Mi “obra” artística quedó reducida a unas cuantas viñetas inéditas, que intenté publicar en algún medio sin mayor éxito; dos o tres caricaturas muy personales, regaladas a mis amigos (uno de ellos, que vive en los EEUU, conserva una enmarcada como si de
un Rembrandt se tratara), y las tarjetas ilustradas – siempre humorísticas - de las que me valí para declararle mi amor eterno (¡y también algunos de mis enfados!), a la mujer de mi vida, que aún las conserva como un precioso tesoro. (¡Sin duda, esta conquista amorosa fue mi mayor logro como artista de humor gráfico!).
Esta afición me enseñó, entre otras cosas, que el humor es algo serio y que, el humor gráfico en particular, es un poderoso instrumento de comunicación. Es en este rubro, como en ningún otro quizás, donde aquello de que “una imagen vale más que mil palabras”, se cumple a la perfección.
También aprendí – y esto en lo relativo al humor en general – que es muy distinto reírse “con”, que reírse “de”, y que uno de los niveles más altos de humor lo demuestran los humoristas que se ríen de sí mismos, caricaturizando sus propios defectos. Descubrí que el humor puede ser “negro”, aunque la viñeta sea en colores y también, como en el caso de la reciente polémica, que una caricatura puede servir para comunicar ideas y provocar sentimientos muy lejanos a la risa.
El humor, depende de quién y cómo lo use, puede ser crítico, mordaz, obsceno, cáustico, injurioso..., ¡e incluso “
violento”!
Hoy en día ningún medio serio admitiría la publicación de viñetas de contenido machista, racista, que inciten al consumo de drogas, a la violencia, o hagan apología del terrorismo, por poner algunos ejemplos. Nuestra conciencia social no lo toleraría y nuestras leyes tampoco.
¿Por qué admitir entonces los insultos contra los sagrados valores religiosos de los ciudadanos?
¿LIBERTAD DE EXPRESIÓN O DE OFENDER?
Después de haber visto algunas de las caricaturas – como las ha visto casi todo el mundo – creo sinceramente que algunas de ellas exceden la categoría del mal gusto y constituyen un insulto y una provocación inadmisibles en una sociedad civilizada.
La libertad de expresión y el derecho a la crítica, no pueden confundirse con la libertad de insultar gratuitamente.
Sin embargo se hace. Y se hace con tanta frecuencia, irresponsabilidad y violencia, que nos estamos acostumbrando al insulto como forma natural de comunicación. Un político de primera línea puede llamar al presidente de España “tonto de baba”, y ¡no pasa nada! ¡Hay que tomarlo con “humor”! Y ni hablar de los “
grandes hermanos” o de algunos programas llamados “
del corazón”…, que viven del insulto y la calumnia.
¿Por qué ha de sorprendernos luego que haya adolescentes que insulten, amenacen o agredan sus profesores? ¿Cómo pedirnos que comprendamos que alguien pueda ser tan celoso de sus creencias religiosas como para ofenderse por una simple caricatura burlona?
¿Es que no son tan “civilizados” como para aceptar que se trata de “un simple insulto”?
Dicho lo dicho, no obstante, nos reafirmamos en la convicción de que
nada justifica la violencia ni la venganza. Ni siquiera el insulto. Para eso están las leyes y los tribunales de justicia, que deben castigar el delito, incluidas la violencia verbal o gráfica y las ofensas contra el honor.
La Biblia nos recuerda que
“la ira del hombre no obra la justicia de Dios” (Stgo. 1:20). Y Jesús nos enseña que no debemos regirnos por el “ojo por ojo…”. Por eso, aunque me llame “protestante”, protesto más bien poco y, cuando lo hago, siempre procuro hacerlo de forma respetuosa y jamás violenta. Nunca, por ejemplo, se me ha ocurrido dibujar caricaturas ridiculizando a quienes se burlan de Cristo y de su mensaje… (¡aunque sería tan fácil!).
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