La perspectiva bíblica nos llama a ver la deuda no como una herramienta, sino como una forma de esclavitud que limita nuestra libertad.
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Desde los albores de la humanidad, la tentación ha sido una fuerza poderosa, capaz de llevarnos por caminos de los que es difícil regresar. Curiosamente, uno de los primeros actos de engaño registrados en la historia tiene una profunda conexión con el concepto moderno de la deuda.
En el libro del Génesis, cuando Eva es confrontada por sus acciones, explica: "la serpiente me engañó... luego comí" (Génesis 3:13). La palabra hebrea para "engañado", nasha (Strong's 5377), es un homónimo con un doble significado revelador: "engañar" y "prestar a interés".
Esta conexión no es casual. La raíz de esta palabra se vincula con nashak (Strong's 5391), que significa "morder" o "picar", como una serpiente. Esta misma palabra se usa para describir a los acreedores en Habacuc 2:7: “¿No surgirán de repente tus acreedores (nashak)? ¿No se despertarán y te harán temblar? Entonces te convertirás en su víctima”.
El mensaje es claro: los préstamos con intereses son, en su esencia, un engaño que tienta a las personas a una forma de esclavitud. Al igual que la serpiente atrapó a Eva en una negociación que no podía ganar, la deuda nos encadena a una obligación que a menudo se vuelve impagable. Fue Dios mismo, a través de Jesucristo, quien finalmente pagó esa deuda espiritual, "habiendo cancelado el documento de deuda que consistía en decretos contra nosotros... lo ha quitado de en medio, clavándolo en la cruz" (Colosenses 2:14).
La mitología griega nos ofrece un paralelo fascinante con la caja de Pandora. Enviada como una maldición, Pandora recibió una caja que no debía abrir. Su curiosidad, similar a la de Eva, la venció, y al abrirla desató todos los males en el mundo, logrando capturar solo a la esperanza al final. Pedir un préstamo es como abrir esa caja: una vez abierta, perdemos el control de las consecuencias.
Las Escrituras nos advierten repetidamente sobre los peligros de la deuda, no como una prohibición absoluta, sino como una carga que debemos evitar para vivir en la plenitud que Dios desea para nosotros.
La Deuda en el Contexto del Antiguo Testamento
La perspectiva bíblica sobre el endeudamiento va más allá de un simple consejo financiero. En el Antiguo Testamento, la deuda se presentaba a menudo como una consecuencia directa de la desobediencia y una pérdida de soberanía. Deuteronomio 28:43-44 describe esta situación con una imagen poderosa: “Los extranjeros que vivan contigo alcanzarán cada vez más poder sobre ti, mientras que tú te irás hundiendo más y más. Ellos serán tus acreedores, y tú serás su deudor. Ellos irán a la cabeza, y tú quedarás rezagado.”
Por el contrario, la libertad financiera era vista como una bendición derivada de la obediencia. El mismo capítulo, en sus versículos 2 y 12, promete: “Si obedeces al Señor tu Dios, todas estas bendiciones vendrán sobre ti... El Señor abrirá los cielos, su generoso tesoro... Tú les prestarás a muchas naciones, pero no tomarás prestado de nadie.”
El Crédito Moderno Frente a la Sabiduría Antigua
En nuestra sociedad actual, el crédito se ha normalizado hasta convertirse en un pilar de la planificación financiera personal. Sin embargo, las Escrituras presentan el acto de pedir prestado como algo indeseable, un último recurso que debería ser, en todo caso, un compromiso a corto plazo.
Un ejemplo claro de esta mentalidad se encuentra en Deuteronomio 15, donde se establecía que las deudas debían ser perdonadas cada siete años. Este principio, aunque radical para nuestra economía, subraya una verdad fundamental: el endeudamiento a largo plazo no era el plan original.
La Deuda Nos Priva de Libertad
"Los ricos son los amos de los pobres; los deudores son esclavos de sus acreedores”. — Proverbios 22:7
La deuda nos somete y nos domina, contraviniendo el llamado a la libertad que Cristo nos dio. San Pablo nos recuerda: "«Todo me está permitido», pero no dejaré que nada me domine" (1 Corintios 6:12).
La Deuda Interfiere con el Amor al Prójimo
"No tengáis deudas pendientes con nadie, a no ser la de amaros unos a otros". — Romanos 13:8
¿Qué tiene que ver la deuda con el amor? La deuda destruye relaciones. La tensión que genera un préstamo no pagado entre amigos o familiares enfría la comunión y dificulta el amor genuino.
La Deuda Limita la Provisión de Dios
"Porque mis pensamientos no son los vuestros, ni vuestros caminos son los míos –afirma el Señor". — Isaías 55:8-9
Al recurrir inmediatamente al crédito, podemos estar cerrando la puerta a las formas creativas y milagrosas en que Dios podría proveer para nuestras necesidades. Es fundamental darle a Él la oportunidad de actuar primero.
La Deuda es una Jactancia sobre el Futuro
"¡Y eso que ni siquiera sabéis qué sucederá mañana! ¿Qué es vuestra vida? Sois como la niebla... Más bien, deberíais decir: “Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello.”" — Santiago 4:14-15
Asumir una deuda es apostar a que en el futuro tendremos los medios para pagarla, ignorando que nuestras circunstancias pueden cambiar en un instante.
El Incumplimiento es Pecado y Mal Testimonio
"Los malvados piden prestado y no pagan, pero los justos dan con generosidad”. — Salmo 37:21
No devolver lo que se debe es un acto de maldad a los ojos de Dios. Para un creyente, faltar a su palabra mancha su testimonio y el nombre de Cristo que habita en él. El principio es claro: "Pagad a todos lo que debéis" (Romanos 13:7).
La Deuda Pone en Peligro a la Familia
"El que no provee para los suyos... ha negado la fe y es peor que un incrédulo”. — 1 Timoteo 5:8
Usar los bienes familiares, como la vivienda, como garantía para un préstamo de negocio es una decisión de alto riesgo que puede dejar a la familia desprotegida.
La Deuda Puede Nacer de la Avaricia
"¡Tened cuidado! –advirtió a la gente- Absteneos de toda avaricia; la vida de una persona no depende de la abundancia de sus bienes". — Lucas 12:15
Financiar un móvil de última generación o un televisor de lujo a plazos a menudo no responde a una necesidad, sino a un deseo de poseer. Esta avaricia nos lleva a deudas innecesarias.
En un mundo donde el acceso al crédito parece ser la solución a muchas de nuestras aspiraciones, es fácil caer en la tentación de ayudar a un ser querido a obtener un préstamo. Sin embargo, antes de estampar tu firma como avalista o cotitular, es crucial entender la profunda responsabilidad y el riesgo que estás asumiendo. La sabiduría antigua, particularmente la que se encuentra en las Escrituras, ofrece advertencias claras y atemporales sobre esta práctica.
El Compromiso Legal y Sus Consecuencias
Firmar como avalista no es un simple gesto de apoyo; es un contrato legal que te convierte en el responsable último de la deuda de otra persona. Como lo expresa Salomón en Proverbios 22:26-27: “No te comprometas por otros ni salgas fiador de deudas ajenas; porque si no tienes con qué pagar, te quitarán hasta la cama en que duermes".
En esencia, al avalar a alguien, estás actuando como si tú mismo hubieras solicitado el préstamo para luego entregarle el dinero a tu amigo o familiar. La Biblia es tajante al respecto, considerando esta acción una falta de prudencia. Proverbios 17:18 lo subraya: «El hombre falto de entendimiento se compromete, y sale fiador a favor de su prójimo».
La Señal de Alerta del Banco
Es común que los padres, con la mejor de las intenciones, avalen a sus hijos para la compra de su primer coche o su primera vivienda. Sin embargo, es vital detenerse a pensar: si una entidad financiera, cuyo negocio es evaluar el riesgo, solicita un aval, es porque considera que la operación es inherentemente arriesgada. La propia petición del banco es una bandera roja que nos advierte sobre la alta probabilidad de impago.
Si ya te encuentras en esta situación, las Escrituras también ofrecen un consejo práctico y urgente. En Proverbios 6:1-5 leemos: «Hijo mío, si das tu firma como fiador de alguien a quien apenas conoces, te metes en un gran problema. Ese compromiso puede atarte como los lazos de una trampa. De ser posible, ¡apresúrate! ¡Líbrate de él! Ármate de valor, ve y ruégale que quite tu nombre.”
En conclusión, antes de ofrecerte como garante, sopesa las graves implicaciones. No solo pones en riesgo tu patrimonio y tu estabilidad financiera, sino que también te posicionas en una situación de vulnerabilidad que la sabiduría milenaria ha desaconsejado consistentemente. La verdadera ayuda a nuestros seres queridos no siempre reside en facilitarles una deuda, sino en fomentar una cultura de prudencia, ahorro y responsabilidad financiera.
Aunque la Biblia presenta la deuda como algo indeseable, no la prohíbe. Sin embargo, debe ser un último recurso y no una herramienta de planificación financiera. Antes de dar el paso, pregúntate:
En conclusión, la perspectiva bíblica nos llama a ver la deuda no como una herramienta, sino como una forma de esclavitud que limita nuestra libertad, sobre todo cuando hablamos de deuda motivada por el consumismo, daña nuestras relaciones y restringe la obra de Dios en nuestras vidas. Buscar la libertad financiera es, por tanto, una meta espiritual que nos alinea con un camino de prudencia, fe y testimonio íntegro.
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