El desafío de la compasión

El amor a la gente, en el sentido más filial y altruista, se está perdiendo a marchas forzadas; incluso el amor a la naturaleza, en el sentido más ecológico, también está perdiendo interés. Ya no hablemos del aumento de la maldad en el mundo actual, como son las redes del tráfico humano de personas y las organizaciones criminales de todo tipo, que no son pocas. Hoy como nunca antes nos encontramos ante un imponente avance de la inmoralidad y la corrupción en todos los ámbitos sociales.

La malicia se está socializando a través de los medios audiovisuales (con programas y juegos perversamente violentos) y la perversidad y crueldad humanas aparecen ante nosotros con rostros más sofisticados que frivolizan nuestros sentimientos primarios, afectando muy especialmente a nuestros adolescentes. 

Y qué decir sobre la falta de compasión ante las catástrofes humanitarias que estamos viviendo en nuestro mismo continente europeo con la desesperada llegada de millares de inmigrantes subsaharianos y de otras latitudes que huyen de la pobreza y de la miseria, con un futuro más que sombrío para ellos y para sus hijos. Aunque también es cierto que esta cuestión de la inmigración ilegal hay que racionalizarla, pero sin desentendernos de esta clamorosa necesidad humanitaria

Los intereses económicos y políticos prevalecen ante el sufrimiento humano que hace que millares naufraguen ante nuestras costas, siendo tragados por el inestable y peligroso Neptuno, dios de los mares, que acaba con muchas de estas pobres gentes que huyen a la desesperada de unos y de otros. La deshumanización a la que estamos asistiendo en el mundo entero tiene que ver con la falta de compasión y misericordia hacia nuestros semejantes y esto nos conduce hacia una sociedad sin alma, cada vez más egocéntrica. Y no estamos hablando de simple buenismo para justificar nuestra indiferencia, hablamos de pura misericordia en estado puro. 

El significado de la palabra compasión es: Sentimiento de tristeza que produce el ver padecer a alguien y que impulsa a aliviar su dolor o sufrimiento, a remediarlo o a evitarlo. Una de las escenas que más me fascinan del propio Jesús es esta: Y viendo las multitudes, tuvo compasión de ellas, porque estaban angustiadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor. 

Jesús es el buen samaritano que no escatima esfuerzos para socorrer al desvalido y a todos aquellos que, de una u otra forma, están sufriendo vejaciones, abandonos, hambre y miseria; porque Jesús ama a la gente y nos recuerda acerca de los que sufren con estas palabras: De cierto os digo que en cuanto ayudasteis a uno de mis hermanos más pequeños, a mí me ayudasteis.

La compasión tiene que estar latiendo en un corazón renacido, los hijos de Dios somos las manos y los pies de Jesús en este mundo para ayudar a los pobres, a los tristes, a los que sufren y a todo aquel que necesite nuestra ayuda inmediata. Como diría el sabio de la antigüedad: Todo lo que venga a tu mano para hacer, hazlo según tus fuerzas…

Es el aquí y ahora donde somos puestos a prueba en cuanto a la acción de ayuda al necesitado. La compasión de Jesús nos constriñe y nos empuja a amar a la gente demostrativamente, porque obras son amores y no buenas razones. Las palabras de Jesús en el juicio de las naciones me estremecen y me hacen pensar en qué grupo estaremos finalmente: “Entonces dirá también a los de su izquierda: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno que ha sido preparado para el diablo y sus ángeles.  Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber;  fui forastero y no me recibisteis; estaba desnudo y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis”. Entonces ellos también responderán, diciendo: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, o sediento, o como forastero, o desnudo, o enfermo, o en la cárcel, y no te servimos?” Él entonces les responderá, diciendo: “En verdad os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de los más pequeños de estos, tampoco a mí lo hicisteis...”. 

Por supuesto que no es el temor a la reprensión lo que nos lleva a movilizarnos en cuanto a la compasión se refiere, sino el amor de Jesús que es incondicional hacia todos los hombres y mujeres, sean quienes sean estos.

Quizás no tengamos demasiado lejos de nosotros a alguien que nos necesita, posiblemente algún vecino en nuestro mismo barrio o ciudad donde vivimos, incluso en nuestras propias familias. Pidámosle a Dios que nos dé un corazón compasivo y misericordioso para todos y veremos cómoel agrado de Dios, viene sobre nosotros, como sucedió con las ofrendas de Abel.

Finalmente quiero dedicar unas palabras de reconocimiento y admiración a las buenas gentes de nuestro país, que exhiben un espíritu solidario sin límites. Frecuentemente hay quienes señalan nuestros defectos como país, pero la gente de España es impresionantemente solidaria, tal como lo estamos viendo de nuevo durante estos días debido a la catástrofe sufrida en la comunidad valenciana. Esta es nuestra mayor virtud amigos, y esto también tenemos que celebrarlo.

Por tanto, seamos compasivos como nuestro Dios es compasivo y misericordioso en gran manera (Mateo 9:34 Mateo 25: 41-45 Lucas 6:36; 1ª Pedro 3:8; Colosenses 1:10 Mateo 5:7 Eclesiastés 9:10).