En un mundo que aplaude la apariencia, necesitamos ojos que vean el corazón, lo eterno; porque sin visión espiritual, tomamos decisiones con los ojos cerrados.
“Sin la iluminación del Espíritu, los ojos del alma siguen cerrados incluso cuando están expuestos a la verdad.” - A.W. Tozer
“Solo cuando el Espíritu unge nuestros ojos con su colirio podemos ver el pecado, la gracia y la gloria con claridad.” - Charles Spurgeon
“Sin el colirio divino, caminamos en tinieblas aunque haya luz alrededor.” - Matthew Henry
Hace algún tiempo, una mañana sentí la más profunda necesidad de que mi Señor me hablara, pero que lo hiciera de forma muy directa; me encerré a solas con él y dejé abrir mi Biblia, y el Dios de mi vida puso delante de mí unos versículos que conocía de memoria, pero que mi Padre sabía que estaba necesitando recordar.
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“Así dice el Señor: ¡maldito aquel que confía en los hombres, que se apoya en fuerzas humanas y aparta su corazón del Señor! Será como una zarza en el desierto: no se dará cuenta cuando llegue el bien. Morará en la sequedad del desierto, en tierras de sal, donde nadie habita.
Bendito el hombre que confía en el Señor y pone su confianza en él. Será como un árbol plantado junto al agua que extiende sus raíces hacia la corriente; no teme que llegue el calor y sus hojas están siempre verdes. En época de sequía no se angustia y nunca deja de dar fruto.” Jeremías 17: 5-8
¿Te ha sucedido alguna vez en la que conoces a alguien, tal vez de unos años, o tal vez de mucho, o tal vez de toda la vida; alguien por quien literalmente te jugarías el cuello y un día ¡de repente!, no entiendes ni comprendes nada?
A mí me ha sucedido unas cuantas veces, es entonces cuando mi precioso y fiel Señor me dice...... ¡Hey, vamos, echa la cabeza para atrás y abre bien los ojos!
En ese momento él me echa unas gotas de su colirio especial, escuece mucho, pero al instante mi visión espiritual comienza a aclararse, mis dioptrías espirituales desaparecen y comienza a ministrarme; estoy viendo a través de los ojos de mi Señor.
Yo soy humana e imperfecta, me equivoco, juzgo por mí misma y mi naturaleza caída me juega malas pasadas; pero bendigo a mi Señor por su fiel y constante amor que no me deja jamás, no me engaña, guarda mis más íntimos secretos, perdona todos mis errores y me enseña día a día el camino por el que debo andar.
Simplemente porque a pesar de todas mis faltas, camino muy cerquita de él cada día de mi vida.
Hay momentos en que los ojos físicos no son suficientes, podemos estar rodeados de verdad, de belleza, de propósito... y aún así no ver nada.
La ceguera espiritual no se siente como oscuridad, sino como autosuficiencia; es la ilusión de creer que lo vemos todo, mientras el alma se desliza en sombras.
Nuestro Padre, en su amor, nos ofrece algo más que información: nos ofrece visión. Un tipo de claridad que no viene de la razón ni del ojo humano; sino de una unción invisible que toca el alma y la despierta.
No es material, es una metáfora del discernimiento espiritual, del despertar interior que solo el Espíritu Santo puede dar; es la medicina para el corazón endurecido, para la mente confundida, para los ojos que se han acostumbrado a la oscuridad de este mundo.
El colirio del que habla Apocalipsis 3, en la carta a la iglesia de Laodicea, me parece tremendo, entre otras cosas reprende: “..... Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo. Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte..... Y unge tus ojos con colirio, para que veas.....”
La iglesia de Laodicea pensaba que estaba bien: rica, autosuficiente, sin necesidad de nada; pero Jesús la llama ciega, desnuda, desorientada.
En un mundo que aplaude la apariencia, necesitamos ojos que vean el corazón, lo eterno, lo que no se mide con éxito, dinero o popularidad; porque sin visión espiritual, tomamos decisiones con los ojos cerrados.
Sin el colirio divino, confundimos lo urgente con lo importante, lo atractivo con lo correcto, lo fácil con lo eterno.
¿Qué hace el colirio de Dios en nosotros?
Nos despierta del engaño, nos hace ver nuestras propias limitaciones; pero también la belleza de su gracia. Nos revela a Cristo de nuevo: su rostro, su voz, su dirección. Nos da discernimiento en medio del ruido: aprendemos a ver con ojos del Reino.
Revisa qué estás viendo y cómo lo estás interpretando, pregúntate: ¿estoy viendo esto desde el miedo, el orgullo, el ego… o desde la perspectiva de Cristo?
Rodéate de personas que también ven con ojos ungidos, la ceguera compartida se convierte en norma; pero cuando alguien ve con el colirio de Dios, también te ayuda a ver mejor a ti.
Señor, muchas veces he creído ver, y solo estaba caminando en mi propio juicio, he llamado luz a lo que era sombra, y he justificado mi distancia con un falso brillo. Hoy me detengo y te pido: unge mis ojos con tu colirio, limpia mi visión, sana mi manera de ver. Enséñame a discernir lo eterno, a contemplar lo invisible, a seguir tu voz más que mi lógica. No quiero ver desde mi herida, mi orgullo o mi miedo. ¡Quiero ver como tú ves!
“La verdadera visión no comienza con los ojos, sino con el corazón rendido.”
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