¿Por qué la Biblia no se refiere a tales criaturas, tan parecidas físicamente a nosotros y más inteligentes incluso que la mayoría de los animales?
¿Con qué finalidad creó Dios tantas especies de simios parecidas a los humanos? Esta cuestión ha venido suscitando polémica entre los creyentes desde que la paleontología puso de manifiesto la existencia de tantos fósiles.
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Muchos empezaron a dudar de la fiabilidad del relato de Génesis ya que, mientras la aparición de fósiles de homínidos, o simios con aspecto humano, proliferaba, a la vez, parecía ganar fuerza el argumento evolucionista de la descendencia común. ¿Por qué la Biblia no se refiere a tales criaturas, tan parecidas físicamente a nosotros y más inteligentes incluso que la mayoría de los animales?
El doctor Hugh Ross escribe al respecto: “la omisión tiene sentido dado que esta historia fue escrita para lectores de todas las épocas, la mayoría de los cuales no tienen conocimiento de estas criaturas bípedas.
Tiene aún más sentido si no existiera ningún vínculo significativo entre estas criaturas y los humanos modernos”.[1] Según el astrónomo canadiense, el hecho de que la Escritura no mencione a tales simios se justificaría por la misma razón que no menciona a los dinosaurios o a las bacterias, es decir, porque la inmensa mayoría de sus lectores a lo largo de la historia desconocerían la existencia de tales seres.
Por tanto, no tendría sentido referirse a criaturas absolutamente extrañas hasta el presente. Además, quizás esta falta de mención bíblica refleje también que tales homínidos no tuvieron nada que ver con el origen del hombre.
No obstante, si esto es así, la cuestión sigue abierta: ¿por qué creó Dios a tales seres? ¿Qué finalidad tendría su existencia en la biosfera del momento? Ross, propone una respuesta relacionada con el registro de extinción de los animales.
En efecto, una clara orden divina dada a los primeros humanos fue que cuidaran del mundo animal y lo protegieran ya que estos seres no gozaban de la inteligencia humana ni de la imagen de Dios y, por tanto, debían estar sometidos al hombre.
Esto es lo que significan las palabras: “señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (Gn. 1:28).
Sin embargo, los humanos desoyeron tales palabras, se revelaron contra Dios y prefirieron decidir por sí mismos cómo debían tratar la tierra y a sus moradores.
Por desgracia, los resultados de semejante desobediencia, por lo que respecta al cuidado del planeta, son hoy evidentes por todas partes. La frase profética del Creador: “maldita será la tierra por tu causa” continúa desarrollándose hasta el presente (Gn. 3:17).
El maltrato animal fue una consecuencia del pecado humano, sobre todo después de que las personas dejaran su dieta vegetariana y empezaran también a comer carne, al finalizar el diluvio de Noé (Gn. 9:3).
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La humanidad comenzó a criar animales domésticos para matarlos y alimentarse de ellos o bien de sus productos. También empezó a cazar especies silvestres con el mismo fin. La relación paradisíaca de cuidado y protección entre el hombre y los animales cambió drásticamente.
Éstos comentaron a experimentar el miedo a la especie humana, tal como indica la Escritura: “el temor y el miedo de vosotros estarán sobre todo animal de la tierra, y sobre toda ave de los cielos, en todo lo que se mueva sobre la tierra, y en todos los peces del mar” (Gn. 9:2).
Sin embargo, como Dios conocía bien el corazón humano y sabía de antemano que todo esto ocurriría, es muy probable que actuara en consecuencia y hubiera preparado un plan.
Esto es precisamente lo que sugieren las estadísticas sobre la extinción de animales a lo largo de las eras. Concretamente, la desaparición de especies animales provocada por el hombre comenzó hace aproximadamente 50 000 años.[2]
De las 21 000 especies de aves existente en esa época, actualmente sólo quedan unas 9 000. Mientras que, de las 8 000 especies aproximadas de mamíferos terrestres, únicamente han subsistido alrededor de 4 000.[3]
Quizás, si Dios no hubiera creado a los australopitecos y otros simios bípedos carnívoros y omnívoros anteriores al hombre, que también eran cazadores, las extinciones hubieran sido aún mayores.
La actividad depredadora de tales simios contribuyó probablemente a ese “temor y miedo” pedagógicos que todos los animales empezaron a experimentar hacia ese ser peligroso que caminaba erguido, el Homo sapiens, y esto hizo que las extinciones no fueran tan desastrosas para la permanencia de la vida en el planeta.
Los animales que al principio eran confiados y aceptaban el contacto humano aprendieron a huir y ponerse a salvo, gracias a toda esa sucesión de especies simiescas que los perseguían.
La Tierra que Dios creó, así como todos los ecosistemas que contiene, cambian con el transcurso del tiempo. Las especies biológicas se adaptan a estas condiciones cambiantes, unas suceden a otras y, a la vez, preparan el ambiente para que especies futuras puedan también prosperar.
El Creador fue sustituyendo las especies anteriores por otras mejor adaptadas a las nuevas condiciones ambientales y así hasta alcanzar el objetivo final que, según la Escritura, fue la aparición de la humanidad.
[1] Ross, H., 2023, Navegando Génesis, Kerigma, Salem, Oregón, p. 101.
[3] Ehrlich, P. R. & Ehrlich, A. H., 1989, Extinción (I) y (2): La desaparición de las especies vivientes en el planeta, Salvat, Barcelona.
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