Exploremos tres conceptos que este vocablo nos trae a la mente.
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Así sin más, si vemos la palabra “alto”, no tenemos ni idea de si estamos hablando de estatura o de la acción que implica el detener un movimiento. O puede que se trate de un objetivo sublime, como el que apunta muy alto…
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Pues para confundir aún más a los lectores, nos vamos a centrar en los tres conceptos que dicho vocablo nos trae a la mente. ¿Estáis listos? Pues vamos allá: Tenemos que hacer un alto en el camino para llegar alto. Y todos podemos apuntar igual de alto independientemente de nuestra estatura. La longitud correcta de las piernas es cuando tenemos los pies en la tierra.
Lo primero que tenemos que hacer es tener los pies en la tierra y no pensar que llegamos más alto de lo que realmente lo hacemos. Como lo afirma Romanos 12:3: “Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener”. Veamos pues:
“Dios mío, confuso y avergonzado estoy para levantar, oh Dios mío, mi rostro a ti, porque nuestras iniquidades se han multiplicado sobre nuestra cabeza, y nuestros delitos han crecido hasta el cielo” (Esdras 9:6).
Siendo conscientes de ello, los sensatos harán un alto en el camino y se preguntarán como remediar la situación.
“Venid luego, dice Dios, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (Isaías 1:18).
Por el contrario, los necios seguirán intentando llegar más alto por sus propias fuerzas, por sus propios méritos, por sus propias buenas obras. Pero ese intento por subir por la escalera hasta el cielo no hará otra cosa que mostrarles que los peldaños son interminables y que el destino sigue siempre en el horizonte, tan alto que es imposible alcanzarlo.
¿No me crees?
La realidad es que tenemos que apuntar incluso más alto de lo que podemos nosotros mismos.
“Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48).
Por eso, el horizonte es inalcanzable. Hagamos un alto en el camino para hacer inventario:
“¿Quién subirá al monte de Dios? ¿Y quién estará en su lugar santo? El limpio de manos y puro de corazón; el que no ha elevado su alma a cosas vanas, ni jurado con engaño” (Salmo 24:3-4).
“Dios, ¿quién habitará en tu tabernáculo? ¿Quién morará en tu monte santo? El que anda en integridad y hace justicia, y habla verdad en su corazón. El que no calumnia con su lengua, ni hace mal a su prójimo, ni admite reproche alguno contra su vecino. Aquel a cuyos ojos el vil es menospreciado, pero honra a los que temen a Dios. El que aun jurando en daño suyo, no por eso cambia; quien su dinero no dio a usura, ni contra el inocente admitió cohecho. El que hace estas cosas, no resbalará jamás” (Salmo 15).
Si te das cuenta que no lo vas a lograr a solas con solo leer dos pasajes cortitos, entonces tienes los pies en la tierra y puedes apuntar alto de la forma correcta: A través de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo, quien dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6). Él sabe llevarnos a lo más alto mediante el perdón de nuestros pecados y lo logra Él solo, sin necesidad de nuestros esfuerzos:
Mira lo que dice Salmo 103:10-11: “No ha hecho con nosotros conforme a nuestras iniquidades, ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados. Porque como la altura de los cielos sobre la tierra, engrandeció su misericordia sobre los que le temen”.
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La religión no hace eso. Solo Cristo, el Hijo del Altísimo (Lucas 1:32), te llevará al Cielo si confías en Él. No por tus propios méritos, sino por Su amor que es más alto de lo que te puedes imaginar (Efesios 3:18-19). Así que piensa en ello:
“Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Colosenses 3:1-3).
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