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La casa cristiana

En la casa se debe manifestar el tipo de relación que existe en la divinidad, de mutua sumisión y de no favoritismos entre las tres divinas personas.

ENROLADO POR LA GRACIA AUTOR 1053/Joel_Sierra 24 DE AGOSTO DE 2025 17:45 h
Foto: [link]Brooke Cagle[/link], Unsplash CC0.

Someteos unos a otros en el temor de Dios. …sabiendo que el Señor de ellos y vuestro está en los cielos, y que para él no hay acepción de personas. (Efesios 5:21; 6:9 Reina-Valera 60)



Las relaciones familiares de quienes viven bajo el mismo techo deben estar modeladas reflejando la relación divina que existe entre Padre, Hijo y Espíritu Santo.



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Efesios 5:21 – 6:9 es un texto conocido como “las tablas de la casa”, ya que son los mandamientos que expresan la manera que el Señor espera que nos comportemos en las relaciones domésticas.



Así, son las “tablas de la ley” para los miembros de una casa.



Sin embargo, todas las instrucciones y mandamientos que contiene, que son muy valiosas para prescribir la conducta santa en la familia, son una sola edificación que depende de dos pilares principales que sostienen toda la estructura del texto.



Estos dos pilares están, uno al comienzo de la sección y el otro al final. Todos los mandamientos que vienen en las tablas de la casa están soportados por dos columnas fuertes, que son: La sumisión mutua, y la no acepción de personas.



Lo que hay en medio (los mandamientos a la obediencia) nos puede resultar difícil de entender, material enigmático, e incluso problemático: Que las casadas estén sujetas, que el marido es la cabeza, que los hijos e hijas y los esclavos deben obedecer.



Algunas personas quisieran enfatizar eso, suponiendo que el objetivo del texto es promover el orden y la jerarquía. Pero esas instrucciones de obediencia no son los pilares del texto. Al comparar este texto con una construcción sostenida por dos pilares, diríamos que esos mandamientos de obediencia forman parte de la viga, que está sostenida por las dos columnas.



 



El primer pilar



El primer pilar es “Sométanse unos a otros en el temor del Señor”. Es guardarse respeto mutuamente. En la casa cristiana están sometidos los unos a los otros. Es una sumisión mutua.



No sólo de la esposa al esposo, sino también de él a ella. No sólo de los hijos a los padres, sino también de los padres a los hijos, y no sólo de los trabajadores a los patrones, sino también en viceversa. Y así se refleja la imagen de un Dios que vive eternamente en relación de amor, honra y servicio mutuo entre las tres divinas personas.



En el antiguo imperio romano, la sumisión mutua no formaba parte del esquema de la familia tradicional. La palabra latina familia significa “conjunto de esclavos”.



La esposa y los hijos, junto con todos los trabajadores, eran la propiedad del Pater familia. Pero aquí se nos presenta otra realidad, un esquema revolucionario de las relaciones domésticas, una verdadera “familia moderna”, renovada, que refleja la relación de sumisión mutua entre Padre, Hijo, y Espíritu Santo.



Así quiere el Señor que se estructure la familia cristiana. Ella está sometida a él, y él a ella. Y todos están sometidos unos a otros en el temor de Dios. Aunque es fácil decirlo, no es tan fácil vivirlo, especialmente en un contexto de competencia y de luchas de poder en casa.



En las tablas de la casa, el esquema bíblico no describe ni un patriarcado ni un matriarcado, sino sumisión mutua. Que el Señor nos regale la bendición de vivir en un tipo de sumisión mutua, que refleja su identidad de amor.



 



El segundo pilar



Este es la no acepción de personas: Dios no se presta a favoritismos. Esta segunda columna es tan importante como la primera, para sostener toda la estructura del texto.



Para Dios no es más valioso el hombre que la mujer. Para Dios no vale más el esposo que la esposa, ni son más importantes los padres que los hijos, ni los hijos que las hijas.



Y tampoco prefiere Dios a los señores de la casa por sobre los empleados o empleadas domésticas. Dios no se presta a favoritismos.



Este principio es crucial para regular la vida de una familia que refleje de manera preciosa a la divina Trinidad.



Ahora, sí, con confianza, teniendo estos dos pilares bien establecidos: la sumisión mutua y la no-acepción de personas, podemos adentrarnos a ver los detalles del texto: cómo se manifiestan las relaciones entre esposos, entre los padres y los hijos, y entre los patrones y los empleados.



Ella está sujeta a él, así como la iglesia sirve y obedece a Cristo, y él da la vida por ella, así como Cristo por la iglesia.



Es una relación de amor y de sumisión mutua—muy diferente a como la imagina el mundo pagano. No es un “jalar” cada quien para su lado, para ver quién gana y quién manda en la casa.



En la práctica, el favoritismo en la familia produce amargura y envenena las relaciones. Por ejemplo, el preferir a los hombres sobre las mujeres les envía a las hijas el mensaje de que ellas no valen tanto, y por eso desarrollan poca autoestima como personas dignas, con perspectivas hermosas de florecer en la buena voluntad de Dios.



Y también la persona que ha sido la favorita, la consentida, no logra desarrollar su sentido de responsabilidad ante la vida, y está en riesgo de toda clase de peligros ante los cuales no tiene recursos en Dios para poder enfrentarlos.



En la casa se debe manifestar el tipo de relación que existe en la divinidad, de mutua sumisión y de no favoritismos entre las tres divinas personas.



Que el Señor nos enseñe a tratar a todos en la casa y en la iglesia sin favoritismos. Que nos libre de los males que surgen por culpa del favoritismo, y que redima nuestras relaciones familiares para que reflejen la manera en que Dios vive en armonía como tres personas divinas.



 



Marido y mujer



Habiendo reconocido los dos pilares que sostienen toda la estructura de las “tablas de la casa” (la sumisión mutua y la no-acepción de personas) ahora sí podemos adentrarnos a ver los detalles de las instrucciones a los miembros de una familia, de tal manera que las relaciones domésticas reflejen la imagen del Dios que es uno y que vive como tres.



Si los dos pilares gobiernan la lectura y la interpretación de todo lo demás, entonces podemos revisar qué es lo que dice el texto sobre la relación entre marido y mujer, padres e hijos, y patrones y empleados.



A ella se le dice que debe mostrar hacia él la atención y respeto que la iglesia le debe a su Señor JesuCristo. Pero lo más interesante—incluso renovador—es lo que se le dice a él: que debe amar a su mujer como Cristo amó a la iglesia.



Así el marido debe dar la vida por su esposa, en sacrificio, en trabajo, en disposición, en amor que es entrega. Es una relación de sumisión mutua y de no-favoritismos, muy diferente a como la concibe el mundo pagano.



Lo más importante en cuanto a la relación entre cabeza y cuerpo es que ambos están pegados. No pueden vivir separados el uno del otro. Forman una sola unidad.



En la epístola a los Efesios, la función que realiza la cabeza no consiste en ser quien manda, quien toma las decisiones de manera unilateral, o quien ejerce un dominio tiránico.



En el capítulo anterior (4:15-16) dice que el cuerpo recibe su crecimiento de la cabeza. La función de la cabeza, según Efesios, es dar crecimiento, y no erigirse como el de más valor, dignidad o importancia en la casa.



La tarea del esposo es dar vida y crecimiento a su esposa, por medio de su atención, de su cuidado y de su amor. La sujeción de la esposa a su marido debe darse dentro del marco de los dos pilares que sostienen este texto: La sumisión mutua, y el no-favoritismo.



El mandamiento a ella no parece incluir nada nuevo, porque culturalmente, la sujeción es lo que se espera de una esposa. Pero el mandamiento a él sí es algo nuevo, porque debe renunciar a la dominación que es resultado del pecado, y debe entregarse en sacrificio por su esposa.



 



Un gran misterio



Cristo sustenta y cuida a la iglesia. Según toda la carta a los Efesios, sustentar y cuidar es la función que debe realizar la cabeza.



Cristo no oprime ni tiraniza a la iglesia. No le hace violencia. No la maltrata. No la humilla, ni la esclaviza. Cristo no abusa de la iglesia, ni ejerce sobre ella su voluntad a la fuerza. La cabeza debe sustentar y cuidar al cuerpo.



Somos de Cristo, y su amor nos inunda totalmente. Su amor es lo que nos da vida, y como iglesia, sin Cristo nos morimos de hambre.



Hay una identificación total entre Cristo y la iglesia: de él nos viene la vida, el sustento, el cuidado, y el crecimiento. Así, el marido debe ser la fuente de ánimos, para su esposa, de alegría de vivir, y no de amargura ni resentimiento, no de humillación ni opresión.



En nuestra cultura se acostumbra que la mujer “abandone” su apellido y la nueva familia adopte el apellido del esposo. Es reminiscencia de un rasgo cultural que favorece al varón, y del varón saca el nombre que los identifica como un solo equipo. Sin embargo, la idea que se expresa desde el relato de la creación en Génesis es que es el hombre quien debe aprender a poner una sana distancia entre él y su padre y madre, para caminar una nueva historia con su mujer.



Cada esposo que deja a padre y madre para unirse a su mujer vive de nuevo la vocación de Abraham y Sara, de “salir de su tierra y de su parentela”, para andar un viaje por la vida, una aventura de fe en la que aprenden a confiar en Dios como pareja. Por supuesto que no significa desatender sus obligaciones como hijo, porque el mismo Abraham, en ese viaje, iba también con su padre Taré (Gn 11:31). Pero sí significa que adquiere una nueva identidad junto con su esposa: son una sola carne. Al casarse generan algo nuevo, cambian su realidad. Ahora son algo que antes no eran, y asumen su identidad de una sola carne ante la vida y ante la sociedad.



Así, como Cristo y la iglesia comparten la misma vida, la misma carne y los mismos huesos, el esposo y la esposa están unidos en un misterio que es muy grande. Y todos los días exploran este misterio para conocer las riquezas del amor de Cristo por su iglesia y de la iglesia por su Señor.



Que todos los maridos del pueblo de Dios puedan conocer este gran misterio: amar a su esposa como Cristo a la iglesia, y que en cada matrimonio se viva la misteriosa bendición de Dios.



 



Con libertad y responsabilidad



De todas las relaciones domésticas, la más importante es la relación que hay entre marido y mujer. Sólo esa es la que es descrita como un gran misterio, fundada en la relación que existe entre Cristo y la iglesia. Y esto es así porque en una familia sana, todas las relaciones domésticas –sean entre hermanos y hermanas, padres e hijos, madres e hijas, o cualquier otra—son de importancia relativa con respecto a la relación entre los esposos, que es de importancia capital.



Cuando la familia no se sostiene en una buena relación entre marido y mujer, sino que está basada en otras relaciones, como las alianzas entre hermanos, o el lazo entre la madre y los hijos (como sucede tan comúnmente en el contexto de habla hispana) estamos ante un escenario familiar muy problemático y con riesgo de ser disfuncional. El modelo bíblico de la casa pone en el centro de todas las relaciones domésticas la relación entre el esposo y la esposa, bajo el señorío de Cristo.



Bajo el señorío de Cristo, al poderoso se le manda manifestar actitudes de servicio y sumisión. Al marido se le manda amar a su esposa y dar su vida sacrificialmente por ella. Y a los padres se les manda tener una actitud especial con sus hijos e hijas. Éstos han de tener obediencia para con sus padres, porque así manifiestan la disposición que en la divina trinidad tiene el Hijo hacia el Padre. Busca agradarle y hacer siempre su voluntad.



Pero lo asombroso es lo que se manda a los padres: Que no traten a los hijos tan duro que ellos se desanimen de vivir. Que no hagan de los hijos e hijas unos resentidos y amargados. “Provocar a ira” es una expresión que significa ofuscarlos, asfixiarlos, oprimirlos de tal manera que ya no tengan perspectiva de vida, que pierdan la alegría de vivir su propia historia. Hay que criar a la siguiente generación de modo que ellos conozcan la alegría y tengan esperanza para su porvenir.



En el modelo pagano de familia, en el imperio romano, el hijo adulto seguía estando bajo la autoridad del PATER FAMILIA para todas sus decisiones; una dinámica contaminada de frustración enorme para los hijos, que no lograban desarrollar su autonomía en libertad y responsabilidad. En la casa donde Cristo es Señor, los hijos e hijas reciben los recursos que les permitirán vivir bien, una larga vida que ha internalizado la disciplina buena y la amonestación de la Palabra de Dios.



 



Como si se tratara de Cristo



En las relaciones domésticas se incluye también una que no se establece por lazos de parentesco, sino que es una relación de tipo laboral. Es la relación entre empleados y patrones. También en esta relación deben manifestarse los principios de mutua sumisión y no-favoritismos. En esta relación se nota más la grandísima diferencia entre las casas donde Cristo es el Señor y las del medio ambiente pagano del mundo.



A primera vista no parece que a los esclavos se les mande nada nuevo. Que trabajen esforzadamente, “con profundo respeto y lealtad de corazón”. Sin embargo, sí hay un ingrediente nuevo: que trabajen como si estuvieran sirviendo a Cristo, como si Cristo fuera su patrón.



Este es uno de los principios fundamentales de la enseñanza cristiana sobre el trabajo. Todo empleo honrado y decente debe realizarse como si se tratara de Cristo. Como si por medio de ese empleo estuviéramos sirviendo a Cristo, y no a los supervisores, jefes, capataces, o empleadores humanos.



El mandamiento a los empleadores es mucho más sorprendente: Se les pide que no utilicen amenazas, ni torturas de cualquier tipo (físicas o emocionales), que traten bien a quienes trabajan para ellos, sabiendo que todos tenemos un amo en los cielos, que no hace favoritismos entre débiles y poderosos.



Que la casa de todos en el pueblo de Dios esté también constituida a la imagen de Dios; que refleje la relación preciosa que tienen el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Y que podamos conocer esta bendición de estar mutuamente sometidos, sirviéndose el uno al otro, y buscando el bien del otro, en una casa que no solamente bendice a quienes están dentro, sino que también refleja bendición para quienes la visitan y entran en contacto con la familia.



Así, Dios bendice a las familias para que esas casas donde Cristo es el Señor sean de bendición a otros. Que hoy podamos ver a Cristo como el amo para quien trabajamos, y que todo lo que hagamos en nuestro empleo sea con excelencia, sirviéndole de corazón.



 



De igual manera



Las “tablas de la casa” (Efesios 5:21-6:9) son instrucciones sobre la vida doméstica de quienes están bajo el Señorío de Cristo. Estas instrucciones están sostenidas sobre dos pilares fundamentales que deben regir sobre nuestra manera de interpretar toda la serie de mandatos: La sumisión mutua, y la no-acepción de personas.



El último estatuto es para los patrones. Dice que deben tratar a sus trabajadores “de igual manera”, es decir, con el mismo “profundo respeto y lealtad de corazón” que se espera de los empleados hacia sus jefes. ¿Cómo demuestra un patrón el respeto y la lealtad por sus empleados? Precisamente tratando al empleado “como si se tratara de Cristo”. Cuando un patrón mira a Cristo en sus empleados, nunca los maltratará ni los oprimirá. No usará las amenazas ni humillaciones, no les retendrá el salario, ni pensará cómo aprovecharse más de su trabajo.



El trabajador no debe estar “sirviendo al ojo”, sólo trabajando cuando el supervisor se acerca, y siempre en plan adulador y lisonjero. Porque el Señor siempre está mirando, y todos trabajamos para Cristo. De igual manera, el patrón debe recordar que todos sus tratos con sus empleados son supervisados por Dios. El Señor sí se entera cuando un empleado ha sido maltratado por su patrón, y sin duda “recompensará a cada uno según el bien que haya hecho, sin distinguir entre amo y esclavo”.



Estas instrucciones a los amos de hace dos mil años fueron la semilla que con el paso del tiempo logró acabar con la institución de la esclavitud, para dar lugar a relaciones más justas y humanas entre patrones y empleados. El fin de la esclavitud ocurrió primero en sociedades influidas por enseñanzas cristianas.



Sin embargo, hoy estamos viviendo en un tiempo en el que hay más esclavos que en cualquier otra época de la historia. Se habla de 27 millones de seres humanos que hoy están siendo esclavizados en distintas partes del mundo. Por eso siguen siempre vigentes estas palabras de vida para dar testimonio de cómo viven los que tienen a Cristo como su Señor. Las casas cristianas son luces en medio de una noche muy oscura en el mundo: Se tratan unos a otros con mutua sumisión y saben que Dios no se presta a favoritismos. Que los patrones cristianos aprendamos a tratar así a nuestros empleados, con profundo respeto y lealtad de corazón, como si se tratara de Cristo.


 

 


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