Y que el tratamiento curricular, es totalmente diferente al que se toma como bandera para postular cualquier posicionamiento en cuanto a la nueva reforma educativa.
1.- La necesidad de permanencia de la enseñanza religiosa debe fundamentarse en la realidad constitucional que recoge el deseo mayoritario (hoy por hoy) de la sociedad española. No cabe pues orquestar campañas desde diferentes instituciones, que pretendan un apoyo mayoritario, cuando se señala que el 80% de las familias en primaria solicitan la enseñanza religiosa.
2.- Cualquier tipo de consideración o desconsideración con el área de religión debería tomar en cuenta a todas las opciones; de otro modo los que pretenden no discriminar, implícitamente lo están haciendo, y peor aun si pretendiesen justificarse por ignorancia.
3.- El suprimir la asignatura de religión, a favor de la defensa de un estado “laico” lo que realmente implica es imponer “la otra”, llámese arreligión, ateísmo, agnosticismo, o lo que se quiera... El hombre es un ser religioso, y la educación no puede pretender negar la propia naturaleza del hombre, lo que sería un sinsentido. Y no es preciso constatar la historia del ser humano a este respecto.
4.- El verdadero sentido de respeto y democracia, se alcanza, no con la intolerancia religiosa, sino con el reconocimiento explícito de las diferentes opciones convergiendo en el mismo sistema educativo, y en concreto en la escuela, y en la proximidad de las familias y alumnado.
5.- Se ha pretendido desvincular el espacio de enseñanza religiosa con el término catequizar, en el sentido de hacer la primera más academicista, y la segunda más espiritual. Lo que no es más que una “falacia”, y en el campo evangélico un despropósito, puesto que el tratamiento curricular es en definitiva el conocimiento de la realidad de Dios, y de Dios cercano, interesado en el hombre. Una realidad que transforma la vida, y que por tanto influye no sólo en el intelecto, sino en el alma y en el espíritu. El conocimiento de la Biblia como Revelación de Dios, afecta a toda la unidad del ser.
6.- En cuanto al contenido curricular, se ha pretendido confundir por parte de diferentes sectores, tratando de reconvertir la enseñanza religiosa en estrictamente de contenido moral en cuanto a valores sociales y cívicos; si esto fuese así, poca fuerza se tendría para no sostener la propuesta del gobierno al respecto de una nueva área de educación para la ciudadanía. Pero la enseñanza evangélica va más allá, alcanzando la realidad de Dios completa de acuerdo a la revelación Bíblica. Hay cielo, y no escondemos la realidad del infierno, hay verdad y hay mentira, pero indudablemente todo el mensaje gira en torno al evangelio de Jesucristo que es el que cambia las vidas, y que responde satisfactoriamente, desde la perspectiva evangélica, a las preguntas del sentido último de la vida.
7.- La realidad de una escuela en la que conviven, (en el claustro, en el alumnado y en la comunidad educativa en general) diferentes opciones de credos es la que sin duda aporta un sano equilibrio democrático, cultural y de verdadero progreso.
8.- Si el fin de la educación ha de alcanzar el sentido de “educación integral” no se debe espantar nadie, si la enseñanza religiosa en el campo evangélico, va más allá de lo intelectual y educa además de la mente, el corazón. ¿o acaso la inteligencia emocional habrá de descarnarse del sentido transcendental de la vida? ¿de aportar respuestas que un sector amplio de nuestra ciudadanía deposita en Dios?
9.- Por supuesto que el profesorado de religión, debe alcanzar un estatus comparable al del resto del claustro, equiparado en todos los sentidos. Únicamente defendemos la acreditación de idoneidad del profesorado, precisamente por eso, porque no sólo es teoría, sino práctica, y esta debe ser acorde con su mensaje. De cualquier forma este condicionante no debería ser obstáculo para un reconocimiento explícito de los profesionales del área. Condición salarial, acceso transparente al puesto de trabajo, por parte de la Administración Educativa correspondiente, etc.
10.- No parece, no obstante que la evaluación, tenga porqué suponer un escollo insalvable. Si se reconocen aspectos conceptuales y procedimentales, estos son objeto de evaluación, de hecho todo lo que se desarrolla en el campo educativo debe ser objeto de evaluación. De forma que siendo evaluable, no tiene porque ponderarse la evaluación para la promoción a la obtención de un título de bachiller, o facilitar el mejor acceso a la universidad.
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