Los nombres por los que los conocemos son fruto de la tradición occidental -
Melchor,
Gaspar y
Baltasar - y no son los nombres primitivos u originales que se les adjudicaron, los cuales, en definitiva se desconocen por completo. Es curiosa por su excentricidad en nuestras sociedades con una historia de esclavismo y explotación del África negra la representación de uno de los
Reyes Magos como hombre de raza negra, que no se introdujo hasta el siglo XIV. Fue el famoso monje Beda, el Venerable , el que se atrevió a describirlos: "
Melchor, anciano de blancos cabellos y larga barba del mismo color; Gaspar, más joven y rubio; Baltasar, negro".
La tradición ha ido añadiendo detalles y simbologías, algunas versiones apócrifas dicen que volvieron a Oriente y que llegaron a ser obispos, pero me parece que suponerles reducidos a la condición de funcionarios eclesiásticos no cuadra con su estilo de Magos ni con su rango de Reyes; después de todo sus cenizas reposan en la catedral de Colonia, con las coronas que se les adjudicaron como Reyes y no con la mitra de obispos. Aunque esa realeza tiene en mi modesta opinión más relación con la soberanía y la libertad de su juicio y con su sabiduría en el Arte de la vida - el Arte Real - que con ningún poder político o potestad administrativa.
De hecho la primera vez que se les representa con el nombre con el que hoy los conocemos a los Reyes Magos es en un mosaico de mediados del siglo VI en la iglesia de San Apolinar Nuovo, en Rávena (Italia) y aparecen no con coronas sino tocados con un gorro frigio, (en latin,
pileus ) que era en la época romana el distintivo de los
libertos, es decir de los esclavos liberados. Los conjurados para defender la República contra César llevaban simbólicamente el gorro frigio y por esta razón, durante la
Independencia de Estados Unidos y la
Revolución Francesa ese gorro fue adoptado como el símbolo de las libertades individuales y políticas, y figura en la simbólica republicana tanto europea como americana.
Para mí los Reyes Magos, son las figuras del "dramatis personae" del Antiguo y del Nuevo Testamento, que demuestran una mayor delicadeza intelectual, que es en definitiva el origen de todas las delicadezas morales y espirituales. Tres hombres sabios que conociendo los signos con los que la misma naturaleza nos advierte, nos asombran con su capacidad para entender los acontecimientos, ajenos a la tradición judía y a las facciones de la teocracia hebrea que costarían la vida de los niños inocentes de Belén.
Llegan sin pedir permiso, y con una piedad libre y delicada, reconocieron lo maravilloso allá donde se manifiestaba, sin embargo no hipotecaron su libertad a ninguna Iglesia ni Sanedrín, no atendieron a prédicas fanáticas, no participaron en ninguna disputa ni persecución entre cristianos judaizantes y helenizantes, entre arrianos, atanasianos, monofisistas, llamados también entiquianos, o jacobitas, no se hicieron cómplices de las futuras persecuciones y torturas de brujas y posesos, no humillaron la inteligencia de sus contemporáneos ni de tantos otros que andando el tiempo sufrirían persecuciones por una u otra bandería, paradójicamente, en nombre de aquel niño que vino a proclamar que el amor es en última instancia la manifestación y la realización de la divinidad.
Los tres sabios, simplemente llegaron, adoraron con gestos y sin palabras el misterio, ¿no es eso encantador? Practicaron ya en aquel momento fundacional la
humildad cognoscitiva a la que se refiere
José Antonio Marina en su magnífico libro
Por qué soy cristiano . Barcelona. 2005
Siempre que pienso en ellos, me conmueve su silenciosa presencia, asociada entre nosotros con la noche mágica de los regalos para los niños, y con la cabalgata brillante y bulliciosa de SS. MM. portando en sus camellos venidos del misterioso Oriente los juguetes que vendían en la tienda de la esquina.
Estoy en deuda con esos tres hombres sabios, por la emoción con que esperé durante aquellas Navidades su llegada, por la alegría que me proporcionaba su insólita presencia de armiño y turbante, con pajes y animales, y el hecho de que tan altos personajes, incomprensiblemente, se ocuparan, de nosotros los niños.
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