Su mirada, desde la Edad Media a nuestro tiempo, no observa al Estado español con momentos puntuales, sino como una estructura de continuidad “fabricada” por los intereses de los que ha beneficiado.
Detalle de la portada del libro.
Hay libros que, como dice una presentación, “cambian la forma de ver el telediario”. Que un Estado exista en su historia vinculado a la corrupción, porque es el constructo de la misma, que le da su savia vital y de esa corrupción la recibe, y eso se pueda contemplar en un libro es tarea loable. Ese es el logro del historiador económico Carlos Arenas Posadas (Sevilla, 1949).
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El Estado pesebre, una historia de las élites españolas. De cómo las oligarquías han parasitado las rentas públicas, El Paseo Editorial, 2025, Sevilla [agosto, acabo de ver que va en la 3ª edición]. 388 páginas, de las cuales 80 de bibliografía seleccionada.
(Los que habíamos leído a José Luis Villacañas, Historia del poder político en España, 2014, ya teníamos otra mirada sobre este mismo asunto.)
Lo relevante en el ensayo que ocupa esta conversación es que su mirada, desde la Edad Media a nuestro tiempo, no observa al Estado español (que no nación) con momentos puntuales, sino como una estructura de continuidad “fabricada” por los intereses de los que ha beneficiado.
El autor, que expresa que este ensayo lo escribió ante la recurrente ocurrencia de llamar “pesebristas” a los empobrecidos por el sistema, que miran dónde recoger alguna “paguita” del Estado, para “hacer una versión de la historia de España que exponga lo que ha sido evidente para cualquier historiador honesto: que son las élites sociales y los grandes negocios los que han prosperado secularmente a la sombra del Estado o, siendo más precisos, que el Estado parasitado por los oligarcas ha sido el verdadero Pesebre, con mayúsculas, en la historia de este país”.
Lo que se dice en la presentación de la editorial, respecto a que por sus páginas pasan “los grandes protagonistas de este gran comedero”, realmente te lo encuentras dentro, porque, con gran acopio de datos, se presentan familias y poderes con nombre y apellidos.
Y no es poco poner a nuestro alcance “señoríos medievales, obispos, inquisidores, virreyes, militares, prestamistas, asentistas, burgueses venales, reyes felones, camarillas palaciegas, espadones, negreros, agricultores o industriales protegidos, lobistas sectoriales y regionales, banqueros, nacionalistas de todo pelaje, comisionistas, grandes corporaciones y fondos buitres, etc.”
Como es lógico, me interesó especialmente la cuestión de la presencia de “la Iglesia”, como por aquí se dice, o el papado que es como se dice mejor, pues es un factor continuo en la corrupción del Estado. (Ya les digo que a este profesor no me lo ponen en ningún altar, si acaso lo suben a alguno, será por ver si se cae.)
El autor te puede decir que el catolicismo en la historia del Estado, durante siglos, ha sido una “religión para la guerra”. Efectivamente, la paz, con Westfalia (1648) o el Tratado de los Pirineos (1659), supuso el declive.
El Pesebre necesita nutrirse de pastos de guerra, su “capitalismo” era bélico. Aquí el trabajo, durante siglos (creo que incluye la guerra civil) ha sido matar enemigos, y quedarte con el botín de guerra. (Hasta 1783, por ley regia, no se consideró la actividad comercial un asunto noble -no es broma-.)
Lo de la santa cruzada, eso de matar y robar, se convirtió en la fuente nutricia de pastos del pesebre durante siglos. Podía ser un asunto hacia fuera. Podías llevar en el suelo de España cuatro siglos, pero si no eras súbdito del papado, eras de afuera, un extraño.
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La conquista (no pongo re) supuso una constante inmatriculación por la espada. Por poner un ejemplo: tú podías vivir en un pueblecito de Andalucía o Extremadura, tienes a tu familia y unas tierras que labras y son el sustento de tu casa. Allí han estado los tuyos por más de tres siglos. Un día te llega un “cruzado”, de Asturias o Francia, con una espada y te dice que eres un extranjero en esa tierra, y que él tiene el “derecho” de matarte y quedarse con tus bienes, y si no, que se lo preguntes al fraile que viene con él.
La cosa puede terminar en que te maten y tu esposa e hijos los vendan como esclavos, mercancia de guerra, o, si tienes suerte, que te concedan la gracia de vivir, y que te quedes al servicio del cruzado, que ahora es el dueño de tus tierras, para trabajar a su servicio. Siervo pero vivo.
Ese afuera tuvo con lo de la conquista de América un espacio donde recomponer energías. Se trataba, por la infame y falsa “donación de Constantino”, de reclamar las tierras donadas al papado. (Pon, si quieres otras cosas, pero ésta no la quites.)
Cómo será el desastre de la cosa que incluso para pagar algún impuesto a las actividades comerciales del clero, la “Iglesia”, es decir a sus ingresos por ventas de productos de los múltiples de los que eran dueños, tenían que recibir el visto bueno del papa de turno, si no, pensaban que su estatuto jurídico de gente especial no les obligaba al pago.
Pero la cruzada del capitalismo bélico también tuvo su expresión hacia dentro. Ese paradigma tiene en la reciente guerra civil su expresión, y en la dictadura subsiguiente su corolario. Ese es el “valor religioso” que ahora dicen que hay que conservar. Ese es el significado de las procesiones, reliquias, jubileos…
Es la historia del poder ejercido por los del Pesebre para acabar con cualquier intento de sanidad, de cambio. En el libro aparecen muchos ejemplos. Uno más alejado, aunque no tanto, es el caso de las ciudades. Las que medio tenían algo de libertad comunitaria (cuando eso en Europa era el motor de la libertad donde luego se asentará la Reforma), “su poder quedó jibarizado”, con lo que “nada impidió que determinadas sagas familiares, nobiliarias o burguesas se perpetuaran al frente de los ayuntamientos y de la representación de estos en las Cortes.
En suma, en las últimas décadas del siglo XV, las oligarquías señoriales, eclesiales y urbanas habían ya ocupado vastos recursos de poder en los reinos españoles, quedando disponibles para la construcción del Estado unitario que se instauró en 1479 con el matrimonio de Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón¨”.
Otro, más cercano, cuando la Segunda República, la cruzada hacia dentro se desató. Todo el XIX previniendo de los males de la revolución, de eso que provocó la Reforma Protestante con su diabólico libre examen, y ahora ya lo tienen encima. Todos preparados para la guerra.
Y vino, la trajeron. Con el papado al frente y en el frente. Especialmente eso de ser un Estado laico, eso de la libertad de cultos. ¿Para qué ha servido la Sagrada Familia, templo expiatorio sobre ese gran mal, o tantos dedicados al Corazón de Jesús? Quien pueda hacer algo que lo haga, que ya en el Pesebre tendrá su recompensa. La paz sobre los vencidos servirá para repartir el botín.
Por supuesto, asumo el malestar de todos los que conocen a sujetos que trabajan solo en vivir sin trabajar, que tampoco son tantos. Los que están acostados al lado del Pesebre/Estado, y se echan a dormir en el colchón de los subsidios.
Pero, y esto es lo que este libro pone delante, los más gordos, los más engullidores, son los acostados de siempre, pero que no se echan a dormir, sino que siempre están despiertos para recoger más. Incluso han avanzado tanto en el método, que son ellos los que hacen las leyes para que el Pesebre se nutra y reparta. Valga la metáfora, porque los acostados son los que “viven a costa”.
Al leer el libro, con datos enormes, no podía dejar de pensar en cada página, ¡Ay España! ¿qué conseguiste con tu Contrarreforma? El libro deja claro lo que conseguiste: un muladar, el Pesebre no es otra cosa.
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