En la iglesia conocemos la plenitud de Cristo. No puede ser un asunto periférico en la vida.
…y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo. (Efesios 1:22-23 Reina-Valera 60)
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El Rey de reyes y Señor de señores, que tiene bajo sus pies a todas las cosas, está conectado con la iglesia. Es la cabeza de la iglesia. De manera que la iglesia no es un asunto de menor importancia, ni un pasatiempo, ni un aspecto marginal de la vida.
Cristo y la iglesia son pareja. Cristo comparte con la iglesia su destino glorioso de amar. Vamos caminando lado a lado con Cristo, como lo hace una esposa con su esposo. Entonces la iglesia no es para nuestro tiempo libre. No debemos dedicar a las cosas de la iglesia sólo el tiempo que nos sobra, si la cabeza de la iglesia es Cristo, el Señor de señores.
Dice el texto en la versión Reina-Valera que la iglesia es “la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo”. En otras traducciones dice que la iglesia recibe de Cristo su plenitud—es decir, que todo en la iglesia proviene de Cristo. Y así es. Sin embargo, la idea que se expresa en la versión Reina-Valera es muy sugerente, porque indica la importancia que debe tener la iglesia en nuestra vida.
Hay que aclarar que no se trata de la iglesia como institución, como estructura de poder social o político. No se trata de volver a un tiempo medieval en que una entidad denominada “iglesia” estorbaba el desarrollo humano y científico y sólo era instrumento de opresión y dominación. Eso no es la iglesia a la que se refiere el texto de Efesios. Más bien estamos hablando del pueblo que Cristo ha redimido para Dios con su sangre. Ese pueblo no equivale a una organización humana, entreverada en burocracias y trámites religiosos, sino que la trasciende.
En la iglesia conocemos la plenitud de Cristo. No puede ser un asunto periférico en la vida. Al contrario, es la plenitud de Cristo, Aquel que lo llena todo. La iglesia debiera estar involucrada con todos los asuntos de nuestra vida. Cristo y la iglesia debieran tener el primer lugar en la vida.
Debiéramos ser de los que desean la reunión del domingo desde las primeras horas de la noche del sábado. De los que queremos llegar a primera hora, a ayudar a preparar el lugar donde el pueblo de Dios se va a reunir para adorar a Cristo. De los que buscan sentarse adelante, para participar del culto, porque tiene que ver con Cristo y su relación con la iglesia para bendecir a todo el mundo.
Es la iglesia como plenitud. Tiene que ver con todos los aspectos de nuestra vida. Públicos y privados, en la calle y en la alcoba, en la mesa y en la cama. Dentro y fuera de la casa y del país. En nuestra vida tan breve queremos servir a Cristo y a su iglesia, vivir la plenitud que hay en él para bendición del mundo hoy.
Así vivíamos también todos nosotros en el pasado: sometidos a nuestras desordenadas apetencias humanas, obedientes a esos desordenados impulsos del instinto y de la imaginación, y destinados por nuestra condición a experimentar, como los demás, la ira de Dios. (Efesios 2:3 La Palabra)
Es muy fácil ver en los demás a los malos, y pensar que nosotros somos los buenos. Pero en la descripción de la noche, estamos todos involucrados por igual. Los “paganos”, que vivían en el imperio romano, bajo la influencia cultural helénica, estaban perdidos. Pero “también todos nosotros en el pasado”. Así vivíamos. Sin importar si se trata de judíos o griegos, paganos o religiosos, con o sin formación en las Escrituras. Todos estábamos igualmente necesitados en la noche.
No nos gloriamos de nuestro pasado. Aunque tengamos tradiciones venerables que nos puedan enorgullecer. Dios está en nuestro comienzo, y es quien hace nuestra historia, independientemente de lo bueno o malo que nosotros hayamos hecho. Dios es el protagonista de nuestro pasado, y no nosotros. Pablo podía enorgullecerse de su pasado fariseo, de conocer bien las Sagradas Escrituras, y las tradiciones piadosas del pueblo de Israel. Pero a pesar de su formación religiosa, él afirma que también estaba “sometido a sus desordenadas apetencias humanas”. A fin de cuentas, haciendo lo que le daba su gana.
En la cultura de habla hispana, el querer se expresa con la palabra “gana”. Es el voluntarismo del individuo que busca a como dé lugar hacer lo que le da su gana. Es un rasgo que tenemos en el idioma español. El filósofo Arthur Schopenhauer, en su libro El mundo como voluntad y representación, afirma que la voluntad es lo más importante. A este pensador alemán le llamaba mucho la atención el carácter del español. Le parecía que eran los que mejor encarnaban el concepto de hacer lo que les diera su gana. De modo que su sistema filosófico ya se practica de manera cultural en todo lugar donde impere el idioma español. Conocemos muy bien esa manera de vivir. Está descrita en Efesios 2:3. Es vivir haciendo aquello que nos da la gana.
Esa manera de vivir sólo conduce hacia la muerte. Es la peor indicación de que alguien está en la oscuridad más profunda: “obedientes a desordenados impulsos del instinto y de la imaginación”. La fotografía de la noche termina describiendo la tiranía del destino. Nuestro destino era ir a la perdición.
Muchos caemos en el error de identificar a Dios con el destino, como si todo lo que ocurre, incluyendo las tragedias más horribles, fueran decretadas por la voluntad de Dios. No es así. Más bien, Dios aparece en este texto como quien nos salva del destino que nos esperaba. Dios es distinto al destino; es superior y soberano por sobre el destino. Con su amor destruye todos los destinos de muerte, porque interviene para salvarnos de nuestro destino.
Demos gracias al Señor porque nos abre la puerta para salir de una vida que sólo sigue los dictados del capricho y de la gana, y su amor ha deshecho el destino fatal que nos esperaba.
Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor por nosotros, nos dio vida con Cristo, aun cuando estábamos muertos en pecados. ¡Por gracia ustedes han sido salvados! Y en unión con Cristo Jesús, Dios nos resucitó y nos hizo sentar con él en las regiones celestiales…
(Efesios 2:4-6 Nueva Versión Internacional)
En el capítulo 2 de Efesios, después de la descripción de nuestra noche alejados de Dios, viene la descripción del día. Por la maravillosa palabra de contraste: “PERO”. Es la diferencia entre nuestra muerte y nuestra vida. Es lo que Dios hizo.
Dios no se iba a quedar con los brazos cruzados ante nuestro destino de muerte. Dios no iba a contentarse con vernos padecer. Dios hizo algo para cambiar nuestro destino. Y lo hizo mostrando su amor “de tal manera”. En el texto citado está contenido el mensaje de Juan 3:16: Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito; para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna. Por su buena voluntad de misericordia, hizo brillar la luz en nuestro mundo, cuando envió a su Hijo eterno, Jesús. Con la historia de Jesús vino a nosotros la luz de un nuevo día. Y aunque estábamos muertos, nos hizo revivir, junto con Cristo.
La descripción del día consiste simple y sencillamente en la historia de Cristo. Es el Evangelio. En los versillos 4 al 10 del segundo capítulo de Efesios está Mateo, Marcos, Lucas y Juan. La historia de Cristo está entrelazada con nuestra propia historia. Gracias a lo que Dios hizo por nosotros en Cristo, ahora nosotros estamos en la luz del día. ¡Esta es mi historia, es mi canción: darle alabanzas al redentor!
Cristo murió sin pecado. Nosotros morimos por culpa de nuestro pecado. Junto con Cristo, Dios nos resucitó. Aquí está implícita la mañana de la resurrección, con la piedra removida de la tumba, y las mujeres acudiendo a buscar a Jesús. Ahí estamos nosotros. Cuando el Señor Jesús resucitó, nosotros resucitamos con él. La historia de Cristo es nuestra. No sólo nos resucitó, sino que también nos subió al cielo en la gloriosa Ascensión de Cristo. Pablo se atreve a decir que nosotros también, por la gracia de Dios, subimos al cielo con Cristo. La Ascensión de Cristo es para nuestro bien. Estamos representados en Cristo, porque dice el texto que estamos sentados con Cristo Jesús en el cielo.
Por la bondad de Dios, nosotros, que estábamos muertos, hemos sido resucitados con Cristo, subimos al cielo con Cristo y ahora mismo estamos sentados a la diestra del Padre –representados por Cristo. Si Cristo está en ese lugar tan especial, él nos lleva en su corazón y estamos con él sentados a la diestra de Dios. Estamos en su oración de intercesión, en su pensamiento y en sus palabras a nuestro favor.
…para mostrar en los tiempos venideros la incomparable riqueza de su gracia, que por su bondad derramó sobre nosotros en Cristo Jesús. (Efesios 2:7 Nueva Versión Internacional)
La descripción del día consiste en la aplicación de la historia de Cristo a nuestra historia. Lo reflejamos en nuestro bautismo. Morimos con Cristo, y resucitamos a nueva vida con él. Luego subimos al cielo y estamos sentados con Cristo en lugares celestiales, a pesar de seguir aquí en la tierra. El día es un tipo de existencia en la gracia de Dios.
El texto del valle de los huesos secos, en Ezequiel 37, se explica de esta forma. Sólo podemos vivir por la Palabra y por el Espíritu que viene a estos huesos secos. Es la esperanza que tenemos en la historia del Cristo resucitado.
En Efesios 2:7 aparece una característica especial del día, a diferencia de la noche sin Dios: El día apenas está comenzando; hay futuro; hay tiempos venideros. Apenas llevamos los primeros dos mil años de historia, que son nada si se comparan con la edad de la tierra y con la historia de la humanidad.
En cierta forma estamos en los primeros días de la iglesia. Como si la historia de la iglesia estuviera apenas comenzando. Ante los siglos venideros, Dios ha desplegado toda la impresionante riqueza de su gracia hecha bondad para nosotros en Cristo Jesús.
La gracia de Dios se proyecta a un futuro de siglos, y de milenios, y de siglos de siglos. Esto que Dios ha hecho en Cristo ha impactado no solamente a la Palestina del primer siglo, sino también ha impactado la historia del universo con todas sus galaxias por los millones de millones de años que vienen en el futuro.
El cristianismo apenas está empezando. Tenemos esperanza. En dos mil años se han cometido errores que pueden corregirse: Guerras, excomuniones y luchas de poder han empañado nuestra historia, pero ésta todavía no se ha acabado, y la gracia de Dios está proyectada hacia el futuro más distante.
Esto se debe proclamar con esperanza, sabiendo que esta buena noticia durará mucho más que la vida de todos nosotros. La historia de la bondad de Dios revelada en Cristo, apenas está comenzando. Lo que Dios hizo por el mundo por medio de la vida de Cristo fue mostrar una bondad incomparable, que durará por siglos y siglos, y eso nos llena de esperanza, porque no dependerá del desempeño de nuestro testimonio, bueno o pésimo, sino de la fidelidad de Dios.
Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.
(Efesios 2:8-10 Reina-Valera 60)
No por obras, sino para buenas obras. Nadie puede ganarse la salvación. Es un don gratuito que Dios nos ha dado en JesuCristo, y que se recibe mediante la fe. Esto significa que, como seres humanos, todos estamos en igualdad de condiciones ante Dios. La salvación no depende de nosotros. Nadie puede gloriarse o presumir que es mejor que otro.
Creer esto nos obliga a mirarnos a nosotros mismos como iguales ante quienes no conocen a Cristo. Los que creemos en Cristo no somos superiores, ni mejores, ni más buenos que los demás. Todo es por gracia de Dios, y esto no es cosa de nosotros, sino don de Dios, y no podemos gloriarnos de nada, mas que de la cruz de Cristo.
La imagen del día, en contraste con la noche sin Dios, termina diciendo que el día tiene un objetivo, es el fin de nuestra salvación. Es el propósito por el cual hemos sido creados en Cristo Jesús, regenerados por el Espíritu Santo, y salvados por Dios.
Este objetivo no es la iglesia, sino el mundo. Dios ha preparado a la iglesia para bendecir al mundo por medio de ella. El objetivo del día es la bendición del mundo.
Dios nos ha puesto ahí donde estamos –lugar de residencia, de trabajo, de estudio—para que seamos bendición. Ha preparado buenas obras, y nos ha salvado para esas buenas obras: para que andemos en una manera buena de vivir, para que hagamos el bien.
Esas buenas obras no son para nosotros. Son para bendecir a alguien que está más allá del texto. Dios tiene un pueblo en la tierra para bendecir al mundo. Porque de tal manera amó Dios al mundo, que se hizo de una iglesia que sirva como canal de bendición para el mundo.
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Por eso la iglesia debe ser bendición para todos. Para quien se acerca al Señor en medio de su noche sin Dios, para quien está yaciendo en su lecho espiritualmente muerto, hay buenas noticias: Dios viene a darnos vida. Con su Palabra y con su Espíritu, Dios hace vivir nuestros huesos secos, marcados con un destino de muerte, desolación y nada.
Dios ha tomado una grandiosa iniciativa de incluirnos por su gracia en el amor que tiene por el mundo. Vamos a ocuparnos hoy en esas buenas obras que ha preparado de antemano.
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