Imitando las propuestas y modelos de la sociedad alrededor, le arrebatamos a la verdad el poder de describir la realidad engañándonos a nosotros mismos.
“… La casa de Dios, la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad”. 1 Tim. 3:15.
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Consideramos un día malo aquel en el que, mirándonos al espejo, descubrimos un ligero surco en la frente, una rugosidad en la barbilla o una arruga en la comisura de boca. ¡Ay, una pata de gallo! ¡Qué cruel es el tiempo que siempre nos deja la huella de su paso por la piel! ¡Qué horror! empezamos a envejecer. A partir de ese momento comienzan a proliferar en nuestros cuartos de baño cremas anti envejecimiento, nutritivas e hidratantes, maquillajes, tintes, pomadas y correctores para disimular las marcas de la edad. Y cuando todo eso se hace insuficiente, recurrimos a la cirugía estética para intentar desesperadamente corregir el paso de los años. No hay tregua. Queremos mantener y perpetuar la juventud y la belleza convirtiéndonos en un catálogo de tantos otros “yo” como nos permita la caducidad de lo humano.
También la iglesia, a menudo, tiene miedo a la vejez, teme que se le noten los años. Le gustaría seducir, agradar, impresionar siempre y en todas partes haciéndose irresistible con sus “encantos” a pesar del paso del tiempo. Y, entonces, se vuelve inquieta y busca el socorro de la cosmética, o acude al despacho del filósofo de moda, o a la ideología más progre, pretendiendo que el mundo haga una “foto” de su ser y de su quehacer en un intento desesperado de ponerse “al día” a cualquier precio. (“Creer, amar, esperar día a día”. A. Pronzato) El problema es que, con ese modo de proceder marcado por la cosmética, el efecto de las cremas acaba prescribiendo, los correctores terminan caducando y, precisamente, ese mundo al que trata de fascinar con su nueva máscara, acaba ignorando y despreciando a una iglesia que, en vez de renovarse desde dentro, se conforma con mostrar “una pose” llena de imagen mediática pero vacía de evangelio y de vida.
¡Basta ya de maquillajes, ungüentos y potingues para disfrazar la realidad! El Señor quiere romper y eliminar todos los disfraces complacientes, los espejos narcisistas y los remedios anti edad superficiales con los que nos envolvemos para parecer lo que no somos. La iglesia no puede engañarse respondiendo a las nuevas realidades que proponen los signos de los tiempos enmascarando sus fracasos, ni recurriendo a la estética para vender una apariencia de modernidad, fuerza, poder, prestigio y éxito que es solo un envase lleno de nada . A menudo, imitando las propuestas y modelos de la sociedad alrededor, le arrebatamos a la verdad el poder de describir la realidad engañándonos a nosotros mismos. Pero las palabras del Señor ahora, hoy y aquí, bien podrían ser estas:
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“Te amo como eres Iglesia, aunque tengas algunas arrugas y pliegues sobre tu piel, porque estas marcas no son una vergüenza, sino el sello de una larga y sufrida fidelidad. En cuanto a las manchas, ya me ocupo yo de eliminarlas. La sangre que derramé en la cruz es suficiente para acabar con todas ellas cada vez que aparezcan. No hace falta que escondas lo que no te gusta bajo el manto de un ingenuo triunfalismo, reconoce ante mi presencia todas tus miserias, pecados e injusticias, porque la misericordia, la gracia y el perdón están siempre disponibles. Solo yo tengo el poder para conservarte joven y vital, aunque cargues con las cicatrices, el dolor y el desgaste propios de la edad. Persevera, porque eres la casa del Dios viviente, columna y valuarte de la verdad. Eso es lo que de verdad importa”. Soli Deo Gloria.
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