Pasado, presente y futuro se entretejen, de modo que podamos convertirnos en personas con una historia vital.
“Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora. Tiempo de nacer y tiempo de morir… Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud”. Ecl. 3:1-2.
Hacerse adulto es aprender a bailar con el tiempo. Y bailar con el tiempo no es ni caer en la inmediatez del presente, ni en la prisión del pasado, ni en la evasión del futuro. Bailar con el tiempo es conquistar la propia vida como historia. Comprender que en nuestro camino convergen y se entrelazan lo ya vivido, el momento actual y las expectativas del porvenir. Pasado, presente y futuro se entretejen, de modo que podamos convertirnos en personas con una historia vital.
En momentos de confusión en los que no sabemos qué dirección tomar y avanzamos con el alma turbada, conviene echar la vista atrás para entender bien quiénes somos y hacia dónde vamos. Apretar la tecla de rebobinar, ver nuestra vida en dirección contraria, pararla en un momento determinado y verla, explicarla y aceptarla desde el presente, nos ayuda a explicar mucho de lo que somos. El pasado se encuentra en nuestra memoria, está en las huellas que nos ha dejado, en la fuerza que ejercitamos en todo aquello que nos construyó.
El pasado es una escuela y la lectura lúcida de lo que uno ha pasado se llama experiencia. Y la experiencia es una maestra brutal porque cobra caro, pero enseña bien, por eso hay que convertirla en valor y fuente de sabiduría. El pasado es un equipaje que llevamos, pero no es todo el equipaje y no podemos convertirlo en una condena inexorable que nos fuerce a repetirlo. Para ser liberados de un “pasado/cárcel” es necesario: aceptarlo, agradecer, aprender y seguir creciendo. Solo así nos revelamos proactivamente a dejarnos encerrar en la prisión de los recuerdos para evitar que el pasado escriba nuestro presente y nuestro futuro.
Todo tiene su tiempo. Todo llega, pero también pasa. Vívelo. Pero que haya tiempo para todo, como dice Eclesiastés, no significa que quepa todo a la vez. Porque tan necesario como darles espacio a las posibilidades que la vida nos ofrece, es aprender a discernir cuándo toca cada cosa. Lo que de una u otra manera todos deberíamos aprender es a respetar el presente ¿en qué consiste ese respeto? Respetar el presente es aceptar las etapas difíciles de la vida cuando llegan sin que nos paralicen.
En nuestra sociedad contemporánea parece que frente al sufrimiento, la contrariedad, la prueba o los obstáculos que la vida depara, el único imperativo consiste en recuperar de inmediato el bienestar. Es comprensible. Nadie quiere pasarlo mal ni es llamado al masoquismo. Pero no puede ser la única condición para seguir viviendo, porque la vedad es que muchas veces la realidad nos coloca contra las cuerdas y nos obliga a llorar por las heridas, sentir frustración por los proyectos frustrados y quedar abatidos por situaciones imponderables que aparecen sin pedir permiso. Vivir el presente es aprender a enfrentar la existencia negándonos a morir en vida antes de tiempo. Como decía William James: “Eres tú, con tu manera de hablarte cuando caes, el que determina si has caído en un bache o en una tumba”. ¡Vive el presente con todas sus consecuencias!
La velocidad de los cambios hoy en día es tan vertiginosa que en ocasiones uno piensa si no será mejor aferrarse a lo inmediato, dado el impredecible horizonte vital. La incertidumbre sobre el porvenir es tan grande que parece razonable no mirar en esa dirección para no desesperarse. De ahí que se vaya retrasando la mirada a un mañana que produce vértigo (“Bailar con el tiempo”. J. M. Rodríguez Olaizola). Cada vez resulta más frecuente que se posponga ese momento por una convergencia de prudencia, miedo, resignación… y comodidad.
Sin embargo, mirar al futuro y pensar en él nos hace responsables, porque nuestras acciones tienen consecuencias y, aunque no podemos controlarlo todo, está en nuestras manos poner medios para alcanzar determinados fines. Nos podemos convertir el futuro en una utopía desvinculada del ahora, porque si sabemos lo que queremos y lo queremos lo suficiente, tenemos la responsabilidad de poner medios para lograrlo. Sobre todo, porque en tanto somos cristianos creemos en la esperanza que es la firme ancla del alma porque está puesta en la resurrección. Y la resurrección es el fin de la historia anticipado en ella, porque por la gracia de Dios y la obra de Cristo “Ya hemos resucitado”, Ef. 2:6-7, para vivir en este mundo y en esta historia un presente y un futuro garantizados por una salvación eterna. Soli Deo Gloria.
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