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Detalles físicos del diluvio bíblico

En mi opinión, la inundación bíblica fue universal, en el sentido de que toda la humanidad existente en aquella época -excepto los que viajaron en el arca- pereció bajo las aguas.

CONCIENCIA AUTOR 87/Antonio_Cruz 30 DE NOVIEMBRE DE 2025 13:35 h
Foto: [link]Nazrin Babashova[/link], Unsplash CC0.

La creencia de que el diluvio de Noé fue mundial y dio lugar en un año a todas las rocas sedimentarias del planeta, con sus correspondientes fósiles, se inscribe en la concepción previa de que la Tierra fue creada recientemente hace sólo unos pocos miles de años. Esto es lo que afirma el llamado “creacionismo de la Tierra joven”.



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Sin embargo, tal concepción supone -entre otras cosas- un movimiento extremadamente agresivo y rápido de las placas tectónicas de la corteza terrestre, muy distinto al que tienen hoy, y unas tasas de desintegración de los elementos radiactivos de las rocas muchísimo más aceleradas de lo que se puede comprobar actualmente.[1] 



¿Acaso las leyes que rigen el cosmos fueron diseñadas por el Creador para que cambiaran con el tiempo? ¿Pueden variar la velocidad de la luz, las leyes termodinámicas o las demás constantes físicas del universo?



La propia Escritura parece afirmar la constancia de tales leyes cuando dice: “Así ha dicho Jehová, que da el sol para luz del día, las leyes de la luna y de las estrellas para luz de la noche, que parte el mar, y braman sus ondas; Jehová de los ejércitos es su nombre: Si faltaren estas leyes delante de mí, dice Jehová, también la descendencia de Israel faltará para no ser nación delante de mí eternamente” (Jer. 31:35-36).



Este texto está resaltando de forma negativa la fidelidad de Dios hacia su pueblo, a pesar de los sufrimientos de éste y del exilio que estaban padeciendo. Jehová les dice que no va a dejar de bendecirles, como tampoco cesan nunca de actuar las leyes del universo que Él ha creado.



La estabilidad y continuidad de tales leyes reflejan bien la fidelidad e inmutabilidad de Dios con su pueblo.



Hoy la ciencia es capaz de analizar la luz que nos llega de las estrellas, galaxias y nebulosas, que están a millones de años luz de la Tierra. Esta luz permite estudiar los elementos químicos que componen tales cuerpos celestes y constatar que los isótopos radiactivos que poseían en el pasado, hace millones de años, tenían las mismas tasas de desintegración que en la actualidad.



No han variado, como tampoco lo ha hecho la velocidad de la luz desde los primeros momentos después del Big Bang. De hecho, si ésta cambiase, sería imposible la subsistencia de la vida en la Tierra ya que todos los organismos dependemos de su constancia.



Por tanto, es muy poco probable que la velocidad de desintegración radiométrica que se dio durante el diluvio de Noé fuera diferente a la actual. Por otro lado, si esta desintegración de elementos radiactivos hubiera sido tan acelerada durante el diluvio como se pretende, ningún ser vivo del arca -incluidos los humanos- hubiera podido sobrevivir a sus efectos cancerígenos. 



Dice el texto bíblico que Noé vivió 350 años después del diluvio (Gn. 9:28) y su hijo Sem sobrevivió a dicha catástrofe, ni más ni menos que 502 años (Gn. 11: 10-11).



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¿Cómo hubieran podido vivir tantísimo tiempo si ellos, y los demás pasajeros del arca, hubieran estado expuestos a una radiación cancerígena tan elevada como la que supuestamente habría existido, si la velocidad de desintegración radiométrica hubiera sido como propone el creacionismo de la Tierra joven? El Dr. Hugh Ross escribe al respecto:



“… con unas tasas de desintegración radiométrica hasta mil millones de veces mayores durante el episodio del diluvio, cada metro cuadrado de la superficie terrestre se habría calentado unas 100.000 veces más que en la actualidad. El propio Sol habría estado más caliente como resultado de una desintegración radiométrica exponencialmente mayor. Tanto calor habría evaporado toda el agua de la Tierra y derretido toda su corteza, por no hablar de cómo habría repercutido en las condiciones del arca.”[2]



 



Las placas tectónicas



La teoría geológica de la tectónica de placas afirma que existen grandes fragmentos sólidos de la superficie terrestre (la litosfera) que flotan y se mueven muy lentamente sobre una capa más plástica del manto llamada astenosfera.



Actualmente, tales placas suelen desplazarse entre unos pocos milímetros y hasta 15 centímetros al año. Esta mínima velocidad es comparable a la del crecimiento de las uñas humanas.



Sin embargo, tan lento movimiento es capaz de generar terremotos, vulcanismo, formación de cordilleras, así como de cuencas y fosas oceánicas a lo largo de millones de años.



Según la tectónica de placas, el continente americano estuvo unido en el pasado a Europa y África. Se cree que la causa fundamental del movimiento de las placas es el calor interno de la Tierra que provoca corrientes de convección en el manto. 



Los modelos propuestos para explicar un diluvio universal aceptan también todas estas actividades de la tectónica de placas, pero comprimiéndolas en el reducido período de tiempo de un año o incluso menos.



En vez de miles de millones de años, se afirma que toda la actividad tectónica mundial tuvo que ocurrir en unos 150 días, que es el tiempo que tardó el arca en posarse sobre los montes de Ararat.



Se asume que ni antes de empezar el diluvio ni después de posarse el arca debió darse tan rápida actividad tectónica ya que esto habría matado a todos los seres vivos. Pero ¿qué habría ocurrido si realmente todo ese movimiento catastrófico se hubiera producido en un lapso tan breve?



Si eso hubiera sido así, las placas de la corteza terrestre se habrían desplazado a una velocidad media de entre 40 y 60 metros por minuto. Esto significa que durante 150 días toda la Tierra habría temblado con la fuerza de unos 42.000 terremotos consecutivos de magnitud 11.



Actualmente, un terremoto de magnitud 11 es teóricamente imposible porque el planeta no tiene fallas lo suficientemente largas como para generarlo. Los terremotos más grandes que se han registrado -como el megaterremoto de Valdivia en Chile, del año 1960- son de magnitud 9,5.



Se cree que un terremoto de magnitud 11 o 12 podría fracturar el planeta por el centro. Sin embargo, el modelo del diluvio mundial propone que ocurrieron miles de seísmos de magnitud 12, acompañados de numerosas erupciones volcánicas y tsunamis, durante esos 150 días bíblicos.[3]



Además, hay que tener en cuenta -tal como se ha indicado- que la desintegración radiactiva que se da en el núcleo de la Tierra produce el calor necesario para generar las corrientes de convección del manto y el movimiento de placas.



Este calor es el que alimenta también a los actuales volcanes activos. Sin embargo, si semejante calor se aumentara más un millón de veces -tal como pretenden los geólogos del diluvio universal para los 150 días bíblicos, con el fin de justificar la creencia de que la Tierra sólo tiene unos seis mil años de antigüedad- toda la superficie terrestre se habría fundido rápidamente y por completo.



Una desintegración radiométrica tan acelerada como se propone habría acabado con la vida en el planeta. Es evidente que no pudo ocurrir así. Aunque actualmente vemos numerosas evidencias geológicas de grandes catástrofes ocurridas en el pasado, a lo largo de la historia de la Tierra, tales cataclismos ocurrieron mucho antes de la llegada de los primeros seres humanos.



En mi opinión, la inundación bíblica fue universal, en el sentido de que toda la humanidad existente en aquella época -excepto los que viajaron en el arca- pereció bajo las aguas.



El mundo de entonces sucumbió al juicio divino por culpa de su maldad. Sin embargo, en aquellos remotos tiempos, los seres humanos todavía no habían llegado a América, ni a Oceanía, ni a otras lejanas regiones del planeta. No era necesario anegar tales continentes. La humanidad se circunscribía probablemente al Creciente Fértil o poco más.



Hubo lluvia por cuarenta días y cuarenta noches. Tanto las “cataratas de los cielos” como las “fuentes del grande abismo” fueron abiertas y las aguas prevalecieron sobre la tierra ciento cincuenta días. Toda carne animal y humana que se movía sobre aquella tierra pereció ahogada. El juicio de Dios contra el pecado es inexorable. Afortunadamente hoy tenemos a Jesucristo.



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[1] Ver el capítulo 18 titulado “Evidencia de la antigüedad del mundo”.



[2] Ross, H. 2023, Navegando Génesis, Kerigma, Salem, Oregón, EE. UU., p. 219.



[3] Ibid., p. 221.


 

 


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