Jesús se deja encontrar por todos aquellos que le buscan.
Lucas 19:1-10
“Donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”. Mt. 6:21
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La escena comienza con Jesús atravesando la ciudad de Jericó camino de Jerusalén. Pero, de pronto, Lucas nos relata los hechos poniendo el foco de luz sobre una persona en particular: Zaqueo. De él comenta el evangelista algunos detalles importantes:“Jefe de los publicanos y rico”. Los publicanos cobraban los impuestos del censo, es decir, los que reclamaba Roma a los países sometidos. Pero, a la vez, se encargaban de recaudar el impuesto sobre las propiedades.Los romanos no cobraban los impuestos directamente a través de sus funcionarios, sino que seguían un procedimiento diferente. En cada ciudad o región, el imperio proponía a un ciudadano rico que pagase una suma establecida para otorgarle los derechos de recaudación. A partir de ahí, el que había comprado la concesión era dueño de cobrar lo que quisiera en concepto de “comisión de servicio”, más allá del propio impuesto, a través de un conjunto de “funcionarios cobradores” (publicanos) que se dedicaban a recaudar a la ciudadanía.
Aquí esta Zaqueo, un “ejecutivo buitre” al servicio de la economía imperial, rico y despreciado, pero queriendo ver a Jesús. Lo que sucede es que no podía porque era bajo de estatura. Y, sin embargo, en su deseo vehemente, compulsivo y apasionado de encontrarse con el Señor, hace cosas que llaman la atención hasta tal punto que parecen retroalimentar su mala reputación: Corre como un loco para adelantarlo, se sube como un niño a un árbol y espera ver a Jesús.
¿Qué razón última mueve a un hombre adulto a una cosa así? ¿Por qué un hombre de su categoría social rompe la dignidad de su posición con una actitud infantil, fuera de todo protocolo para un adulto? No tendría explicación alguna a no ser que Zaqueo se encontrase a sí mismo perdido. Es publicano, es rico, pero no actúa como otros ricos que hemos visto en el evangelio, situando el fundamento último de su seguridad en el dinero. Quizás durante un tiempo ha puesto su corazón en las riquezas, pero se ha dado cuenta, como decía Jesús, que la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee (12:15) y que la vida es más que la comida y el cuerpo más que el vestido (12:23). Ni su profesión, ni su estatura, ni su riqueza le impiden acercarse al Señor porque de algún modo sabe que este Jesús puede ofrecerle aquello de lo que carece.
Aquí tenemos a un marginado, despreciado y odiado por el mundo; un hombre ridiculizado y puesto en evidencia por sus propias acciones ante todo el pueblo. Pero Jesús le vio, le habló y se autoinvitó a su casa. Jesús se deja encontrar por todos aquellos que le buscan. En un mundo en el que el honor, la dignidad y la imagen significan mucho para la reputación de las personas, Zaqueo ha renunciado a todas estas cosas por encontrarse con Jesús.
De pronto, en esta comida fraterna se produce una declaración testimonial de primerísima magnitud por parte de Zaqueo. Una declaración que no es el resultado de una petición de Jesús, sino el compromiso espontáneo de un hombre cuya vida ha cambiado ante el Señor: “He aquí Señor la mitad de mis bienes doy a los pobres”. Para él significa, a partir de este momento, relativizar la riqueza renunciando a convertirla en un tesoro. Pero, además, Zaqueo se compromete no sólo a compartir suriqueza, sino a restituir al agraviado, a devolver a los que ha robado “por cuadruplicado”. Según la ley del Antiguo Testamento, cuando alguien había robado a otro y se había probado el delito, tenía que restituir el doble de lo sustraído. Pero Zaqueo no propone seguir estrictamente la ley, sino desbordar ampliamente el precepto huyendo de todos los legalismos, porque ha descubierto y renunciado a todo aquello que le impedía vivir: el egoísmo, la avaricia, la opresión y la explotación de los más débiles.
A partir de ahora, Zaqueo entiende que la mejor manera de mostrar el cambio radical que se ha producido en su vida es comprometerse públicamente ante Jesús a renunciar a su riqueza injusta; a dejar de ser un ladrón y a restituir a todos los oprimidos, agraviados y abusados por su proceder inhumano. Y el Señor, que lee donde nadie lee y mira donde nadie mira, porque conoce las motivaciones más hondas del corazón humano, oyendo las palabras de Zaqueo, concluye con estas palabras: “Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo de Abraham. Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido”.
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No existe ninguna cosa en este mundo que nos pueda salvar. Ninguna en absoluto. Todos los seres humanos buscamos salvación persiguiendo seguridades, fundamentos últimos que den sentido y orientación última a nuestras vidas y nos hagan experimentar confianza, certeza, estabilidad, ante una existencia que experimentamos como extraordinariamente vulnerable y efímera. Pero ninguna cosa material de este mundo, ninguna en absoluto, puede responder a esa sed de significado. Por eso, el evangelio nos dice: “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo aquel que pide recibe; y el que busca halla; y al que llama, se le abrirá” (Lc. 11:9-10).Si buscamos de verdad, como lo hizo Zaqueo, siendo capaces de derribar y superar todos los obstáculos del camino, descubriremos al Jesús Salvador y Señor que ha venido a dar verdadero sentido a nuestras vidas ofreciéndonos seguridad, plenitud y esperanza. Soli Deo Gloria.
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