Jesús no solo que entregó el espíritu muriendo en la cruz del calvario, sino que volvió a vivir porque la muerte no le retuvo.
Jn. 15:1-5
Este pasaje forma parte de lo que se ha dado en llamar “El Testamento de Jesús”. Juan 13-17. Para comprender lo que el Señor quiere enseñar es necesario recordar que el apóstol Juan en su relato nos propone lo que podríamos llamar una “Teología de las sustituciones” que va colocando la figura de Jesús de manera preferente por encima de todas las mediaciones del Antiguo Testamento: Jesús es “El Nuevo Templo”. Jn. 1:14; Jesús es “El Nuevo Moisés”. Jn. 1:17; Jesús es “El Nuevo Maná”. Juan 6:35, 58.
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Ahora bien, en las palabras de Jesús: “Yo soy la vid verdadera” también existe esa “Teología de las sustituciones”, porque en el Antiguo Testamento la viña de Dios era su propio pueblo. Is. 5:1-7. Pero el amor de Dios por su viña no fue correspondido. En lugar de uvas frescas, dio uvas silvestres. En lugar de juicio y justicia, el pueblo respondió con injusticia y corrupción De tal modo que el Señor se pregunta con un corazón doliente: ¿Qué más se podía hacer por mi viña que yo no haya hecho por ella?
Pues bien, el amor de Dios llega hasta tal punto que en vez de desentenderse de su pueblo y olvidarse de él para siempre, hace posible que del mismo seno de esta nación rebelde nazca alguien que va a decir de sí mismo: Yo soy la VID VERDADERA y mi Padre es el labrador…. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos”, Jn. 15:1, 5. Ahora bien, esta respuesta del amor de Dios en la persona de Jesús va a tropezar con una frontera que parecerá irreversible: La muerte en la cruz. El evangelio de Juan lo describe de esta manera: “Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza entrego el espíritu”. Jn. 19:30. ¿Es esto el final? ¿Aquí acaba todo? ¿Quedará de nuevo la vid de Dios estéril, seca y sin fruto?
Gerard Lohfink cuenta esta historia autobiográfica que tuvo lugar durante la segunda guerra mundial: “¿Cuándo era un niño de 8 años vivía con mi hermano (Norbert) y mis padres en una urbanización llamada “La Cepa”. En el jardín, nuestro padre había plantado varias vides. Esperamos durante mucho tiempo que diera sus primeras uvas, pero solo veíamos hojas. Cuando estábamos perdiendo toda esperanza, de repente, aparecieron unas preciosas uvas negras que comíamos de postre una y otra vez. Pero no tuve ocasión de comer sus jugosas uvas durante mucho tiempo. Uno de los bombardeos que devastaron nuestra ciudad destruyó la urbanización donde vivíamos. Nuestra casa fue alcanzada por bombas incendiarias y luego por una pesada bomba de demolición. La terraza acabo con una capa de escombros de un metro de altura. Tras el final de la guerra pudimos volver a plantar verduras y frutas, en tiempos de mucha escasez. Pero entonces ocurrió el milagro. La primavera siguiente una ramas de la vid brotaron de entre los escombros y pronto cubrieron todo el campo. Una de las vides se había abierto paso literalmente en medio de la destrucción total que todavía asolaba parte de nuestros campos. Comí sus primeras uvas con una especie de reverencia, reconociendo el poder de la vida de esa vid”.
Ni las bombas incendiarias, ni las bombas de demolición, ni los cascotes, ni los escombros, ni ningún otro poder venido del cielo o de la tierra pudo destruir la vida de la vid. Parecía haber muerto y desaparecido para siempre. Sin embargo, ninguna de las agresiones, ninguna de las violencias, ninguna de las conmociones sufridas fue suficiente para acabar con la vid.
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De la VID VERDADERA, dice la Escritura, no solo que entregó el espíritu muriendo en la cruz del calvario, sino que volvió a vivir porque la muerte no le retuvo. ¡Jesús no se encuentra en las ruinas de la historia! Si Jesús no hubiera resucitado, la iglesia tendría que disolverse inmediatamente, porque no habría ningún mensaje que proclamar. Pero, si Jesús realmente ha destruido por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, librando a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre, He. 2:14-15, entonces se ha convertido en la VID VERDADERA para que permaneciendo en él llevemos mucho fruto y ese fruto proclame, honre y prestigie el nombre del Dios en el que hemos creído. Soli Deo Gloria.
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