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E. M. Bounds: vida y curiosidades del maestro de la oración

Este abogado y pastor metodista episcopal ha sido llamado «el hombre cuya vida de oración inspiró a millones». Su libro de bolsillo, El predicador y la oración, está entre los cien libros cristianos que cambiaron el siglo XX.

BIBLIOTECA DE CLáSICOS AUTOR 1043/Lisi_Clark 10 DE MAYO DE 2025 22:00 h
E.M. Bounds./ [link]Abba[/link]

En 1863, arreciaba la guerra de Secesión en Estados Unidos por la controversia de la esclavitud. Defendiendo el Sur, el Tercer Regimiento Voluntario de Misuri recibía a un nuevo miembro: un diminuto hombre de veintiocho años cuya mochila lo superaba con creces. En seguida le adjudicaron el mote «el bulto andante».



Pero lo que abultaba en la mochila no eran armas ni explosivos, sino su Biblia, folletos y un púlpito portátil. E. M. Bounds era capellán.



Lo que su aspecto físico no delataba era la grandeza de su fe y entrega, que no brotaba de otra fuente que la grandeza de su Salvador. Bounds no era el típico capellán cauteloso. Los soldados pronto apreciaron que siempre estaba en primera línea, exponiéndose al peligro mientras animaba a «su rebaño».



Hoy, sin embargo, la única guerra a la que se asocia el nombre de E. M. Bounds es a la espiritual y, en particular, al arma de la oración. Aunque en la actualidad se hayan vendido incontables copias de sus libros, pocos conocen la historia del minero de oro y abogado llamado a la predicación y oración en aquellos años convulsos.



 



De familia de bien a la fiebre del oro



Edward McKendree Bounds nació en Misuri, EE. UU., en agosto de 1835, el quinto de seis hijos de Thomas y Hester Bounds. La acomodada familia era metodista episcopal. Su padre —constructor, juez de paz y después secretario del condado— murió de tuberculosis cuando Bounds tenía catorce años.



Poco después, el joven acompañó a sus tíos y hermano a California en plena fiebre del oro, pero volvieron a casa cuatro años más tarde hastiados del ambiente y sin haberse hecho de oro.





[photo_footer]Un grabado de 1853 muestra la búsqueda de oro en California tras el descubrimiento de yacimientos en 1848. / Archivist, Adobe[/photo_footer]



 



Redescubrir el evangelio



E. M. Bounds estudió derecho en Hannibal, Misuri, convirtiéndose con diecinueve años en el abogado más joven del estado. Bajo su comunicación «inusualmente efectiva», su bufete triunfó. [1] Por eso nadie dio crédito cuando cinco años después, lo cerró sin avisar. ¿Qué había sucedido?



Bajo Dwight L. Moody, Charles Spurgeon y William y Catherine Booth, entre otros, el avivamiento conocido como el Tercer Gran Despertar (1855-1930) sacudía el país. En Misuri, Bounds escuchó al evangelista Smith Thomas. No se conocen todos los detalles, solo que «se sintió abrumado por la gracia de Dios de una manera nueva y profunda» y que experimentó el empujón definitivo del Espíritu Santo hacia la predicación.



Tras devorar los escritos de John Wesley y David Brainerd, se matriculó en el Seminario Centenario de Palmyra, Misuri, y en 1860 fue encomendado como predicador itinerante por la Iglesia Metodista Episcopal del Sur.



 



Un capellán en primera línea



La guerra civil estadounidense estalló el 12 de abril de 1861. Ese otoño, Bounds pastoreaba una iglesia en Brunswick, Misuri, un estado fronterizo dividido que el ejército del Norte, la Unión, buscaba asegurar. Aunque no apoyaba la esclavitud y sus hermanos militaban en la Unión, fue detenido por trabajar en una denominación que contenía la palabra «Sur» y por negarse a ceder las propiedades de la iglesia.



Tras ser liberado año y medio después, caminó más de 160 km en febrero de 1863 hasta Mississippi para unirse a la división de su amigo Sterling Price, ex-gobernador de Brunswick y ahora general confederado. Se cree que tomó la decisión de apoyar al Sur tras presenciar actos brutales de la Unión, como el ahorcamiento injusto de diez ciudadanos.



Bounds se negó a utilizar caballo y pidió una unidad en primera línea; quería estar disponible en el lugar de mayor necesidad, compartiendo el evangelio y orando con los soldados mientras morían.[2]





[photo_footer]La batalla de Franklin, Tennessee, cambió el rumbo de Bounds. / Wikimedia Commons[/photo_footer]



Oportunidades de estas tuvo a raudales, demasiadas, pues el Sur perdía. La batalla que más lo marcó fue su última, la de Franklin en noviembre de 1864, las cinco horas más sangrientas en la historia de Tennessee. Bounds sobrevivió un sablazo en la frente, y fue hecho prisionero de guerra. Aparte de ayudar con los heridos, tuvo que cavar fosas comunes.



Seis meses después, firmó lealtad a EE. UU. y fue liberado. Pero al terminar la guerra, regresó a Franklin en 1865, convencido de que Dios tenía trabajo para él.



 



La reunión de oración que transformó un municipio



Allí, Bounds participó en exhumar, identificar y dar un entierro digno a los casi mil quinientos caídos confederados. Se encargó personalmente de los 130 misurianos, levantando fondos y publicando sus nombres, lista que conservaría en su cartera hasta su muerte.



Pero más allá de las tumbas, la reconstrucción de Franklin tenía que ver sobre todo con los supervivientes. Bounds ofreció servir a la desperdigada congregación metodista que no contaba con pastor. Solo estuvo dos años, pero lo que ocurrió fue sorprendente.



Bounds organizó reuniones de oración los martes en la plaza del pueblo con unos pocos hombres afines. Durante algo más de un año, clamaron por avivamiento. Y de repente, sin campañas ni reuniones especiales, la gente empezó a abrazar a Cristo. En cuestión de semanas, se convirtieron unas 150 personas, entre ellas un niño que más adelante sería presidente de la Universidad de Asbury, famosa por sus avivamientos históricos hasta hoy.



 



Ministerio pastoral y matrimonio



A partir de 1868, Bounds sirvió en diversas iglesias metodistas episcopales en Alabama, promoviendo siempre la evangelización y el avivamiento. Dios trajo fruto, con algunas iglesias triplicando su membresía. A pesar de las críticas, también medió en cuestiones de tensión racial.



Demasiados funerales había oficiado ya Bounds en sus casi cuarenta años de vida, pero recordaría uno en Alabama en especial donde conoció a Emma Barnett. Se casaron al año.



Bounds tenía el don de despertar iglesias dormidas, así que le enviaron a otra iglesia estancada, la más prestigiosa de San Luis, Misuri. Implementó algunos cambios, como eliminar el sistema de asientos de pago y anunciar que cualquiera era bienvenido a la casa de Dios. Pero igual fue demasiado atrevido para aquella congregación: la denominación no tardó en devolverle a la anterior.



En total, Bounds pastoreó ocho iglesias.



 



Cambio de rumbo: periodista evangélico



En 1883 Bounds aceptó ser redactor jefe asociado del periódico regional de su denominación, The St. Louis Advocate. En esos siete años conoció muchas iglesias, compartió su carga por el avivamiento y predicó evangelísticamente.



«Se convirtió en un líder que llamaba al pueblo de Dios de vuelta a Dios, no solo entre los metodistas, sino entre otros que leían sus editoriales», comenta uno de sus biógrafos, D. D. King. [3]



Para entonces, la familia había crecido con tres hijos, pero en 1884 la salud de su esposa, Emma, decayó, probablemente por cáncer. Antes de fallecer dos años más tarde, Emma le hizo prometer a su marido que se casaría con su prima, Harriet Barnett.



Cuando se casaron en octubre de 1887, Bounds tenía 52 años y Hattie, 31.



 



Destrozado por la tragedia familiar



En 1890, Bounds mudó a su familia, ahora con cuatro hijos y otro de camino, a Nashville, Tennessee, por un ascenso a redactor jefe asociado del periódico nacional de la denominación, The Christian Advocate. Gracias a su desafiante columna, le llovían invitaciones como conferenciante.





[photo_footer]Bounds llegó a ser una figura evangélica destacada gracias a sus editoriales. / JHDT Productions, Adobe[/photo_footer]



Ese verano, a punto de conocer a su recién nacido Charles, recibió la devastadora noticia de la muerte repentina de su hijo Edward de seis años, de su primer matrimonio. Un año después, la pareja se hundió aún más cuando el pequeño Charles también falleció de la noche a la mañana. En tan solo cuatro años, Bounds había perdido a una mujer y dos hijos. Sus libros sobre el cielo y la resurrección nacieron de aquel profundo dolor.



 



Venido a la nada



Cuatro años después, Bounds dejó el periódico, preocupado por la falta de apoyo a la evangelización y el racionalismo que infiltraba la denominación.



No fue una decisión fácil tras tres décadas de servicio. A los 59 años, y a estas alturas con cinco hijos, Bounds renunció a su salario y pensión. Sus suegros les acogieron en su hogar de quince habitaciones y más de cuarenta hectáreas en Washington, Georgia. Fallecieron unos años después y Hattie heredó la casa. Allí nacieron dos hijas más, completando la familia[EAC5] .





[photo_footer]La casa en Georgia donde vivieron Bounds y su familia hoy es un museo (Washington Wilkes Historical Museum)./ Wikimedia Commons[/photo_footer]



Sin presencia en el periódico, con su acento «norteño» sospechoso en el profundo sur de EE. UU. y su visión demasiado radical para congregaciones cada vez más prósperas y liberales, la actividad pública y los ingresos de Bounds se redujeron al mínimo. Predicó en algunos sitios donde su teología era mejor recibida, pero, sobre todo, se dedicó a orar, convencido de que Dios tenía un plan.



 



Orar muy de mañana



Los libros de Bounds surgieron de sus tiempos devocionales desde las cuatro hasta las siete de la mañana, su «hora muy de mañana» conforme a Jesús. Durante el día combinaba sus tareas en la finca con la oración, la lectura y la escritura. Muchas tardes paseaba por la comunidad, orando por cada hogar.



Aunque se le haya llamado «el mayor maestro de la oración desde Jesucristo», en esta etapa por lo general era un incomprendido, el raro del pueblo. Alguna noche oró tanto delante de casas ajenas que los vecinos llamaron a la policía. Y no se limitaba a sus propias vigilias: despertaba a la familia entera, y hasta a los invitados. Una nieta bromeó que tenía el éxito de Jesús en Getsemaní: todos dormían mientras él oraba. Tampoco se libraban sus compañeros de habitación en conferencias: aunque protestaran, no se callaba ni se iba.



Pero al «viejo místico» poco le importaba: libraba una batalla espiritual cual veterano. Además, tenía un nuevo cometido: escribir unos pequeños libros que fueran accesibles para todo el mundo.



 



Su legado escrito



En 1902, Bounds logró publicar El predicador y la oración, luego reeditado como El poder a través de la oración, seguido de Resurrección tres años después. Aunque el primero circuló por Inglaterra, en su entorno sus libros no generaron mucho interés ni ingresos. Aparte de insistir en económicas ediciones de bolsillo, regaló los derechos.



Bounds quiso seguir publicando, pero le faltaban fuerzas y dinero. Ya demasiado frágil, predicó su último sermón en 1912 y murió en agosto del año siguiente a los 78 años. Tal fue la tristeza de Harriet, que murió tan solo cuatro meses después.



Gracias a su discípulo, el pastor metodista Homer Hodge, hoy tenemos once títulos de Bounds que proliferaron a partir de 1920 tras recomendarlos diversas figuras evangélicas



Sus libros convertidos en clásicos y sus citas sobre la oración llenando Internet, hoy E. M. Bounds sigue retándonos y recordándonos que una vida dedicada a la oración puede hacer de lo extraordinario algo ordinario.





Este undécimo tomo de la Biblioteca de Clásicos Cristianos contiene tres de las obras de E. M. Bounds (encuentra aquí toda la información). ¿Has leído alguna? ¿Qué te ha llamado la atención de la vida de Bounds? Nos interesa tu comentario.



 



Notas



[1] Dorsett, Lyle. E. M. Bounds: Man of Prayer. Zondervan, 1991.



[2] Smith, Grady DeVon. Edward McKendree Bounds on the Relationship Between Providence and Man’s Will in Prayer. 2013. Disertación, hdl.handle.net/10392/4509.



[3] Bounds, Edward M. Powerful and Prayerful Pulpits: Forty Days of Readings. Baker Book House, 1993.


 

 


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