Los colores son fascinantes, ya sean nuevos, como los primaverales, o los que nos sosiegan, como ahora los otoñales; nuestra mente los percibe y memoriza, y los relaciona además con lo que perciben los otros sentidos; los subjetiviza, les da una nueva dimensión.
Por ejemplo,
recuerdo las bodas de Caná desde que era joven, tanto por el milagro como por su colorido... La alegría del banquete de bodas, el amor y la felicidad de los novios... ¿hay colores iguales? Las ropas mejores de los invitados, los adornos -las flores-; el vino, origen del milagro, de un intenso rojo rubí, o quizá tirando a morado. Y la presencia, sobre todo, de Jesús, irradiando un color tenue, traslúcido (porque estoy seguro de poder percibir Mañana con los sentidos espirituales, una especie de cromatismo que irradiará de Él, que es por ahora indefinible).
COLOR, ESTADO DE LA PERSONA
Prescindiendo de polemizar sobre si cada uno poseemos un aura o no, no somos no obstante ajenos al color. "Un color se le iba y otro se le venía ", dice un refrán de una persona que experimenta diversos estados, o sentimientos contrapuestos, por ejemplo; pero cuando oímos decir "qué buen color tienes", esa persona debe estar bien, física y anímicamente. Luego, están esos otros colores, los que tienen que ver con lo moral. Y así, el verde fue destinado para reflejar lo peor; se decía, "está verde de envidia", o se le aplicaba a alguien que era muy libidinoso; el ceniza describía a alguien sombrío, atormentado, y el rojo ha sido asimismo muy recurrente: "rojo de ira", de sentimiento de culpa. Pero, el rojo se dignifica cuando aparece en la cara como un rubor; denota candidez en la persona, inocencia, desagrado profundo por algo oído o visto. No hay color que mas me agrade descubrir en alguien porque revela que lo ético todavía está por encima de lo demás, que posee sensibilidad, sentimientos de lo humano.
Antes se hablaba de la vejez como de la edad de oro, y esto se comprendía cuando veíamos a un matrimonio mayor unido y feliz, o al viejecito o a la viejecita tan afables e, incluso, tan inocentes; o al que atesoraba por igual, sabiduría y templanza.
Pablo Neruda vio al hombre -en este caso, el hombre y la mujer uno- en un poema como un ser finito, cuya vida el tiempo acaba con grises tonos invernales y sin mas significado que el de una partícula ínfima como parte del universo.
La edad nos cubre, como la llovizna,
interminable y árido es el tiempo,
una pluma de sal toca tu rostro,
una gotera carcomió mi traje:
el tiempo no distingue entre mis manos
o un vuelo de naranjas en las tuyas:
pica con nieve y azadón la vida:
la vida tuya que es la vida mía.
La vida mía que te di se llena
de años, como el volumen de un racimo
Regresarán las uvas a la tierra.
Y aún allá abajo el tiempo sigue siendo,
esperando, lloviendo sobre el polvo,
ávido de borrar hasta la ausencia.
(Soneto XCI, de "Cien sonetos de amor", Pablo Neruda)Pero, no. Aunque “el tiempo borre hasta la ausencia”, el hombre es mucho más que un ir y venir; si es resaltado por la divina corona de justicia, revestido de trascendencia, tiene futuro eterno.
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