Carmela comenzó diciendo que no era cierto que sólo tuviera las dos sobrinas que nosotras conocíamos, hijas de su hermano José, sino que realmente, eran tres. Esta última, hacía años que había desaparecido de sus vidas. (En ese momento, dejé de ser muchacha para convertirme en una enorme oreja) Aquella historia prometía tantos secretos a descubrir... y a mi edad, todo lo veía como si entre los hechos que estaban siendo narrados por Carmela y mi imaginación alguien hubiera puesto una lupa gigantesca que aumentaba la emoción. ¿Por qué aquella mujer desapareció de sus vidas? Pues, según dijo, no era precisamente por estar muerta, sino porque la habían repudiado. ¿El motivo? Un mal día huyó con el sacerdote de su iglesia.
¡Dios mío! En ese instante, mi corazón saltó un escalón y se me subió a la garganta. Y no daba latidos sino campanazos. Ocurría que por aquel tiempo, yo mantenía correspondencia semanal con un jesuita y estaba deseando terminar de escuchar la historia para correr a mi cuarto y escribírsela. Ahora no podría hacerlo. ¿Qué pensaría de mí? Ante los vecinos, nuestra supuesta historia, tenia todo el viso de ser como esta que estaba escuchando. No. El jesuita y yo no estábamos enamorados, aunque mis padres me advirtieran que tuviera cuidado. Pero no. Sin embargo, gracias a los consejos de este hombre, más adelante en el tiempo, formé parte de un grupo parroquial, en el conocí a mi marido (que no era cura) , y juntos a la Palabra de Dios. Pero dejo a un lado esta referencia a mí misma y continúo:
¡Ah! Yo imaginaba a la sobrina de Carmela, joven, vestida de oscuro, con miedo, con incertidumbre, ocultándose en la oscuridad de la noche, y casi sin equipaje yendo en busca de su amado. No se lo habría dicho a nadie. No se habría despedido de nadie. Luego, ya juntos, irían a la estación. De allí partirían hacia un lugar que, de ningún modo, deberían revelar.
Un cura, y una muchacha hija de un militar, al que yo suponía severo, exigente, dominante... Nada más. Ningún recurso para seguir viviendo. Ningún hogar propio donde refugiarse. La vista puesta en el futuro sabiendo que al pasado no regresarían jamás.
Carmela continuaba hablando. Nos decía que toda esta urgencia de contárnoslo se debía a
que la hija pródiga de José, había vuelto después de tantos años. ¡Había aparecido! Se había casado con el ex-sacerdote. Que éste ahora era pastor de no sabía qué nueva religión y que había compartido su fe con ellos, pero nadie en la familia, aunque se alegraban de verla, estaba dispuesto a ir a esa iglesia a la que habían sido invitados. ¡Cuánto tuvo que sufrir esta mujer! ¡Cuánto debe quererla el Señor!
Hasta aquí llego. Esta historia de cuento romántico y testimonial de su fe en el Señor Jesús, se me quedó suelta, con muchos huecos importantes que llenar. Y aunque a Isabel Pavón, realmente no deberían interesarle, al ordenador mortal de su cerebro parece que sí y necesita cerrar este archivo de recuerdos adolescentes. Necesita guardarlo como “TESTIMONIO COMPLETO DE...”
SE BUSCA A ESTA MUJER. Yo la busco. Quiero que me cuente su historia, que me escriba su historia. Se apellidaba Doménech. Y aunque no recuerdo su nombre de pila, sé que enseguida saltaría a mi memoria si alguien lo nombrara.
A veces, el mundo es un pañuelo. Un pañuelo femenino para ser más exactos ¿Me crees? ¡Ojalá! ( que en árabe significa: Que Dios quiera).
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