El senador
Demetrio Sodi, quien abandonó las filas del centro izquierdista Partido de la Revolución Democrática, a las que llegó hace once años después de haber militado en el PRI cerca de dos décadas, es ahora independiente, no tiene afiliación a partido político alguno, y en este carácter pretende encabezar una coalición partidista que lo llevé a ganar las elecciones del próximo año por la jefatura de gobierno de la ciudad de México. Para lograr su meta salió del PRD, porque consideró imposible desde las filas de ese partido alcanzar democráticamente la candidatura que pretende, ya que el corporativismo y las mafias perredistas no le iban a permitir alzarse con la victoria. Sodi de la Tijera ha sido, y es, un crítico frontal de las redes de interés y beneficio corporativo que han tejido pacientemente distintos sectores del perredismo capitalino, redes que mediatizan la participación democrática y privilegian el cumplimiento de compromisos obtenidos a través de dádivas y/o protección a organizaciones controladas por líderes que garantizan apoyos en movilizaciones y temporadas electorales.
No han faltado quienes señalan a Demetrio Sodi su falta de congruencia política, ya que renunció a un partido de izquierda, y busca que la coalición que lo apoye como candidato tenga a la cabeza uno de centro derecha, el Partido de Acción Nacional. Justificó el hecho de la siguiente manera: “En el PAN ha habido una gran apertura para una candidatura externa y para la creación de un frente; puedo tener algunas diferencias, pero coincido plenamente con su compromiso con la ética, la honestidad y la búsqueda del bien común” (
El Universal , 30/IX). Los cinco años que van de sexenio del presidente Fox, y los manejos de varios asuntos de interés nacional por parte de la dirigencia panista en ese mismo lapso, nos hace dudar de la existencia de las virtudes que Sodi mira tan nítidas en uno y otro lado.
En su crítica a las redes mencionadas, y sobre todo a quienes las impulsan y controlan,
Demetrio Sodi ha hecho comparaciones que consideramos fruto de la ignorancia, que sería el mejor de los casos, o resultado de una mentalidad contraria a la diversidad y pluralidad que caracteriza a una sociedad tan compleja como lo es la compuesta por la ciudad de México. Recordemos que la capital mexicana tiene, de acuerdo al Censo de Población del 2000, cerca de diez millones de habitantes, y que en ella conviven personas de muy distintos trasfondos étnicos, culturales, políticos, ideológicos y religiosos.
Por lo menos en dos ocasiones me ha tocado directamente escucharle una expresión que para él es verdad incuestionable. Ha dicho que para él era imposible seguir en el PRD y verse obligado a pactar apoyos a su candidatura con quienes controlan corporativamente en la capital del país a ese partido. Eso sería, según él, como
“poner la Iglesia en manos de Lutero”. Así se lo dijo en una entrevista radiofónica con el periodista Joaquín López-Dóriga, si no mal recuerdo a principios de mayo. Días después lo repitió en una conversación sostenida en el programa televisivo
Entre lo público y lo privado. Distintas personas me han comunicado que la frase la ha sacado a relucir Sodi en variados lugares y circunstancias.
Es una expresión que tiene larga historia, y que procede del siglo XVI, “la Iglesia en manos de Lutero”, es una sentencia de la Contrarreforma católica y que buscaba reflejar lo extremadamente nocivo de la gesta del reformador. Ese simple dicho conlleva una intensa carga peyorativa, pretende descalificar de entrada al sujeto tenido por la encarnación del mal, a quien se considera un depredador, destructor contumaz y, en suma, encarnación diabólica a la cual es imprescindible desarraigar para el bien de una colectividad. Es, además, un señalamiento estigmatizador que busca aislar al hereje, manteniéndolo a raya para que no contamine a los incautos e indefensos ciudadanos que necesitan de una institución que por todos los medios, pacíficos y violentos, los defienda del monstruo. Las frases hechas, como la citada, tienen una carga histórica, ideológica y simbólica que un político como Demetrio Sodi simplemente
no puede ignorar, quien se presenta sí mismo como un personaje de larga trayectoria democrática.
LUTERANOS MEXICANOS
En la ciudad de México existe una muy extensa línea de disidencias de todo tipo. En cuanto a lo religioso está bien documentada la presencia de discipulos de Lutero en el siglo XVI, no obstante el férreo control político eclesial de las autoridades novohispanas. En 1561 el arzobispo de México, Alonso de Montufar, le escribía al rey Felipe II que “la pestilencia luterana” estaba atajada y que su poca presencia en cuanto era detectada se le combatía con eficacia. En el primer Auto de Fe que tuvo lugar en México, el 28 de febrero de 1574, fueron ahorcados y luego quemados los luteranos Martín Cornu y George Ribley. El cortejo de los herejes salió de la Plaza del Marqués del Valle, situada a un lado de lo que hoy es la Catedral Metropolitana, fue conducido por la calle de San Francisco, la actual Francisco I. Madero, y por el costado sur de la Alameda hasta el quemadero del mercado de San Hipólito.
Espacio nos hace falta para referirnos a los luteranos extranjeros y mexicanos que en nuestra capital dejaron nebulosas improntas de su presencia. Sólo podemos decir que hay rastros de una presencia, nicodémica si se quiere, de heterodoxos que vivieron su fe de manera distinta a la prescrita por la Iglesia católica romana. No podemos dejar de mencionar que los curas independentistas Miguel Hidalgo y Costilla y José María Morelos y Pavón fueron juzgados por los tribunales eclesiásticos y uno de los cargos en su contra fue el de ser herejes luteranos. Por supuesto que no lo fueron, pero el hecho de que les hicieran ese señalamiento es una muestra del temor a que anidara en México la doctrina anticatólica.
CONSTITUCION CATOLICO-ROMANA
Las poco más de tres décadas que van de la Constitución de 1824 (en la que se consagra a la católica romana como la religión única y oficial) a la Constitución liberal de 1857, fueron tiempos de intensos debates entre conservadores y liberales sobre el futuro de la nación, y uno de los temas discutidos fue el de la conveniencia o no de la tolerancia religiosa.
Mientras esas discusiones tenían lugar, en la ciudad de México iban tomando forma los grupos disidentes de la Iglesia católica, grupos que poco a poco y por decisión propia conformarían al naciente protestantismo mexicano. La Ley de libertad de cultos promulgada por Benito Juárez el 4 de diciembre de 1860, permitió a los pequeños núcleos de disidentes religiosos capitalinos salir a la luz pública y dar forma, de forma definitiva, al cristianismo evangélico mexicano. Desde entonces los “hijos e hijas de Lutero” en la urbe son una presencia tangible y creciente.
Demetrio Sodi tiene que presentar sus disculpas al colectivo luterano mexicano, formado por todos aquellos que sabiéndolo o no son continuadores de los postulados del reformador alemán y norman sus ideas religiosas y prácticas que de ellas se derivan en las reivindicaciones centrales que llevaron a romper definitivamente a Lutero con la Iglesia católica en la Dieta de Worms de 1520. Sodi está obligado a reconocer su ofensa, un demócrata lo haría sin remilgos.
Si quieres comentar o