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De las Biblias manuscritas a las Biblias impresas (I)

Martín Lutero tuvo en la imprenta la herramienta que hizo llegar sus escritos a ciudades y lugares recónditos.

KAIRóS Y CRONOS AUTOR 84/Carlos_Martinez_Garcia 20 DE SEPTIEMBRE DE 2025 23:50 h
Detalle de la portada del libro.

Bajo el sello de Librería Papiro 52, en México, está circulando la segunda edición de mi libro Brevísima historia del extenso viaje de la Biblia hacia el idioma español.



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Con motivo de que septiembre es el Mes Internacional de la Biblia, ofrezco aquí la primera parte del capítulo cuyo título es el mismo que encabeza la presente colaboración.



Durante casi toda la Edad Media, periodo de la historia que va de la caída del Imperio Romano (476) al llamado descubrimiento de América (1492), 1 continuó la producción de biblias una por una, ya que un escribano copiaba del manuscrito base para trasladar el texto a hojas de papiro o pergamino.



Si bien es cierto que los copistas siguieron usando rollos, paulatinamente el formato preferido fue el codex, antecedente de lo que serían los libros como los conocemos actualmente.



El codex, códice, estaba “formado por un conjunto de cuadernillos (hojas dobles), unidos por el doblado, hasta alcanzar un grosor discrecional […] A diferencia del rollo, el códice admitía la copia por ambos lados” del material elegido, fuese papiro, pergamino y más tarde papel. Inicialmente los códices eran de papiro, “pero en el siglo IV eran ya corrientes los de pergamino”. 2



Quienes copiaban la Biblia Hebrea y los escritos que formaron el Nuevo Testamento realizaban la tarea muy cuidadosamente. En el caso del Primer Testamento el trabajo del copista tenía reglas muy claras y detalladas “con el fin de evitar al máximo todo posible error. La copia no podía ser hecha al dictado; debía hacerse directamente de otro rollo manuscrito, para evitar de este modo los típicos errores de oído”. Tras largas jornadas de los escribas y mecanismos de control durante el proceso de elaboración del nuevo rollo, “éste era sometido a revisión una o más veces. El ejemplar de la Torah, que el rey debía recibir conforme a la prescripción de Deuteronomio 17:18, era revisado por tres tribunales, uno integrado por sacerdotes, otro por levitas y el tercero por notables israelitas. Estaba prohibido conservar un texto no revisado”.3



Los copistas cristianos fueron meticulosos y, junto con personas capacitadas para cuidar la transmisión de los textos, produjeron copias de las diversas partes del Nuevo Testamento.



Hacia finales del siglo II “los libros cristianos son ya suficientemente accesibles al público cristiano” que oye leer en voz alta distintas secciones neotestamentarias. Adicionalmente, en “Alejandría [Egipto] existía un scriptorium”, lugar especialmente acondicionado para copiar manuscritos, “que sirvió de modelo para el establecido más tarde por Orígenes en Cesarea, así como para la biblioteca de Jerusalén fundada por el obispo Alejandro después del año 212”. En estos lugares y por personas expertas “se cuidaba la caligrafía y se desarrollaban incluso métodos de estenografía a cargo generalmente de mujeres”. 4



El trabajo cotidiano de los copistas implicaba mucha concentración y esfuerzo, que por la repetición provocaba desgastes físicos.



Uno de tales personajes dejó testimonio escrito en el siglo VIII sobre lo desgastante del oficio: “¡Oh, afortunado lector, lávate las manos antes de coger el libro, pasa las páginas con cuidado y aleja tus dedos de las letras! Aquel que no sabe escribir no conoce el trabajo que comporta. Oh, cuán difícil es la escritura: enturbia la vista, tortura los riñones e inflige un suplicio a todos los miembros. Tres son los dedos que escriben, pero es todo el cuerpo el que sufre”. 5



En los monasterios el scriptorium, para tener la máxima ventaja de la luz del día, estaba bien iluminado por varias ventanas. En el verano los amanuenses laboraban doce horas, las que se mantenían encorvados para copiar el volumen al nuevo material.



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Debían concentrarse en su labor y seguir “una caligrafía estandarizada”. Finalmente, “confeccionar una Biblia completa de unas 1200 páginas en formato folio requería de dos a tres años si el trabajo se encomendaba a un solo copista”. 6



Antes hemos mencionado (en el capítulo “Una Biblia, varios autores y formatos”) el uso del papiro, el cual, paulatinamente, fue desplazado por el pergamino como soporte de escritura. El primero siguió en uso hasta el siglo V d. C., aunque de forma declinante dado que el pergamino desde que comenzó a usarse en su lugar de origen, Pérgamo, en el siglo II a. C., demostró mayor durabilidad.



El pergamino “se fabricaba con pieles de becerro, oveja, carnero o cabra. Los artesanos las sumergían en un baño de cal durante varias semanas antes de secarlas en un bastidor de madera”.





El estiramiento de las pieles “alineaba las fibras [de las mismas] formando una superficie lisa, que luego raspaban hasta alcanzar la blancura, la belleza y el grosor deseados”. El resultado de todo el dilatado proceso “eran láminas suaves, delgadas, aprovechables por ambas caras para la escritura y, sobre todo —esa es la clave—, duraderas”. 7



Para la elaboración de una nueva Biblia de entre 600 y 800 hojas se necesitaban 300 o 400 pieles de ovejas. 8 Incluso un texto “relativamente modesto en su extensión requería las pieles de veinte a cuarenta animales”. 9



La suma del costo de las pieles, la tinta, cálamos de caña o plumas de aves y el pago a los copistas representaban una inversión muy considerable, la cual podía elevarse si la Biblia era iluminada por especialistas.



Aunque el papel se produjo en Asia oriental en “el siglo II d. C. y se propagó en el mundo islámico a partir del siglo VIII”, es hasta el siglo XII cuando “aparecieron en la España musulmana los primeros molinos de papel, y en 1390 se construyó uno en Núremberg”. 10



El papel sería un insumo ideal para usarse en la imprenta de tipos movibles desarrollada hacia mediados del siglo XV por Johannes Gutenberg. Tras algunos años de hacer pruebas con la máquina de imprimir y perfeccionarla, Gutenberg se dio a la minuciosa tarea de hacer funcionar su invento y ponerlo al servicio de un proyecto que transformaría la producción de libros: publicar la Biblia en gran formato, a la que se le conoce como Biblia de 42 líneas (B42) por tener en cada página el número citado de líneas.



La obra salió del taller de Gutenberg, en Maguncia, Alemania, en 1454 y de inmediato causó gran admiración entre quienes la conocieron. El volumen tenía 1286 páginas y se imprimieron 180 ejemplares, de los cuales se conservan hoy en día 49 “prácticamente íntegros, además de algunos fragmentos sueltos”. 11



El texto de la Biblia impreso por Gutenberg y sus colaboradores fue el de la traducción latina que realizó Jerónimo a fines del siglo IV y principios del V. Dicho texto fue revisado por distintos eruditos en el correr de los siglos, la revisión usada por Gutenberg fue la efectuada “en torno al año 1270 por los teólogos de la Universidad de París”. 12



Los pliegos de papel para la B42 procedentes de la zona de Piamonte, llegaron a Maguncia después de un amplio recorrido “por la vía de Venecia, cruzando los Alpes hacia Basilea y desde allí a través de la compleja red comercial del Rin”. 13



Entre los ejemplares conservados de la Biblia de Gutenberg está el de la Biblioteca Universitaria y Estatal de Gotinga, “una muestra totalmente sobresaliente, íntegra, impresa en pergamino e iluminada con un estilo peculiar”, que fue digitalizada en el 2000 y después impresa como facsímil. 14



La Biblia de Gutenberg marca el inicio de la reproducción masiva de las Sagradas Escrituras, las que comenzaron a circular por toda Europa como nunca antes en la historia.



El movimiento que llevó a Martín Lutero de la crítica a la Iglesia católica romana a romper con ella y consolidar sus posiciones teológicas y eclesiales, contó desde un principio con la poderosa ayuda de la difusión masiva de sus escritos a lo largo y ancho de Europa. Gracias a la imprenta de tipos movibles los talleres produjeron por miles los folletos y libros de Lutero.



Los posicionamientos de teólogos anteriores a Lutero, como Pedro Valdo, Marsilio de Padua, Guillermo de Ockham, John Wycliffe y Jan Huss no trascendieron mucho en su respectiva época, entre otras razones por carecer de medios que difundiesen ampliamente la crítica que cada uno hizo de la institución del papado, así como su llamado para regresar a las pautas del cristianismo neotestamentario.



En contraste Martín Lutero tuvo en la imprenta la herramienta que hizo llegar sus escritos a ciudades y lugares recónditos. Es certera la observación citada por Elizabeth Eisenstein: “A diferencia de las herejías wyclifita y valdense, el luteranismo fue desde sus inicios hijo del libro impreso.



Por primera vez en la historia humana un gran público lector juzgó la validez de ideas revolucionarias a través de un medio de comunicación de masas, que utilizó tanto las lenguas vernáculas como las habilidades del escritor y del caricaturista”. 15



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Notas



1. Umberto Eco (coordinador, “Introducción a la Edad Media”, La Edad Media: bárbaros, cristianos y musulmanes, tomo I, Fondo de Cultura Económica, México, 2018, p. 11.



2. Miguel Pérez y Julio Trebolle, Historia de la Biblia, Editorial Trotta-Universidad de Granada, Madrid, 2006, p. 45.



3. Julio Trebolle, La Biblia judía y la Biblia cristiana. Introducción a la historia de la Biblia, segunda edición, Editorial Trotta, Madrid, 1993, p. 126.



4. Ibid., p. 127.



5. Stephan Füssel, “La producción de Biblias en los monasterios medievales”, en Andreas Fingernagel (editor), El libro de las Biblias. Las Biblias iluminadas más bellas de la Edad Media, Editorial Taschen, Colonia, s/a, p. 14.



6. Ídem.



7. Irene Vallejo, El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo, tercera edición, Ediciones Siruela, Madrid, 2019, p. 79.



8. Stephan Füssel, “La producción de Biblias en los monasterios medievales”, p. 27.



9. Andrew Pettegree, The Book in the Renaissance, Yale University Press, New Haven, 2011, p. 7.



10.  Stephan Füssel, “La producción de Biblias en los monasterios medievales”, p. 31.



11. Stephan Füssel, La Biblia de Gutenberg de 1454. Comentario sobre la vida y obra de Johannes Gutenberg, la impresión de la Biblia, las particularidades del ejemplar de Gotinga, el “Muestrario de Gotinga” y el “Instrumento notarial de Helmasperger”, Editorial Taschen, Colonia, 2018, p. 7.



12. Ibid., p. 31.



13. Luz María Rangel Alanís, El arte de imprimir, Universidad Iberoamericana, México, 2020, p. 225.



14. Stephan Füssel, La Biblia de Gutenberg de 1454, p. 7.



15. Elizabeth L. Eisenstein, La imprenta como agente de cambio. Comunicación y transformación culturales en la Europa moderna temprana, Fondo de Cultura Económica, México, 2010, p. 287.


 

 


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COMENTARIOS

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Alfredo
21/09/2025
20:37 h
1
 
Hablar de traducciones implica tener en cuenta que Martín Lutero añadió la palabra "solamente" (en alemán allein) al versículo Romanos 3:28 en su traducción de la Biblia, de modo que en la Escritura quedara impresa la idea que Lutero tenía en la mente. Lutero confundió su propia fe con la fe obediente de Abraham (fe que obra por el amor de Dios Gal 5:6) y confundió toda "obra" con las obras de la gracia que provienen del amor de Dios. Inventó una justificación antes o aparte de la santificación
 



 
 
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