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Lo sensible y lo sensual

Que el Señor nos ayude a ver la gracia en los hermanos y hermanas, en la familia y en la iglesia. Esta es la bendición de la identidad nueva que tenemos en Cristo.

ENROLADO POR LA GRACIA AUTOR 1053/Joel_Sierra 23 DE NOVIEMBRE DE 2025 13:05 h
Foto: [link]Adrianna Geo[/link], Unsplash CC0.

La vieja persona está viciada con deseos engañosos. Busca sólo la satisfacción personal y termina en callejones sin salida—orientada hacia sí misma. Pero la nueva persona fue creada a semejanza de Dios en justicia y santidad de verdad –orientada a servir y amar a los demás.



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Lo viejo y lo nuevo



Esto digo e insisto en el Señor: que no se conduzcan más como se conducen los gentiles, en la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento entenebrecido, alejados de la vida de Dios por la ignorancia que hay en ellos, debido a la dureza de su corazón. (Efesios 4:17-18 RVA 2015)



Hay dos mitades en las cartas paulinas. Comienzan con una sección doctrinal, o teológica, donde se afirman declaraciones muy profundas de la fe, y la segunda mitad contiene una serie de consejos prácticos para aplicar directamente a la vida las realidades que contiene la primera mitad.



Por eso a partir del capítulo cuatro, Efesios se convierte en una carta más práctica que teórica. Se describe una manera de vivir que corresponde a haber sido revividos por la gracia de Dios.



Es una cosmovisión nueva, una manera de ver el mundo que es distinta a la de quienes no conocen a Dios, “los gentiles”.



Lo viejo y lo nuevo son formas concretas de la cosmovisión. Son vestidos que corresponden a lo que hay en el entendimiento y en el corazón. Si llegó a nuestra vida lo nuevo del evangelio, eso se nota, en la manera práctica de conducirse por la vida.



Así como nos deshacemos de prendas de ropa que ya están desgastadas y viejas, hay que ver qué cosas debemos desechar para manifestar lo nuevo que ha venido a nuestra vida gracias a Cristo.



Es una insistencia que proviene de parte del Señor. Dios quiere que su pueblo se conduzca de manera distinta al resto de la gente. La iglesia debe asumir su identidad de ser diferentes al resto de la sociedad.



Cuando el cristianismo se hizo la religión oficial del imperio romano, con el edicto de Tesalónica, en el año 380, y luego en el 392 obligatoria, comenzó una confusión trágica: que se usa la palabra “cristiano” para referirse a cualquier persona, en general.



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En realidad, no toda la gente –en general—es cristiana. Existe una identidad especial. Los que no conocen a Dios en Cristo andan en la vanidad de su mente. Su entendimiento está entenebrecido. Sí tienen entendimiento (en algunos casos es mucho su entendimiento), pero no hay luz en todos sus razonamientos.



Aun después de estudiar, leer, escribir y hablar mucho, llegan a la conclusión que “la vida no vale nada”. Su entendimiento los conduce a un callejón sin salida: no hay Dios, y la vida no tiene sentido.



Ese es el entendimiento entenebrecido, la cosmovisión pagana. Esa no es la vida de Dios. Es tener ignorancia en la mente y dureza en el corazón. Una combinación terrible que constituye la actitud de rebeldía contra Dios.



No se conoce la verdad, pero tampoco se la quiere conocer. Cabeza ignorante y corazón sin voluntad de creer. Cerebro mal informado y corazón bien endurecido.



 



Sensibilidad y sensualidad



Una vez perdida toda sensibilidad, se entregaron a la sensualidad (Efesios 4:19 RVA 2015)



Sensibilidad y sensualidad representan dos orientaciones de vida totalmente diferentes. Sensibilidad es la disposición de vivir para los demás, es ponerse al servicio de las necesidades del prójimo. Es ser como nuestro Dios, que tiene ojos y sí ve, y tiene oídos y sí oye. Tiene manos y toca la necesidad. Es sensible.



La sensibilidad es algo bueno. Una persona sensible tiene la nueva cosmovisión, una orientación ética para servir a los demás. Escucha que alguien está en problemas y hace algo, atiende el clamor de necesidad, así como Dios lo hace. Mueve sus manos para que sirvan para algo y que el amor no sea sólo de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad.



Por otro lado, la sensualidad es otro tipo de orientación de vida. Busca el disfrute, la satisfacción personal. El sensual trata de sacar siempre un beneficio personal a todo lo que hace.



La sensualidad es poner siempre el yo y su placer antes que las necesidades de los demás. Es procurar siempre el sentir bien, tener agrado. Es una dimensión estética de la vida, que quiere siempre disfrutar. El criterio que rige la vida de la sensualidad es el placer. Si le gusta algo, participa; si no le gusta, no.



La sensualidad penetra en las iglesias cuando la gente busca aquella iglesia que le gusta. Por la música, por el estilo, por alguna cosa que satisface sus sentidos y da satisfacción personal y egoísta. Sensibilidad y sensualidad son dos orientaciones distintas de la vida, que corresponden a las dos cosmovisiones de las que el texto habla. Lo viejo es la sensualidad. Lo nuevo es la sensibilidad.



El punto de vista de Dios se caracteriza por una sensibilidad al dolor del prójimo. La cosmovisión pagana se caracteriza por una sensualidad que quiere satisfacer su propio gusto y placer.



El ejemplo de Cristo no es de sensualidad, sino de sensibilidad. La historia de Cristo está presente en las cartas paulinas. No son narraciones de lo que hizo Jesús, pero sí son testimonio de Cristo.



Las cartas no se deben separar de los Evangelios. Cartas y Evangelios están íntimamente entrelazados entre sí. El ejemplo de Jesús subyace en este texto. Sus palabras, sus actitudes y acciones sostienen el estilo de vida de la sensibilidad.



Las palabras, actitudes y acciones del Señor Jesús deben estar presentes en la iglesia todos los días, sosteniendo la vida de la congregación en el mundo. Para eso necesitamos recordar siempre los episodios de los Evangelios y aplicarlos a nuestra vida hoy.



 



El ropaje viejo y nuevo



Con respecto a la vida que antes llevaban, se les enseñó que debían quitarse el ropaje de la vieja naturaleza, la cual está corrompida por los deseos engañosos; ser renovados en la actitud de su mente; y ponerse el ropaje de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad. (Efesios 4:22-24 NVI)



Cada cierto tiempo en nuestro armario se van renovando las prendas que vestimos. A veces desaparece una camiseta vieja que, aunque le teníamos mucho aprecio, alguien nos hace el favor de sacarla y desecharla.



El texto que encabeza esta sección nos invita a hacer un cambio profundo, simbolizado por un cambio superficial. El cambio profundo es la adopción de una nueva naturaleza, una nueva cosmovisión.



En el mundo antiguo la gente no acumulaba tanta ropa como ahora. Sólo tenían una túnica para el tiempo de frío y otra para el calor. De modo que sí se desgastaba mucho y sí ameritaba procurar hacer un cambio.



Dice el texto que la vieja naturaleza está corrompida por deseos engañosos. En el budismo se enseña a renunciar indiscriminadamente a todo deseo, porque así –según su método—se logra eliminar el sufrimiento.



Pero en el cristianismo se enseña a identificar deseos buenos y deseos malos.



No se trata de dejar de desear de manera absoluta. Eso es imposible. Más bien se trata de identificar y desechar los “deseos engañosos”, porque corrompen la vida.



Son las aspiraciones de vida según la cosmovisión egoísta del paganismo. Luego, hay que vestirse del nuevo ropaje, abrazar los deseos que corresponden a la imagen de Dios.



Son deseos de verdadera justicia y santidad. El cristianismo afirma que hay un deseo bueno, que no se debe eliminar. Es el deseo de Dios. Es anhelar con verdadera sed espiritual (como el ciervo que brama por las corrientes de las aguas) más y más del agua viva que hay en Cristo Jesús.



La imaginación popular pinta a un angelito sobre un hombro y a un diablito sobre el otro, luchando en el interior de la persona. Pero en realidad se trata de toda la persona, y no sólo de la mitad, que hay que desechar como ropaje viejo. Es el viejo hombre que debe ir a la basura.



Sus deseos conducen a callejones sin salida, son egoístas y no aciertan a encontrarle sentido a la vida. Son motivados por la sensualidad.



Hay que vestirse de la nueva persona, adoptar la nueva manera de ver la realidad. Se describe en el texto como justicia y santidad de la verdad. Tanto justicia verdadera como santidad verdadera tienen que ver con la orientación de la vida para servir y bendecir a los demás, que es orientación movida por la sensibilidad.



Que el Señor nos ayude a que podamos hoy sacar del armario de nuestro corazón esos deseos engañosos que sólo corrompen la vida. Y que en nosotros haya más sed de Dios.



 



¿Instrumentos de quién?



Por lo tanto, habiendo dejado la mentira, hablen la verdad cada uno con su prójimo, porque somos miembros los unos de los otros. Enójense, pero no pequen; no se ponga el sol sobre su enojo ni den lugar al diablo. (Efesios 4:25-27 RVA 2015)



La razón por la cual se debe desechar la mentira es porque somos miembros unos de otros. La mentira es como un búmeran que afecta a quien la dice, pues se regresa en sus efectos dañinos.



Mentir es dañarnos a nosotros mismos, porque la calumnia daña a un miembro del cuerpo al que todos pertenecemos. Por eso es crucial poner atención a nuestra manera de hablar, pues lo que decimos afecta al resto de la congregación. Somos instrumentos de bendición.



En la Biblia no dice que no podamos enojarnos. El enojo forma parte de la vida, y hay enojo que puede ser muy productivo. Lo que pasa es que no debemos vivir permanentemente en un estado de enojo.



El carácter enojón no lleva a ningún lado. Enojarse sin pecar quiere decir que la fuerza de nuestro enojo no debe lastimar a nadie, ni hacernos blasfemar contra el Señor.



Debemos procurar salir del estado de enojo antes que nos provoque un daño. En el discipulado cristiano, no es correcto mantener un estilo de vida de enojo permanente.



Es un modo de vida amargado que no logra salir de su enojo. Especialmente si lo que nos enoja es una injusticia, y nos indigna algo que vemos que está pasando en el mundo, tenemos que aprender a vivir de manera productiva nuestro enojo.



Que no produzca pecado, sino bendición, y que lo que nos impulse no sea el enojo, sino la alegría del Señor. No somos instrumentos de daño, sino de paz.



El enojo no debe durar mucho tiempo. Días y semanas. “No se ponga el sol” quiere decir que el enojo no debe estacionarse en nuestro corazón permanentemente.



El enojo debe venir a ayudarnos a vivir mejor –y no peor—y luego marcharse de nuestra vida, para no dar oportunidad a que el diablo utilice nuestro enojo para hacernos daño. No somos sus instrumentos.



Con el diablo hay que tomar distancia. Cerrar la puerta, no darle lugar. Es más prudente huir del diablo que ponerse a pelear con él. Por eso se toman ciertas precauciones en la vida: se rompen algunas relaciones, se eliminan de redes sociales personas dañinas, se corta por lo sano de manera drástica alguna influencia perniciosa.



En lugar de exponernos a una mala influencia, es mejor no dar lugar al enemigo.



 



Se alegra el Espíritu



El que robaba no robe más sino que trabaje esforzadamente, haciendo con sus propias manos lo que es bueno para tener qué compartir con el que tenga necesidad. Ninguna palabra obscena salga de su boca sino la que sea buena para edificación, según sea necesaria, para que imparta gracia a los que oyen. Y no entristezcan al Espíritu Santo de Dios en quien fueron sellados para el día de la redención. (Efesios 4:28-30 RVA 2015)



La concepción cristiana del trabajo y la concepción cristiana de la comunicación son cosas que alegran al Espíritu Santo de Dios.



El trabajo sirve para tener algo que compartir con quien padece necesidad. No trabajamos para alimentar nuestro egoísmo, sino para poder ayudar a alguien más. Sin Cristo, el trabajo se usa para participar en injusticias.



Pero el trabajo que no entristece al Espíritu es el que sirve para poder ayudar a quienes tienen necesidad.



La comunicación verbal que alegra al Espíritu es la que edifica a quienes oyen y les imparte gracia. Como el acrónimo que en inglés forma la palabra T H I N K (pensar), y que algunos atribuyen en su origen al escritor cristiano de la antigüedad, Agustín de Hipona: Antes de hablar, hay que pensar. ¿Es verdadero o es sólo un chisme? Si no tenemos pruebas para hablar mal de alguien, ¿por qué hemos de usar nuestras palabras para lastimar un nombre?



¿Es algo que ayuda o más bien estorba? Si no es algo útil, que ayuda, es mejor no hablar. ¿Es algo que inspira a ser mejores como seres humanos? Si no inspira, es mejor no decirlo. ¿Es algo necesario? Si no es necesario, mejor no hablar. ¿Es algo amable y bondadoso? Si no es así, mejor ni decirlo.



La comunicación que alegra al Espíritu es verdadera, útil, inspiradora, necesaria y amable. Si no es así, es mejor no abrir la boca para hablar.



Si al diablo hay que resistirlo, al Espíritu Santo no hay que contristarlo, porque nos selló y le pertenecemos. Por eso le permitimos que realice su buena obra de renovación y de amor.



Contristar al Espíritu no tiene que ver con los dones, sino con el fruto. El Espíritu se entristece si no amamos, aunque practiquemos muchos dones espirituales, si no tenemos el fruto que es amor, el Espíritu se contrista. Pero el Espíritu se alegra cuando nuestro trabajo es para ayudar, y cuando nuestras palabras son de bendición.



Pidamos al Señor Espíritu que hoy podamos trabajar y hablar de manera que se alegre sobre nosotros. Y que la alegría del Espíritu sea nuestra fuerza hoy y siempre.



 



La experiencia de la gracia



Abandonen toda amargura, ira y enojo, gritos y calumnias, y toda forma de malicia. Más bien, sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo. (Efesios 4:31-32 NVI)



Experimentar la gracia de Dios es permitirle al Espíritu Santo que realice su buena obra de amor en nuestra vida. Que de nosotros desaparezca toda amargura, todo enojo, toda ira, toda gritería y malas palabras, y toda malicia. Más bien vamos a ser benignos unos con otros, y misericordiosos.



Esta es la nueva cosmovisión, la sensibilidad hacia los demás, la nueva identidad con la que nos vestimos en Cristo: Perdonándonos unos a otros como Dios también nos perdonó en Cristo Jesús.



Qué tragedia es observar el caso de alguien que antes de hacerse cristiano era más buena persona. Luego de hacerse cristiano, se hizo una persona amarga, peleonera, siempre juzgando a los demás, siempre queriendo señalar lo que está mal, inflexible, severa, estricta y dura. No sabe vivir en la gracia. Y si alguien no tiene actitud de gracia, entonces vive en la desgracia. Se hace una persona desgraciada.



Tal vez todos recordamos a alguien que después de hacerse cristiano se hizo más juzgador, más severo y abandonó la gracia, en lugar de abandonar la amargura, el enojo y toda malicia. Toda su vida es amargura, y siempre está señalando los errores de todos los demás. Esa persona vive en la des-gracia.



¡Qué diferencia cuando una persona es benigna, es decir, que hace bien! Su presencia es como medicina que sana los huesos. Una persona benigna propicia el orden en la vida de quienes conoce.



Su amistad echa fuera el caos y trae un balance sano. Una persona benigna vive en la gracia, porque transmite el perdón que ha recibido de parte de Dios.



Los malignos son personajes tóxicos, venenosos, hacen mal a la gente. El Señor nos llama a ser bendición unos para otros, a ser un regalo para los demás. Que podamos decir como el canto de Rebeca Montemayor: “Hermano, para mí eres un regalo”. Dios te trajo a mi vida como un regalo.



¿Nos concebimos así, como un regalo para los demás en la iglesia? Sólo se puede si tenemos la nueva cosmovisión, sensibilidad en vez de sensualidad, si tiramos a la basura esa ropa vieja y desgastada, en sentido espiritual, y si no puedes sin ayuda deshacerte de eso viejo en tu vida, puedes contar con la ayuda de alguien en la comunidad de fe.



Para eso estamos, para ayudarnos unos a otros a abandonar la amargura, el enojo y el pensar mal.



Que el Señor nos ayude a adoptar el nuevo punto de vista, para ver la gracia en los hermanos y hermanas, en la familia y en la iglesia. Esta es la bendición de la identidad nueva que tenemos en Cristo. Que salgamos de la dimensión de lo sensual para entrar en lo sensible.



 



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