Carlos Mesters comenta acerca de la pluralidad de interpretaciones que provoca el libro de Rut. Al hablar de los problemas del pueblo que trasluce, señala: “Hambre (1.1); migración (1.1-7); pobreza que obliga a buscar la sobra de la cosecha (2.2); imposibilidad para que una viuda pobre, sin hijos, pueda mantener su propiedad (4.3); rechazo de un pariente rico a ayudar a un pariente pobre del mismo clan (4.&); vejez e imposibilidad de tener un hijo para garantizar la continuidad de la familia (1.11-12); muerte y ausencia de un futuro (1.3-5); sentimiento de culpa delante de Dios (1.13, 21)”.
Rut, como se recuerda insistentemente, a esta cadena de situaciones agrega el hecho de que asume la nacionalidad y al religión de su suegra, pero hace algo más que eso: asume y participa también de la cadena de opresiones de que es objeto Nohemí. Si ésta es una viuda pobre, Rut es una viuda joven, sin hijos, que está a merced de la legislación dominada por la cultura patriarcal.
Es evidente la manera en que está construido el relato: por más infortunios ya no podía pasar la migrante Rut. Sin embargo, la experiencia por la que atraviesa a partir de que decide quedarse en la tierra de su esposo, constituye eso que ahora muchos denominan con una palabra inglesa de difícil traducción al español:
empowerment (acceso al poder, dominio de una situación).
Rut se integra a la comunidad desde una situación de abandono y pobreza extrema, y junto con Nohemí, comienza un camino de autoaceptación, recuperación y gloria. Se trata de todo un proyecto en germen para cualquier migrante que enfrenta las diferencias raciales, culturales y religiosas, que se resuelve mediante su aceptación de la cultura en la cual se inserta. Rut fue
absorbida por la cultura de su esposo fallecido y eso no se ve mal en su caso, pero tratemos de extrapolar esta condición a los migrantes hispanocatólicos en Estados Unidos o a los indígenas en las culturas urbanas y nuestra opinión cambia radicalmente. ¿Qué quiere decir esto?: pues que
nunca han existido culturas o identidades químicamente puras, sino
híbridas, para recordar otro término acuñado por García Canclini, en las cuales se da una fusión entre horizontes que resultan afines para llevarse a cabo.
La perspectiva hermenéutica dominante (que llega a usar incluso Mesters en su comentario) acepta como “normal” que Rut se integre a la comunidad israelita, pero ve con malos ojos el proceso contrario. En este sentido, la universalización de la gracia de Yahvé debe ser retomada como criterio interpretativo, pues el relato sirve nada menos que para explicar el origen de la dinastía davídica, conectándola con un origen ajeno a la genealogía israelita.
La apertura étnica entra en sintonía con Jonás e Isaías 40-66 y abre la puerta para afirmar que al pasar por el filtro de los movimientos migratorios, la historia de la salvación no contempla diferencias entre los seres humanos. Se trata, pues, de una narración con aristas muy ambiguas en donde la heroína de la historia, como ya se dijo, alcanza un estatus altísimo procediendo de los márgenes de la sociedad de su tiempo.
Por último, no deja de causar sorpresa la presentación de una historia en la cual el pueblo, no los gobernantes o dirigentes religiosos, obedecen la ley divina relativa a los extranjeros.
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