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Para ser comunidad de profetas

Dios nos llama por nombre, se acerca y nos da una identidad nueva gracias a la amistad que nos ofrece por el Espíritu de Cristo Jesús.

ENROLADO POR LA GRACIA AUTOR 1053/Joel_Sierra 25 DE OCTUBRE DE 2025 22:00 h
Imagen de Ziph en Unsplash.

La palabra del Señor vino a mí: «Antes de formarte en el vientre, ya te había elegido; antes de que nacieras, ya te había apartado; te había nombrado profeta para las naciones».



Yo le respondí: «¡Ah, Señor mi Dios! ¡Soy muy joven, y no sé hablar!»



Pero el Señor me dijo: «No digas: “Soy muy joven”, porque vas a ir adondequiera que yo te envíe, y vas a decir todo lo que yo te ordene. No le temas a nadie, que yo estoy contigo para librarte». Lo afirma el Señor. (Jeremías 1:4-8 Nueva Versión Internacional)



La identidad de profeta



En las universidades se acostumbra celebrar los logros deportivos con una concentración estudiantil. Desde antes de un partido importante, se realizan actos simbólicos, como la quema de una piñata representando al equipo contrario, para mover el entusiasmo ante una justa final de campeonato. Y si quedan campeones, hay otra concentración estudiantil para celebrar el triunfo.  



Pero en el caminar de fe, no se tienen que lograr grandes hazañas deportivas o académicas para celebrar. Dios nos ha creado y nos ha llamado, ¡y eso es algo para celebrar en grande! Por eso oramos: Dios de la vida, sopla en nosotros la verdad de tu palabra. Amoroso redentor, nutre nuestra fe con las promesas de tu palabra. Espíritu de paz, fundamenta nuestra alma con la sabiduría de tu palabra.



Es odioso cuando alguien nos dice: "Eres sólo un chico; espera a que seas mayor" Eso nos hace sentir incomprendidos, como que no se nos toma en serio, y es un gran menoscabo a nuestra autoestima. Pero Dios tiene otra actitud, muy diferente. Dios ve a Jeremías, sabe que es un niño y a propósito lo elige como su portavoz. Esa es la identidad del profeta, que habla la palabra de Dios.



Probablemente Jeremías no tenía grandes logros en su vida, porque dice que es "solo un niño". Ciertamente tiene mucho que aprender de la vida y del mundo. ¿Qué sabe sobre el oficio de profeta? Nada en realidad. Por un lado así es, pero por otro, no tanto. Es cierto que es un niño. No podemos negar su edad. Sin embargo, el propósito de Dios no depende de la edad. Dios nos elige con un amor incondicional que no presta atención a la edad, los logros, los puntajes en exámenes o las victorias deportivas. Es un amor basado en la gracia.



Tal vez no tenga sentido según criterios humanos, pero no es necesario "esperar a ser mayor" para tener la identidad de profeta. Sólo se necesita confiar y creer que Dios también nos elige hoy para servirle y hablar su palabra y dar su mensaje de buenas nuevas a todo el mundo.



Por eso oramos al Dios de todo conocimiento y verdad: Señor, no merecemos tu amor y tu favor. Gracias por tu gracia que nos ve como tus hijos e hijas y no como alguien que puede o no puede hacer algo. Y en esos momentos en que no podemos ver lo que tú ves, que podamos seguirte como lo hizo Jeremías.



 



La autoridad del profeta



Luego extendió el Señor la mano y, tocándome la boca, me dijo: «He puesto en tu boca mis palabras. Mira, hoy te doy autoridad sobre naciones y reinos, para arrancar y derribar, para destruir y demoler, para construir y plantar». (Jeremías 1:9-10 Nueva Versión Internacional)



Según la tradición bíblica, la labor de un profeta no consiste en ser un adivinador del futuro. De hecho, toda adivinación del futuro está prohibida en la ley de Dios (Dt 18:10). Entonces, ¿qué hace un profeta? Un profeta habla las palabras de Dios. Es un portavoz del mensaje que nos ha venido de parte de Dios. Este mensaje es la historia del Señor JesuCristo, el Hijo, en el poder del Espíritu Santo.



A casi nadie le gusta que le digan y le ordenen qué hacer, incluso si se trata de algo en lo que estamos de acuerdo. Seguir la línea, obedecer instrucciones, hacer lo que nos mandan, no siempre es fácil. Es porque creemos que tenemos el derecho a la autonomía, a la libertad de elección, como un derecho inalienable.



El pasaje de Jeremías 1 agrega una comprensión matizada a esa libertad. Cuando Dios toca la boca de Jeremías para poner sus palabras en ella, Dios no está obligando a Jeremías a decir esto en lugar de aquello; más bien, Dios le da a Jeremías todo lo que requiere para cumplir el propósito de su vida como profeta. Jeremías no puede hacerlo solo, ¡es una tarea imponente!



Dios lo sabe. Y Dios provee exactamente lo que Jeremías necesita para ser fiel al llamado. El profeta necesita tener la autoridad de la palabra de Dios. Su mensaje no consiste en sus propias ideas, o en sus impresiones sobre el mundo. Se trata de palabras que provienen de Dios, que juzgan al mundo y le dan la oportunidad del arrepentimiento, de arrancar y de plantar, de derribar y construir algo nuevo; es la historia de Cristo en el evangelio.



Jeremías recibe lo que necesita para ser profeta. No es una instrucción detallada de qué es lo que tiene que hacer paso por paso, sino que es la autoridad que requiere para ser fiel a su vocación. El profeta tiene que señalar aquello que debe demolerse y lo que debe construirse. Para hacer eso necesita tener en sus labios la palabra de Dios. Esta palabra es lo que le da autoridad al profeta.



Dios también nos guía hoy sobre cómo ser fieles en nuestro mundo con tantas responsabilidades sobre nuestros hombros. Este mismo Dios nos dará lo que necesitamos para ser como Cristo en actitudes, palabras y acciones. Que hoy podamos elegir vivir para este Dios que es fiel.



Que podamos orar así: Dios de propósito y poder, enséñanos a ser fieles a tu llamado. Nos llamas a amar a todos, incluso a aquellos con quienes es difícil llevarse bien, amigos que parecen estar cambiando. Ayúdanos a ser lo que tú ves en nosotros; aquello a lo que nos estás llamando a ser.



 



Nos conoce y nos ama



¿Cuánta gente nos conoce en realidad? ¿A cuántas personas les hemos permitido ingresar al corazón? ¿Con cuántas personas hemos mostrado honestidad total, y vulnerabilidad total?



Normalmente nos escondemos. Escondemos algunas partes de nuestra historia, cosas nuestras, por miedo al rechazo. Cuando estamos ante alguien más, pensamos: "Si le muestro esta parte de mí, ya no le agradaré... y hasta podría contarle a los demás lo que estoy compartiendo".



Cerramos la puerta de nuestro corazón como una estrategia de autoprotección, de autopreservación. A veces es necesario ejercer prudencia, y protegernos, dependiendo de la situación.



Pero nuestra relación con Dios es diferente, y el salmo 139 nos lo recuerda. El salmista se da cuenta que Dios lo sabe todo y lo ve todo. Y esto quiere decir TODO. ¡Ni siquiera hay una palabra en nuestros labios que Dios no la sepa, incluso antes que la digamos!



Esta idea es abrumadora. Dios conoce. Dios lo sabe todo sobre su criatura. De manera que –como humanos, hemos de ser humildes, y eternamente agradecidos, porque a pesar de saberlo todo sobre nosotros, Dios sigue mostrando su lealtad y su constante amor comprometido, y tiene para nosotros una misión como su pueblo de profetas.



Ese salmo nos recuerda que la postura de Dios al conocernos por dentro y por fuera es la siguiente: la mano de Dios todavía sigue estando sobre nosotros. A pesar de saberlo todo, no nos ha abandonado. Por siempre y para siempre, Dios nos tiene en sus manos, y cerca de su corazón, y tiene para nosotros un trabajo importante como sus profetas: compartir su amor transformador. 



Querido Dios: Nos quedamos sin palabras al ver la manera en que tú nos conoces. ¿Cómo es posible que aun sabiéndolo todo sobre nosotros, eliges amarnos con fidelidad y lealtad? No lo entendemos. Pero te damos gracias. Gracias por vernos tal cual somos y aun así, amarnos. Ayúdanos a compartir este amor con quienes más lo necesitan el día de hoy.



 



Nos hizo con sus manos



Todo artista, hasta el más modesto de todos, se enorgullece de su obra terminada. Trátese de un dibujo, un diseño, un poema, la letra de una canción, una coreografía, una receta de cocina o una historia, para crear algo nuevo se requiere inspiración, dedicación, tiempo y esfuerzo. En las mejores obras de arte, el compromiso mostrado por el artista con su trabajo es admirable. Al acabar el proyecto, el artista puede dar un paso atrás, respirar hondo y decir con satisfacción: “Lo hice. Lo logré. Estoy orgulloso de mi arduo trabajo".



Suponemos que Dios también se siente así. En el salmo 139, el salmista canta con gratitud por el hecho mismo de ser la obra maravillosa de Dios. No somos producto de la casualidad, ni vinimos a esta vida por accidente, por descuido, ni por causa de una tragedia existencial. No fuimos arrojados a la existencia como si fuéramos basura. Dios nos entretejió desde el vientre materno. Cada detalle de nuestro ser se formó siguiendo sus órdenes y obedeciendo a sus señales divinas.



No somos basura. Tenemos valor y dignidad, porque Dios nos hizo con su mente y con sus manos, y porque tiene para nosotros una tarea que realizar.



Esto quiere decir que nuestra existencia tiene mucho que ver con Dios. Dios está involucrado con nosotros de manera íntima y cercana. Está más cerca que nuestro aliento; es el sustento de nuestro ser. Aunque el ser humano se pase la vida ignorando a Dios, cada uno de nosotros lleva el sello de haber sido hecho como una obra de arte, con dedicación y cariño, por las manos de Dios.



El salmista se pone de pie y contempla la obra de Dios, el creador; mira lo que Dios acaba de hacer. Es una obra de arte recién terminada. La vista es bastante hermosa. Y la verdad es que el salmista es esa obra hermosa y maravillosa.



Y la verdad es que tú también eres una obra maravillosa de la mente y las manos de Dios. Tu vida es preciosa, porque fuiste formado por y para el amor de Dios, y porque fuiste rescatado por y para el amor de Dios, manifestado en JesuCristo y derramado en el Espíritu Santo. Nuestro papel en el universo –que ninguna otra criatura puede cumplir— es vivir por y para el amor de Dios. Eso es lo que sustenta la identidad y misión del pueblo de profetas. 



Demos gracias al Dios creador, por incluirnos en su maravillosa creación. Que nos ayude a vivir hoy el regalo de la existencia, la belleza de estar vivos para su amor. En todo lo que decimos y hacemos, que seamos una ofrenda de gratitud hacia Dios, porque esta vida preciosa sobre la tierra es corta, y queremos vivirla con Dios y para servir a Dios.



 



Es mejor en comunidad



Casi siempre se piensa del apóstol Pablo como si fuera un héroe solitario del evangelio, como una gran estrella de grandes hazañas, un líder ferviente con una misión. Mucha gente se lo imagina difundiendo el evangelio él solo en sus viajes y aventuras misioneras, pero esa imagen está muy alejada de la realidad. El misionero Pablo tenía compañeros de viaje; era todo un equipo formado por hombres y mujeres que colaboraban con él y luchaban por el evangelio. En particular había un grupo cercano de amigos muy queridos en la ciudad de Filipos. Él los consideraba sus socios, toda una comunidad de fe, muy sólida, y comprometida para compartir el estilo de vida del evangelio. Era lo que Samuel Escobar denominaba “la infraestructura afectiva del ministerio”.(1)



La intención de Dios nunca fue que Pablo lo hiciera todo solo. De hecho, lo que conocemos como “las cartas de Pablo” siempre contienen otros nombres en sus salutaciones; Pablo no estaba solo cuando las escribió. Esto nos indica que en el caminar y en la misión cristiana como profetas del Señor, son indispensables los amigos y amigas que comparten la fe y el mismo sueño, el mismo llamado a servir a la causa de la buena noticia de Dios, la comunidad de profetas.  



Ante los grandes desafíos que nos presenta la vida, retos de todo tipo, tal vez nos sintamos abrumados con preocupaciones, presionados y estresados. Cuando los niveles de ansiedad suben hasta desbordarse, es posible que sintamos el deseo de retirarnos al aislamiento y de recurrir a la soledad.



Hay ciertos momentos en los que sí debemos estar solos, pero la soledad no es el estado normal de la vida cristiana. En las proporciones de nuestro tiempo no debe haber más aislamiento que comunión. La soledad debe presentarse en una proporción mínima, sólo para retornar a la convivencia y comunión con los demás.



Dios no quiere que vivamos en aislamiento y soledad permanente. Con todo el peso de los nuevos retos que enfrentamos, Dios quiere darnos crecimiento, alegría, el regalo de amistades constantes y experiencias de comunidad. Nosotros también, como Pablo, tengamos "socios en la gracia de Dios".



Pidamos a Dios que nos recuerde su deseo que tengamos hermanas y hermanos en la fe, comunidad de profetas, para crecer al ir viviendo juntos el evangelio. Que nos ayude a mantener el contacto con una comunidad de fe para nutrirnos de este camino que cambia la vida.


 

 


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