendo el objeto final mantener e incrementar el Estado de bienestar.
¿Será todo esto cierto? ¿Es posible que no exista en la actualidad nada más que una sola realidad social, ideológica, cultural? No, por supuesto que no; los procesos sociales no se producen de manera tan simple. Las ideologías se desplazan, se transforman, pero no desaparecen. Tanto es así, que al fin hemos descubierto que mucho más peligroso que las ideologías en plural que confrontan a unos contra otros, es la
globalización de las ideologías, que pretende crear un modelo único tanto en el plano cultural (el modelo norteamericano) como en el económico (el modelo capitalista), así como en el institucional (la concepción aglutinante y hegemónica del estado moderno) con un “gran hermano” al frente que, ojo avizor, vigila el comportamiento de todos nosotros. De esa tendencia al modelo único o tendencia a la globalización, tan solo parecen salvarse las religiones, entre las que la oferta sigue siendo plural, si bien hay que aplaudir el fenómeno de aproximación entre ellas, cada vez más creciente, mediante el diálogo interreligioso, que conduce, aunque sea lentamente, al respeto y a la aceptación del diferente. Posiblemente por ese camino podamos encontrar la redención de nuestra cultura.
Ahora bien, no es lo mismo
tener una ideología que
ser tenido por una ideología. Por lo regular las ideologías, sean religiosas o políticas, son absorbentes, bloquean la capacidad de autocrítica y condicionan, hasta la anulación, el diálogo. Esta situación se produce, en niveles muy semejantes, tanto en el terreno religioso como en el político. La persona que ha sometido su capacidad de reflexión a las pautas oficiales marcadas por la ideología a la que está sometida, pierde la capacidad de análisis y no está preparada para discrepar de las consignas recibidas. Y así, lo blanco puede convertirse en negro y lo negro en blanco, tal y como impuso el fundador de los jesuitas a sus seguidores que deberían pensar y actuar, con respecto a la ciega obediencia al papa.
El inexorable estadio que sigue a esa actitud, es la
intolerancia. La persona que está “siendo tenida” (si se me permite el barbarismo) por una determinada ideología, en la medida en que se alimenta esa postura por las consignas de los medios afines (prensa, radio, púlpito) va adquiriendo rasgos de intolerancia hacia quienes no aplaudan con entusiasmo y sin fisuras las consignas oficiales. O se está de acuerdo con la
totalidad del pensamiento-programa del líder de la ideología de turno, o se está en la antípoda; o conmigo ciegamente o contra mí. ¡Cuidado, pues, con las ideologías!
(1) Varios diccionarios y Rocher, Guy, Introducción a la Sociología General, Herder (Barcelona:1960), p. 475.
(2) Rocher, Guy, op. cit. p. 474
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