Los que conocen al Señor y Salvador Jesucristo tienen esperanza de una vida tras la muerte que no se puede comparar siquiera con la actual.
Todos sabemos que, tarde o temprano, nos tendremos que despedir de este Mundo. Dios dijo que el día que pecáremos, ciertamente moriríamos (Génesis 2:17). Todos hemos pecado y la paga de dicho pecado es la muerte (Romanos 6:23). Es un tema que inspira temor hasta en los más valientes. Pero podemos superar ese miedo porque tenemos una esperanza viva:
“Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre” (Hebreos 2:14-15).
En otras palabras, Dios vino al Mundo y se hizo hombre para vencer al diablo y liberar a todos los pecadores que temen la consecuencia del pecado, pero que se arrepienten y depositan su fe en el Salvador.
Si bien hay motivo para temer porque sabemos que, al pecar, primeramente ofendemos a Dios:
“Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo” (Génesis 3:10).
Y eres consciente de que volverás a “la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás” (Génesis 3:19b).
Pero los que conocen al Dios encarnado que se hizo hombre para morir en nuestro lugar ya no temen la muerte. Tienen la esperanza de vida eterna en presencia de Dios:
“Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo; y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios; al cual veré por mí mismo, y mis ojos lo verán, y no otro, aunque mi corazón desfallece dentro de mí” (Job 19:25-27).
Ese es el mismo Job que llamó a la muerte “rey de los espantos” (Job 18:14b). Así que, ¿qué ocurrió para que tuviera esperanza a pesar de todo? Leamos de nuevo:
“En mi carne he de ver a Dios”.
No se trata de un alma incorpórea. No se trata de una existencia alejada de Dios. No, los que conocen al Señor y Salvador Jesucristo tienen esperanza de una vida tras la muerte que no se puede comparar siquiera con la actual:
“Así también es la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción. Se siembra en deshonra, resucitará en gloria; se siembra en debilidad, resucitará en poder” (1ª Corintios 15:42-43).
¿Es esa tu esperanza? Si te has arrepentido de tu pecado y sigues a Cristo, estás libre del temor de la muerte que, durante toda la vida, te sujetaba a servidumbre.
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