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Protestante Digital

 
 

Eso no es adoración

Adorar es vivir de rodillas frente a Dios en obediencia diaria, y de pie frente a los ídolos del mundo, en firme resistencia. No vamos a doblar la rodilla ante nadie más que nuestro Señor Jesús.

ENROLADO POR LA GRACIA AUTOR 1053/Joel_Sierra 01 DE NOVIEMBRE DE 2025 19:00 h
Foto de [link]Jordan Seott[/link] en Unsplash

Las palabras de Amós, uno de los pastores de Tecoa, sobre lo que vio acerca de Israel en los días de Uzías rey de Judá, y en los días de Jeroboam, hijo de Joás, rey de Israel, dos años antes del terremoto. Dijo Amós: “¡El SEÑOR ruge desde Sion y da su voz desde Jerusalén! Se enlutan los prados de los pastores y se seca la cumbre del Carmelo”. (Amós 1:1-2 RVA 2015)



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Gracias a Dios por sus profetas



¿Por qué debemos poner atención al mensaje de los profetas del Antiguo Testamento? Hay cuatro razones. La primera es porque también son palabra de Dios, inspirada y que da testimonio del Dios vivo y verdadero, por encima de los ídolos y divinidades de la gente. Además, nuestro mundo no ha cambiado mucho desde que se escribieron estos testimonios en el siglo VIII y VII antes de Cristo; la humanidad sigue cometiendo las mismas graves atrocidades. En tercer lugar, el pueblo de Dios, la Iglesia, también comparte con el Israel del Antiguo Testamento los mismos pecados de infidelidad espiritual que los profetas indican con fiereza. Y por último, nosotros también tenemos una vocación profética porque hemos sido enviados a proclamar un mensaje de parte de Dios a la humanidad entera, de modo que nos interesa conocer cómo respondieron ellos al llamado de Dios, y cómo nuestro mensaje se conecta con el de ellos.



Gracias a Dios por los profetas. Ellos son la evidencia de que no todo iba bien en el pueblo del Antiguo Testamento. Todos ellos tenían que proclamar sus mensajes teniendo una fuerte oposición en su contra, usualmente oposición de las autoridades establecidas en el pueblo, civiles y religiosas. Muchos de ellos tuvieron que dar sus proclamas desde prisiones, otros tuvieron que volver a escribir sus libros, pues éstos eran destruidos por las autoridades.



Así que los profetas también son un testimonio de que la Biblia se ha escrito no sólo como resultado de la fe del pueblo, sino también a pesar de la violenta oposición del pueblo contra la Palabra de Dios. Es un milagro que nos haya llegado hasta aquí, por escrito, el mensaje de los profetas.



Si lo único que tuviéramos fuesen los relatos de los cronistas oficiales de las cortes de los reyes, todo sería adulaciones y alabanzas a sus señores los reyes. La historia no conocería la realidad de las cosas en el pueblo en todos los niveles: económico, social, político, y sobre todo, espiritual. Ellos son la evidencia de que la Biblia no nos cuenta sólo las cosas buenas del pueblo de Dios, sino que también declara el pecado de los individuos y de las naciones.



Por eso hay que atender al mensaje de los profetas. En sus palabras encontramos la misma pasión que inflama el corazón del Señor Jesús, que es el llamado a dejar los ídolos y buscar a Dios.



 



La ofensa más grave



Desde el Pentecostés del año que Dios resucitó a JesuCristo, el Espíritu Santo fue derramado a los 120 del aposento alto, significando así que ahora no habría sólo un ungido en el pueblo, sino que todo el pueblo sería en sí un pueblo de reyes, de sacerdotes y de profetas. Hemos de recuperar ese ministerio profético. Hoy en día la mayoría de los que hablan de este asunto quieren convertirnos en adivinadores del futuro, o en psíquicos que saben lo que el otro está pensando.



La predicción y el discernimiento espiritual son parte de la tarea profética, pero no son lo que hace a un profeta. El profeta es el que habla de parte de Dios. Y si creemos que Dios ha hablado clara y definitivamente en JesuCristo, no tenemos por qué andar buscando “novedades proféticas”. Hay que acercarnos a JesuCristo, y ser instrumentos de su mensaje al mundo de hoy. Que Dios hable a través de nosotros para dar la palabra de Cristo al hambriento, al que está solo, al que está en la cárcel, para despertar al inconsciente y que se dé cuenta de su pecado, para que la iglesia sea fiel a su Señor.



Como el profeta de la antigüedad, nosotros también hemos recibido este llamado. Dios quiere que hablemos de su amor por el ser humano, que no nos quedemos callados para denunciar la terrible idolatría que oprime al corazón cuando éste quiere buscar a Dios, y se topa con diosecillos falsos que sólo le explotan y terminan por aniquilarle la vida.  Como el profeta de la antigüedad, nosotros también hemos de reconocer nuestra propia incapacidad para hablar de cosas tan quemantes, y hemos de ser primero quemados nosotros mismos, para tener la autoridad profética con que se denuncia la idolatría.



Amós era un campesino del reino del Sur (Judá), y fue enviado a predicar a la próspera nación del norte, Israel. Fue el primero de los profetas que dejó su testimonio por escrito. Comienza por enumerar los pecados de las naciones vecinas, y llega hasta la cumbre del pecado cuando describe la situación de Israel.



Las naciones paganas ofenden a Dios con su crueldad en la guerra (Damasco), su esclavitud y comercio con seres humanos (Gaza), su traición y deslealtad (Tiro), su falta de compasión en la venganza airada (Edom), su salvajismo y ambición (Amón), su falta de respeto al más allá (Moab); y a Judá se le acusa de idolatría, pero cuando llega el turno a Israel, el discurso se hace más detallado. Eso es porque el pueblo que conoce a Dios tiene más responsabilidad, porque se supone que debe ser diferente al resto de los pueblos.



Los pecados de Israel son la falta de respeto al pobre, la corrupción del sistema de justicia a favor de los ricos, la vejación de las más débiles (las mujeres en el servicio doméstico), la piedad que es ciega a la injusticia, y la ofensa más grave: el acallar a los profetas que Dios mismo ha levantado, y corromper las vocaciones de los jóvenes consagrados a Dios. Todo esto es para ser predicado con el corazón ardiendo de indignación por Dios, y con lágrimas en los ojos por el pueblo querido al que el profeta pertenece en cuerpo y alma, y que necesita hoy mismo oír el mensaje de Dios.



 



No sabemos pedir



El pueblo de Israel había sido formado para ser una sociedad modelo y un ejemplo para todos los pueblos de la tierra. Dios quería mostrarle al mundo entero, por medio del pueblo del Pacto, hacia dónde estaba Dios guiando la historia de la humanidad. Por eso Israel debía ser una comunidad escatológica, avances del futuro de Dios dentro de este tiempo presente. Irrupción del trabajo de Dios dentro de la historia humana. Mas su pecado fue simplemente abandonar esa vocación escatológica, y conformarse como sociedad al modelo de las demás naciones de su tiempo, es decir, renunciar a ser el ejemplo de Dios para todo el mundo, y convertirse simplemente en un pueblo más, despreciando y olvidando el pacto que tenía con Dios.         



El apóstol Pablo escribió en 1ª Corintios 10:11 que los eventos del Antiguo Testamento acontecieron como ejemplo y están escritos para la amonestación de la iglesia. De manera que la iglesia tiene hoy la vocación escatológica del verdadero pueblo de Dios. Dice el Señor Jesús: Vosotros sois la luz del mundo, una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder... Tenemos la misión de ser una comunidad que modele la sociedad hacia donde Dios está guiando la historia entera. Es decir, el reino de Dios ya está aquí, y la iglesia debe vivir de manera muy real esa verdad, aunque todavía no se consuma en totalidad sobre el mundo entero, lo cual es nuestra esperanza y fuerza.



En el reinado de Ramsés II en Egipto, en el siglo XIII a.C., hace poco más de tres mil años, un grupo de esclavos guiados por Dios proclamaron su libertad, y al hacerlo derribaron las mentiras que soportaban la sociedad egipcia. La idea base de todo el sistema egipcio era que los faraones eran hijos de los dioses. Moisés proclamó que los dioses de Egipto no existen. Y al hacerlo, desmanteló toda la maquinaria de explotación que el faraón representaba.



Se formaría una sociedad bajo el gobierno del Dios Creador del Universo, en la cual todos serían libres y gozarían de igualdad garantizada por las leyes del jubileo. Hace tres mil años, la fe en Dios implicaba el rechazo a las mentiras que sostienen la ideología de muerte y explotación, y la formación de una comunidad diferente, nueva, verdaderamente revolucionaria, bajo la ley de Dios.



Escasos 200 años duró ese experimento. Todo comenzó a decaer cuando el pueblo, queriendo ser “como las otras naciones” pidió tener un rey. Dios le dice a Samuel el profeta: no te han desechado a ti, sino a mí me han desechado. El tener un rey humano representaba para Israel dar pasos hacia atrás. Se acabaría la igualdad, comenzaría la sofisticación de la sociedad, y con el tiempo la decadencia total que nuestros profetas denuncian.



Como ese pueblo, muchas veces nosotros tampoco sabemos pedir. Hemos de mirarnos en el espejo del Antiguo Testamento para ver lo terrible de querer ser como los pueblos que no conocen a Dios. Muchas veces lo que pedimos resulta ser para nuestro mal, por eso hay que pedir sabiduría al Señor, y que el Espíritu interceda por nosotros porque sabe lo que es mejor para nosotros.



Por eso oramos: Señor, perdona cuando te hemos pedido cosas para nuestro propio capricho y daño. Danos tu sabiduría y ora tú por nosotros, de modo que recibamos tu bendición. Amén.



 



Lógica impecable



Si ruge el león, ¿quién no temerá? Si habla el SEÑOR Dios, ¿quién no profetizará? (Amós 3:8 Reina-Valera Actualizada 2015)



Después de 100 años de monarquía unida, en el año 931 a.C., el reino se dividió en dos. Tragedia tras tragedia habían de venir sobre aquella nación que comenzó como una comunidad alternativa en el mundo antiguo. Diez tribus se independizaron de Jerusalén y formaron el reino del norte, Israel, con su capital en Samaria. Jerusalén y sus alrededores inmediatos, la tierra de las tribus de Judá y Benjamín, formaron el reino del Sur, Judá.



El pueblo que había salido de la esclavitud en Egipto ahora estaba dividido en dos reinos. Ahora había dos capitales, dos jerarquías y dos sacerdocios distintos. Otra caída más para el pueblo que tenía que ser una luz al mundo entero.



En doscientos años de independencia del reino del Norte, en los cuales no pagaron tributos a Jerusalén, se expandieron las fronteras y se realizaron convenios comerciales con naciones grandes y pequeñas, cercanas y lejanas, que pasaban por Israel sus mercancías, pagando tarifas altas; la producción textil y la agricultura florecieron, y se explotaron las minas de cobre del Arabá, trayendo mucha prosperidad material al reino.



Sin embargo, la producción no iba de la mano con la distribución. Se formaron nuevas capas sociales de comerciantes ricos, de empleados de la corte y de militares encargados todos de mantener un aparato social en el que los ricos se hacían cada vez más y más ricos, y los pobres más y más pobres.



Amós salió de Tecoa, un pueblecito del reino de Judá en el sur, con un corazón inflamado de pasión por Dios, el Dios que les sacó de Egipto para ser una luz a las naciones. En la década del 750 a.C. fue a dar su mensaje al reino del Norte. Aunque oficialmente no era su país, Amós sentía que en el fondo sí era su pueblo, y que estaban traicionando su vocación. Con una lógica impecable, Amós salió a predicar porque Dios había hablado. La voz de Dios es lo que origina todo ministerio. Dios ha hablado nítida y claramente en JesuCristo, y por eso hoy hay hombres y mujeres que proclaman su evangelio.



El pecado de Israel es un grave desconocimiento del Dios que les sacó de Egipto. “No saben hacer lo recto, dice Jehová.” Manteniendo injusticias y opresiones a los pobres que eran características de los pueblos que no tenían la ley de Dios. Y lo más terrible de todo es que mantenían una vida de piedad y de mucha religiosidad, creyendo que Dios estaba de su lado, y que les había escogido para ser un pueblo especial, y para darles todas las bendiciones del mundo.



Los ricos de Israel no veían que el conocer a Dios significa hacer justicia a los necesitados. No eran capaces de hacer la conexión entre la relación individual, personal, y espiritual con Dios, y las consecuencias éticas, sociales y económicas de tal relación con Dios. Devoción piadosa sin trazas de misericordia, orgullo de ser una comunidad especial para Dios sin practicar ni una pizca de justicia, derroche de recursos y desperdicio de riquezas en beneficio egoísta sin aplicar absolutamente nada de restitución a los hermanos más pobres del pueblo, que trabajaron también para generar esa abundancia.



Ese es el pecado de Israel. Y esas cosas se escribieron para amonestarnos a nosotros, que somos la iglesia. Ellos pensaban que Dios vendría a su encuentro para bendecirles y destruir a sus enemigos. Amós anuncia que el Señor sí les visitará, pero que ese encuentro no será lo que ellos piensan.



Oremos pidiendo al Señor que nos ayude a poner atención a la manera en que vivimos nuestra fe. Que cuando venga, no sea para nuestro juicio, sino para nuestra bendición.



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Que corra la justicia



Quita de mí la multitud de tus cantares, pues no escucharé las salmodias de tus instrumentos. Pero corra el juicio como las aguas, y la justicia como impetuoso arroyo. (Amós 5:23-24 Reina-Valera 60)



Aun con la indignación hasta lo máximo, en el punto en que Dios ha declarado su ira por las ofensas del pueblo, todavía se oye una lamentación. Es el corazón dolido de Dios que lanza un llanto de luto, por su prometida muerta, su muchacha, destinada a dar mucho fruto en la vida, que yace muerta prematuramente. “Cayó la virgen de Israel”.  Pero la endecha tiene una pizca de esperanza: tal vez el pueblo cambia el rumbo de sus pasos, y se vuelven hacia Dios, como quien despierta de una caminata sonámbula hacia el despeñadero, y regresa a su seguridad.



Todavía se oye el llamado de Dios: “Buscadme y viviréis” Aun con la certeza de que el imperio Asirio se levantará y dominará todo el mundo, destruyendo el orgullo de Israel, Amós de todas formas lanza una especie de “última llamada” para que el pueblo decida cambiar el rumbo de su vida, regresarse a Dios y vivir.



Es decir, que Dios puede cambiar los destinos de la gente. No estamos destinados a cumplir aquello que ya está escrito sobre nosotros. Hoy podemos cambiar nuestro destino, hoy podemos salir del sueño que nos lleva sonámbulos a un final de muerte, y regresar a nuestra seguridad.



Y la muchacha muerta recibe la visita de Jesús, quien la toma de la mano y la levanta. Jesús interviene para cambiar la situación de muerte y para dar vida. La hija de Jairo representa a todo el pueblo de Dios que está muerto y es levantado por el toque de la mano de Jesús.



Amós hace razonar al pueblo con un sentido común tan nítido que parece ofender por su carácter tan obvio. Le dice como buen campesino en términos simples y llanos: ¿Correrán los caballos por las peñas? ¿Ararán el mar con bueyes?  Es decir: “¿Acaso se puede adorar a un Dios justo y vivir en injusticia?” Dios está cansado de un tipo de adoración que ignora la justicia. Ya no quiere escuchar un canto más. ¡Basta de música! ¡Eso no es adoración! ¡Dios quiere justicia!



El pueblo de Israel había torcido las relaciones entre hermanos, y había tratado de hacer correr a caballos ligeros sobre piedras, y de arar el mar. Habían pervertido la justicia con tribunales corruptos y habían ofendido a Dios al aplastar a los más débiles de sus hermanos. Habían olvidado la justicia, que en el Antiguo Testamento no es simplemente retributiva, sino también restitutiva. Cuando Amós acusa a Israel de haber “convertido el fruto de justicia en ajenjo” se refiere a ignorar con indiferencia grosera los aspectos restitutivos de la ley.



Restitución es el acto misericordioso de aplicar las prescripciones del jubileo en el pueblo. Es regresarle al ser humano su dignidad y su libertad, para que no haya diferencias en el pueblo. Por eso el Señor Jesús hizo un acto de justicia cuando sanó a aquel hombre que tenía la mano seca. Jesús le restituyó su capacidad de valerse por sí mismo, y así, trabajar y ser igual a sus hermanos. Fue un acto de misericordia, pero también un acto de justicia, de justicia restitutiva.



Señor, enséñanos en qué consiste la verdadera adoración; no en música sino en justicia restitutiva, porque tú nos has levantado de la muerte. Queremos vivir en tu justicia, dignificando a quienes han perdido la esperanza, porque en Cristo viniste a buscarnos y a sacarnos del pozo de la desesperación. Amén.



 



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