Acabo de releer su libro
The New Global Mission: The Gospel from Everywhere to Everyone (IVP, Downers Grove, 2003), y en el volumen Escobar conjunta información, profundo conocimiento de Las Escrituras, atento examen de las tendencias socio culturales del mundo contemporáneo, pasión misionera y preocupación pastoral por la recomposición de las iglesias evangélicas en todo el orbe. En su caso es plenamente comprobable que se puede ser un intelectual al mismo tiempo que un activista en el mejor sentido del término.
En su escrito, Samuel Escobar nos hace muy evidente que además de acumular millas en su periplo por el mundo, ha ganado lecciones y principios misioneros que nos comparte con esperanza y sapiencia. La lectura de libros la acompaña de lectura de los tiempos que le ha tocado vivir, así su acercamiento al tema que desarrolla aunque riguroso es, sobre todo, vital y aleccionador para quienes nos acercamos a sus escritos.
Su caso es semejante al de autores a los que cita continuamente, escritores evangélicos comprometidos con la realidad en la que debieron desarrollar su ministerio. Cito a cuatro de ellos: el escocés, misionero en Perú, John A. Mackay, los mexicanos Gonzalo Baéz-Camargo y Alberto Rembao, el argentino Alejandro Clifford.
Cabe mencionar que en buena medida las generaciones de evangélicos latinoamericanos del último tercio del siglo XX conocieron los trabajos de esos cuatro pensadores, gracias a la constante mención, verbal o escrita, que hizo de ellos Escobar. Del primero, MacKay, siempre tiene presente
El otro Cristo Español, agudo análisis de la espiritualidad latinoamericana y llamado para que el protestantismo cumpliera su misión de presentar a Jesús con la radicalidad de los Evangelios y la congruencia cotidiana. De Báez-Camargo (quien fue el traductor al castellano del libro de Mackay), Samuel Escobar recupera para sí mismo su inagotable capacidad de diálogo con quienes no comparten la fe cristiana. Hay que recordar que Báez-Camargo fue agudo analista del marxismo y anticipó con gran claridad sus contradicciones y afanes totalitarios. De Alberto Rembao asimila su afán de tender puentes entre las comunidades de creyentes y el mundo de la cultura, particularmente con los intelectuales latinoamericanos en los que encuentra claves para entender el contexto de nuestro Continente. Finalmente, de Alejandro Clifford aprendió, y transmitió a otras generaciones, la seriedad y profundidad en la reflexión bíblica teológica y la necesidad de relacionarlas con la vida cotidiana. Nada más recordemos la añorada revista
Pensamiento Cristiano, en la que de alguna manera, al trabajar al lado de don Alex, Escobar maduró como escritor.
Como uno de los impulsores iniciales de la Fraternidad Teológica Latinoamericana, Samuel Escobar fue insertando en la agenda de ese movimiento el tema de la contextualización del Evangelio. Desde la primera consulta de la FTL, en 1970, Escobar perfiló su preocupación por hacer pertinente el mensaje bíblico a la realidad concreta de América Latina,
para lo cual era imperioso despojar al Evangelio de su “ropaje anglosajón”. La ponencia de Samuel Escobar, junto con la de René Padilla, en el Congreso de Evangelización Mundial de Lausana, Suiza, en 1974, influyó grandemente para que el tema de la contextualización, y el de la justicia social, fuera incluido en las posteriores reuniones del organismo evangélico. El Congreso fue la plataforma que a los dos les sirvió para establecer redes con otros pensadores evangélicos del llamado Primer Mundo, pero sobre todo para contactarse con líderes del conocido como Mundo de los Dos Tercios con quienes compartían similares inquietudes sobre la encarnación del Evangelio en la especificidad de las naciones pobres.
En la obra de Samuel Escobar están presentes las lecciones misiológicas de la historia de la Iglesia cristiana y su pertinencia actual. No se trata de que la historia dicte las acciones a seguir en los esfuerzos misioneros contemporáneos, pero sí de tenerla presente como una herramienta para comprender el contexto y sus retos a la acción evangelizadora de los cristianos. Por ello, Escobar Aguirre retoma ejemplos históricos en los cuales la fidelidad a la enseñanza bíblica se sobrepuso a las tradiciones y prejuicios que pretendían sujetar los ímpetus misioneros de creyentes sencillos. Me parece que el anabautismo del autor es evidente cuando escribe: “Hay un elemento de misterio cuando el dinamismo de la misión no viene de personas que están en posiciones de poder o de privilegio, ni proviene del dinamismo expansivo de una civilización superior, sino que surge desde abajo –viene de los pequeños, de quienes tienen escasos recursos materiales, financieros o técnicos, pero que están abiertos a los impulsos del Espíritu”.
Es esa apertura, que en el caso de Samuel Escobar es intelectual y es espiritual, la que le lleva a examinar con balance el origen y la expansión del pentecostalismo, corriente del cristianismo que es la que más crece en el mundo.
El autor no se deja llevar por el argumento de que es el espectacular crecimiento de las iglesias pentecostales el criterio para basar un veredicto positivo acerca de ellas, pero tampoco las desacredita desde una ortodoxia teológica mal entendida, sino que hace un llamado a evaluar el asunto con sensibilidad y atención a otros momentos del cristianismo cuando se desechó a los movimientos renovadores, o más bien que llamaban por una recuperación de los rasgos de la Iglesia neotestamentaria.
Escobar tiene razón cuando dice que es el protestantismo popular el que más crece (incluso en las grandes ciudades de América del Norte y Europa a donde ha llegado por las olas de inmigrantes provenientes del Hemisferio Sur), el cual “Está marcado por la cultura de la pobreza, una liturgia oral, predicación narrativa, emocionalismo sin inhibiciones, máxima participación en la oración y la alabanza, sueños y visiones, sanidad por fe, una intensa búsqueda de comunidad y pertenencia.
Los líderes evangélicos que por largo tiempo han enfatizado la clara y correcta expresión intelectual de la verdad bíblica y la racionalidad de la fe cristiana, necesitan ser sensibles a esta nueva expresión del cristianismo”.
El libro de Escobar Aguirre provoca muchas otras reflexiones en distintos campos de la misión cristiana, las cuales no desarrollaremos aquí.
Concluyo con mi personal reconocimiento a este maestro global, pues en verdad su ministerio ha tocado a la Iglesia cristiana de todo el orbe. Desde un país de América Latina, el México tantas veces visitado por Escobar, les recomiendo que en España sepan aquilatar en todo lo que vale al maestro Samuel Escobar Aguirre, quien desde hace unos años vive en Valencia junto con su esposa Lily, siempre generosa y pastora de generaciones de estudiantes evangélicos latinoamericanos que en ella encontraron amorosa hospitalidad.
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